La marginalidad siempre ha constituido uno de los principales temas recurrentes para el llamado cine social. Por ello, a estas alturas, no resulta extraño que su constante litigio se haga, cuanto menos, cansino. Y no en el sentido de aborrecerlo cada vez que le encontramos en lo que parece venderse como una denunciante propuesta transgresora. Sino, más bien, desde la óptica de una exigente postura evaluadora de su inédita y original aportación capaz de escindirla de la infinita colección de filmes que atiborraron el saco de la mediocridad. Precious mantiene una enérgica lucha, sin buscar apoyos, a cara de perro, por librarse del probable depósito condenatorio en dicho costal. Pero, ni su orgullosa producción independiente ni una acicaladora filosofía naïf de trascendente aplicación metamórfica son impulsos aptos para despojarse de la etiqueta de la insignificancia y la vulgaridad fílmica. Sus improcedentes seis nominaciones a los Oscar son un premio más que excesivo.
Los clichés se portan como machacantes fuerzas de destrucción de toda película centrada en las manchas sociales. La vida en los ghettos salpicada por la inseguridad, la droga o la falta de higiene es un prejuicio cinematográfico que asienta estas nociones en el supuesto colectivo que moldea la gran pantalla. Precious viene a ser un pastiche confeccionado a partir de dos filmografías tupidas, la de la reivindicación afroamericana de Spike Lee y la del compromiso social de Ken Loach. La historia presenta una suma de calamidades e infortunios tan desproporcionada que no conmueve, sino que desagrada, por volverse tremendamente inverosímil. Pese a tratar de conjugar la amargura con la sonrisa, las transiciones son bruscas y aturden la percepción. De esta manera, la cinta traspasa, sin quererlo, las lindes del morbo infundado, imperante durante todo un metraje lento, en su transcurso y en plantear y fijar sus motivaciones. Y es que el objetivo presenta una ambigüedad irresoluta: ¿la intención es denunciar la situación marginal de millones de jóvenes que ven truncado su futuro por su lamentable e inmutable estilo de vida o la autorrealización procedente de una remota y caprichosa mutación positiva?
No seamos tan duros. Es preciso meterse de lleno en la obra de Lee Daniels para descubrir su insuficiente vigor, pero también para apreciar individualmente la validez de alguno de sus módulos. Concretamente de uno. El personaje protagonista. Una adolescente analfabeta criada en un ambiente familiar disfuncional que sueña con el éxito del que no goza en su vida -siendo el amor del prójimo su verdadera carencia, lo más sencillo sería anhelar una familia normal-, el éxito de la fama, construcción que ha instituido en su cerebro a raíz del escenario vital falseado que observa en la televisión. Se trata de una Cenicienta urbana sumergida en un entorno hostil y real, lejos de las entelequias de los cuentos de hadas. De fachada parsimoniosa y pasota, su gigantesco armazón exterior esconde un corazón destrozado pero curtido, la desventurada Precious no percibe ningún estímulo que la invite a reaccionar y a romper con su automatismo rutinario. No necesita -ni puede- esconder la esquiva y arisca expresión de su semblante, diario inconscientemente abierto sobre su apaleamiento existencial por una madre egoísta y celosa y por los punzantes vestigios de un padre violador. Sólo en sus sueños es capaz de liberarse y ser feliz, empieza a sentirlo real con el cariño y la atención que le revierten una escuela alternativa y la asistencia social; entonces, se siente con fuerza para independizarse: su mueca se torna sonrisa. La película expone de este modo su firme creencia en las instituciones educativas y sociales americanas y los valores que de ellas derivan.
Precious sabe erigirse, además de como un indiscutible manifiesto de autonomía, como una desorganizada oda a la feminidad, donde ningún personaje masculino tiene una relevancia determinante en la trama -de hecho sólo aparecen dos: el padre en los flashbacks y el amistoso enfermero interpretado por Lenny Kravitz, encarnando el daño y el estorbo hacia las mujeres, respectivamente-. Ni siquiera las mujeres de la película han sido perfiladas con profundidad analítica, con el propósito evidente de no desconcentrar al espectador de la desgraciada dimensión de la protagonista. Si Luis Tosar se empeñaba en repetir que su Malamadre en Celda 211 era un bombón para su interpretación, el de Precious es la caja entera. A fin de cuentas, esta adaptación de la novela de Sapphire (cuya exaltación infundada debe de estar convirtiendo en un bestseller) es básicamente eso, un puñado de notables interpretaciones enmarcadas dentro de una trama muy manoseada y catastrofista que se inclina hacia una melancólica suavidad redentora -una cara amable, que no existe, del problema- conforme se acerca su final.
Festival de Sundance, 2009. Premio del jurado y del público.
Globos de oro, 2009. Premio mejor actriz secundaria (Mo'nique).
Oscars 2009. 6 nominaciones incluyendo mejor película.
Ficha técnica:
Precious (Precious: Based on the Novel "Push" by Sapphire), EUA, 2009
Dirección: Lee Daniels
Producción: Lee Daniels, Sarah Siegel-Magness y Gary Magness
Guión: Geoffrey Fletcher, según la novela de Sapphire
Fotografía: Andrew Dunn
Música: Mario Grigorov
Montaje: Joe Klotz
Interpretación: Gabourey Sidibe, Mo'Nique, Mariah Carey, Paula Patton, Lenny Kravitz