En la reseña publicada en este mismo número sobre Apollo 18, invertí una buena cantidad de párrafos sobre lo que considero es el estado actual del cine de terror en Hollywood, en una descripción que también se extendía hacia ciertas películas filmadas al margen del sistema de producción mainstream. La reseña depositaba ciertas esperanzas en la posibilidad de que el terror se hiciera fuerte dentro del marco de "primera división" de Hollywood en lugar de seguir esperando a que la renovación surgiera de los esfuerzos -algunos de ellos muy nobles, no siempre correspondiéndose con los resultados- de las producciones independientes, a fin de afianzar las posibilidades expresivas y el potencial de un género que necesitó siempre del acompañamiento masivo y de la afluencia del gran público en las salas para sacar lo mejor de sí y brindarnos los sustos que tanto perseguimos desde los años de infancia, la etapa ideal en la vida de una persona para acercarse al terror.
Cuando contaba con 6 o 7 años de edad, mis hermanas mayores tenían la muy mala costumbre de alquilar películas de terror a las que yo no podía ni siquiera acercarme en los videoclubes dado el temor que me inspiraban sus portadas en VHS -en su mayoría ilustradas-, las cuales exhibían una siniestra galería de payasos, muñecos diabólicos, monstruos, extraterrestres, asesinos seriales enmascarados, y en las pocas oportunidades que me les animé a las contratapas, sus 2 o 3 fotogramas de la parte trasera, nunca explícitos, donde terminaba imponiéndose, como una invitación al desafío de superar la prueba y mostrar credenciales de valentía, la leyenda "Prohibida para menores de 18 años". Es así como tardé muchísimos años en romper el cerco del miedo y acercarme a algunos Cronenbergs o Argentos para completar la experiencia que desde aquellas entrañables cajas de cartón desgastado no me animaba a consumar (las portadas que más grabadas me quedaron en la memoria fueron las de Scanners (1983), de David Cronenberg y El cuarto hombre (1983), de Paul Verhoeven, así como también las del italiano Lucio Fulci (estas últimas verdaderos prodigios de la ilustración que inspiraban aun más miedo que el contenido grabado en la cinta magnética). También persisten en mi recuerdo las de la saga de House, La hora del espanto, IT El payaso asesino y casi todas las de Martes 13, con el infame Jason Voorhes y su eterna máscara de hockey con agujeros.
Una vez transgredida la reglamentación de censura y reproducidas en la videocasetera hogareña, observaba estas películas en su mayor parte a través de la separación entre los dedos de la mano que recubrían mis ojos, contemplando horrorizado aquellas películas de Fulci, donde unos monstruos espantosos iban asesinando con toda la crueldad y el morbo imaginables a los habitantes de alguna mansión antigua. La textura fotográfica europea en el tratamiento de imagen y la calidad del VHS contribuían a una estética del miedo propia de la mirada infantil, que sería irrecuperable hoy en día, habida prueba de los años, la madurez, la desconfianza natural hacia el medio cinematográfico y la progresiva pérdida de la capacidad de asustarnos que se termina imponiendo a medida que vamos creciendo. No tengas miedo a la oscuridad es una película que me permitió, por algunos instantes, recuperar ese viejo sentimiento perdido que tanto desearía volver a adquirir, y creo que es la clase de película que traumaría la infancia de cualquier chico desprevenido que hoy se atreviera a desafiar el ente de calificación y observarla a través de la separación de los dedos de su mano.
Esta coproducción mexicano-americana, apadrinada por Guillermo Del Toro, tiene el mérito de asimilar algunas de las marcas estéticas registradas características de su mecenas sin brindarles un lugar preponderante ni descuidar el espacio asignado a la historia que involucra a Sally (en una gran labor de la jovencísima Bailee Madison), una pequeña de once años que debe mudarse desde Los Ángeles a una enorme mansión en Providencia donde reside su padre, Alex (Guy Pearce), divorciado de la madre depresiva de Sally y actualmente casado con Kim (Katie Holmes), una mujer que no despierta la menor simpatía en la pequeña. A la par de su hostilidad hacia la nueva casa y la mujer de su padre, la pequeña experimenta el siniestro asedio de extrañas criaturas nocturnas que acechan en la oscuridad de su cuarto y en varios rincones de la casa, y que susurran inquietantemente a su alrededor invitándola a "jugar" con ellas. Las criaturas guardan relación con anteriores desapariciones de niños ocurridas en la misma casa, propiedad de un pintor que también desapareció en circunstancias misteriosas, en una historia de reminiscencias de cuento oscuro de hadas tan caras a Del Toro (también guionista de la película) y en la que también se hacen presentes la siempre incómoda, incompatible y conflictiva convivencia entre el universo adulto con el infantil, algo que el realizador mexicano ya había explorado en El laberinto del fauno (2006), su laureado state of the art, donde resumiera exitosamente (aunque para mi gusto muy académicamente) su cosmovisión freak-infantil repleta de insectos, alusiones políticas y seres fantásticos. A diferencia de aquella, Del Toro no impuso desde el guion un contexto histórico que adornara superficialmente el relato y se entregó de lleno a la historia, sin restringir las posibilidades estéticas de su director, el canadiense Troy Nixey, quien se hace cargo de la empresa con bastante solidez y buen pulso. La niña encuentra una inesperada contención en la figura de Kim, quien a diferencia de su padre no descree de los peligros que la pequeña sostiene padecer cada noche en la casa.
La película flaquea en aquellos puntos donde más se empeña en profundizar en el mito de las criaturas, con algunos agujeros de guión resueltos con poca claridad, así como también en algunos tramos carentes de ritmo (algo difícil de pasar por alto en películas de este tipo), pero encuentra su compensación en la solvencia del trabajo del director Nixey, en las muy satisfactorias labores actorales de Pearce y de Holmes (un impensado dúo al que suponía poco carismático y que termina transmitiendo una calidez y dimensionalidad ajenas a lo que uno podía prever), sumadas a la ya mencionada y muy convincente actuación de la pequeña Bailee Madison, el mayor acierto de casting de la película, la cual se perfila como un voto de confianza hacia los fantasmas industriales y ratificando que no hay punto de vista más adecuado para un relato de terror que el infantil.
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