Debo empezar diciendo que mantenía muchas expectativas previas por lo que esta película parecía ofrecer desde su línea argumental (una expedición lunar secreta, cuyos resultados se mantuvieron a resguardo del mundo entero y que explicaría las causas por las cuales nunca más se emprendieron misiones de este tipo), y también por la elección del recurso del Found Footage (película encontrada) como medio de registro de la catastrófica experiencia. La presencia de un productor ruso (el de la exitosa saga de Guardianes de la Noche, que jamás vi aunque las referencias más confiables sobre ella son bastante negativas) y un director español debutante complementaban un combo cuanto menos atractivo en un género tan vapuleado y carente de novedades como el del terror de las últimas dos décadas, que a diferencia del de la comedia, no ha dado muestras de evolución en cuanto a la actualización de sus códigos y matrices, ni en la incorporación de nuevas técnicas (el 3-D ya no es ninguna novedad sino un aderezo efectista que rara vez guarda alguna coherencia expresiva con lo que se tiene para contar). Son contados los casos en los últimos años donde un director se haya acercado con confianza al género, como si toda aproximación al mismo implicara a priori un fracaso. En su lugar fueron ganando espacio los ejercicios de estilo epidérmicos (casi todo lo que filma Robert Rodriguez en este terreno, que solo ratifica, quizás involuntariamente, que jamás se podrá tomar en serio al terror), el gore desenfrenado y gratuito (toda la saga de El juego del miedo, Hostel), las remakes estériles de viejas películas de culto setentosas u ochentosas aggiornadas a las estéticas vacías de nuestro tiempo (Masacre en Texas, Martes 13), las perezosas y lineales versiones americanas del cine de terror nipón (La llamada, Dark Water, El grito), y una tendencia que resurgió a fines de los noventa, que es la de la elección de un falso hecho verídico y el hallazgo de su registro en algún formato alternativo -cámaras de 16mm, video- con El Proyecto Blair Witch como máximo exponente, amén de que ésta no haya sido la primera película del género en optar por esta estética, pero si la más exitosa y efectiva).
Es llamativo advertir cuántas vertientes ofrece el cine de terror actual (son todas muy fáciles de discernir y de clasificar) y cuán poco interesantes terminan siendo en general sus resultados. A mediados de los noventa y mediante la saga de Scream, vigila quién llama, de Wes Craven, el terror pareciera haber alcanzado un grado de autoconsciencia que quizás haya terminado siendo algo contraproducente para quienes lo siguen y cultivan con cierta devoción, alimentando la desconfianza hacia la posibilidad de poder realizar algo decente dentro del género, acentuando la mirada en sus limitaciones y lugares comunes en lugar de desplazarla hacia sus virtudes y posibilidades. Lo que siguió a todo eso fueron innumerables y anémicas muestras de cine de terror teenager, parodias cínicas y asesinos seriales enmascarados de motivaciones absurdas. De los últimos tiempos sólo se me ocurre destacar la desenfrenada y vertiginosa remake de El amanecer de los muertos (2004), de Zack Snyder, un elogio de la velocidad y el exceso, la sólida relectura de un clásico de los cincuenta de La casa de cera (2004), de Jaume Collet-Serra, la muy extraña mixtura entre Alien y Deliverance que nos ofrece El descenso (2005), de Neil Marshall, y El último exorcismo (2010), un muy interesante fake sobre un exorcista desencantado del oficio que se predispone a llevar a cabo su último trabajo con el propósito de desenmascarar la farsa que ha vendido a la gente durante toda su vida.
Todo este largo análisis del estado de situación viene a cuento de una película que a priori se ofrecía como una novedad dentro del anémico panorama, nutriéndose de algunas de las características anteriormente mencionadas, pero cuyos resultados terminan siendo decepcionantes. En principio podemos decir que Apollo 18 es una película que pretende funcionar por oposición a ciertos modelos establecidos. Esta es la clase de película que muestra poco y decide construir el terror desde la falta de información, la escasez de recursos y el fuera de campo, objetivo que resultaría loable si la película no abusara de la desprolijidad del formato y si se hubiera optado por un factor de amenaza mucho más atractivo (el cual no revelaré a fin de no arruinar la supuesta sorpresa al lector). Pero no puedo dejar de imaginar cuán efectiva podría haber resultado esta película si se hubiera animado a más, si desde sus pocas herramientas se hubiera confiado más plenamente en el terror constante y si se hubiera optado por una amenaza mucho más concreta y menos risible que aquella por la cual terminaron optando sus guionistas. A esto debemos sumarle que la película parece llevar demasiado lejos el "gancho" inicial de que el relato se basa en un hecho verídico, una apuesta que hoy nadie puede estar dispuesto a tomar en serio y que debería haberse limitado a una simple mención en el comienzo de la película o en el afiche comercial de difusión.
Hay que destacar sin embargo que Apollo 18 está bastante lejos de ser una mala película, un juicio de valor personal que estoy seguro que los espectadores más ansiosos e irresponsables del cine de terror actual no compartirán, mucho más impacientes e inflexibles ante las cosas que se salen de norma. En este sentido y más allá de los abusos y desprolijidades anteriormente mencionados, vale destacar que con muy pocos elementos y una rigurosa planificación del espacio, el realizador logra dar cuerpo a una puesta en escena incómoda y claustrofóbica que logra transferirse al espectador. La desprolijidad del registro en película desgastada (en su utilización más medida) y los constantes diálogos sobre detalles técnicos contribuyen efectivamente a la construcción de un todo verosímil que involucra únicamente a dos astronautas norteamericanos que, luego de alunizar en busca de muestras de recursos minerales, descubren rastros de otras presencias en el lugar y comienzan a ser acechados por la inminente amenaza de algún tipo de vida propia del entorno. El hallazgo de un módulo soviético abandonado en las inmediaciones del lugar (una de las grandes escenas de la película, que da cuenta de lo que ésta podría haber sido) contribuye a acrecentar la paranoia en los dos astronautas que intuyen que han sido engañados por las autoridades de su país para ser utilizados como carne de cañón de alguna amenaza que da vueltas en las inmediaciones de la nave.
Soy de los que piensan que lo mejor del terror hoy por hoy tiene que resurgir desde el seno de la industria, y que en la medida en que el género no recupere la confianza en sí mismo y se tome lo suficientemente en serio no habrán demasiadas posibilidades de revitalizarlo.
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