Stella es una de esas películas invisibles, como tantas que pasan inadvertidas para las salas, y también para los espectadores. Incomprensiblemente se estrena tres años después de ser filmada. Dirigida por la directora francesa Sylvie Verheyde, narra la historia de una niña de once años que ingresa en un colegio parisino de prestigio. Sus padres Roselyne y Serge (Karole Rocher, Benjamin Biolay) regentan un bar de clase trabajadora, y ella crece entre jugadores de cartas, borrachos y putas. Stella Vlaminck no tiene ni idea de gramática o de literatura francesa pero sabe cómo jugar al poker, conoce las reglas del billar y sabe como besar con lengua.
En la primera escena de la película, la cámara sigue los movimientos sensuales de la niña, lo que inmediatamente nos hace pensar que existe algo disonante en el ambiente en el que Stella está creciendo. En el bar no hay posibilidad de que se comporte como una niña, no es el lugar apropiado. Mediante la voz en off de la protagonista se va retratando el mundo disfuncional y caótico en el que crece. Durante la película, Stella nunca está integrada, en el colegio es la chiquilla pobre del suburbio, y durante las vacaciones, en el pueblo de su abuela, es "la parisina". Su vida cambiará cuando conozca a Gladys (Mélissa Rodriguès), una niña de su clase, de origen argentino, que despierta en Stella deseos de superación, y conocimiento. A través de su amistad con Gladys, Stella es consciente de que tiene una oportunidad, de que la escuela representa un punto de referencia fundamental para ella. Con su amiga, Stella es capaz de descubrir otro mundo, el mundo de la literatura y las palabras, las bellas imágenes del arte, que le ayudan a vivir y a expresar sus propios sentimientos. Es entonces cuando dos universos entran en colisión, el bar y la escuela. El tratamiento que hace Sylvie Verheyde en la filmación de estos dos mundos es muy distinto. Las escenas del bar serán grabadas cámara en mano, de ello se desprende una narración más libre y rápida, que resalta lo desenfadado de este entorno en contraste con las estáticas imágenes y planos medios que acentúan ese ambiente con reglas y normas que es el colegio.
Se hace evidente que para que su travesía tenga éxito debe olvidar y desaprender muchas de las cosas que había dado hasta entonces por buenas. A medida que Stella va aprendiendo a relacionarse y a interesarse por otras cosas, tiene que desaprender los códigos con los que había estado funcionando. Mientras ella va recuperando parte de la inocencia que había perdido, y se va construyendo como persona independiente, el mundo de sus padres se viene abajo.
La película de Sylvie Verheyde está ambientada a finales de los años setenta pero tiene algo de atemporal. Es esa mirada devastadora de los niños hacia el mundo de los adultos, y también la crueldad de los niños para con los niños que provienen de mundos diferentes, cuando el niño es un auténtico lobo para el niño. La película rescata parte del espíritu de la Nouvelle Vague, y bebe de Los Cuatrocientos golpes (Les Quatte cents coups, François Truffaut, 1959). No hay más que recordar la escena en la que Antoine Doinel corre en busca de la libertad y la cámara le sigue en paralelo; la película de Sylvie Verheyde también tiene una escena en la que Stella corre y la cámara la sigue.
Un elemento a destacar en la película es su música. La música popular no es empleada simplemente para contextualizar al espectador en la época, define también la clase social. En casa de Gladys los discos están en baldas, en el bar de Stella hay una máquina de discos. La directora emplea las melodías como un vehículo para las emociones de Stella, sus sentimientos y la propia voz de la protagonista se ven reflejados en las canciones de Daniel Guichard, Gerard Lenorman o Bernard Lavilliers. La música funciona también como fundamento narrativo. La película avanza y Stella está cada vez más unida a sus sentimientos. Es entonces cuando las canciones y las letras adquieren una mayor relevancia. Al final, en los créditos finales, la canción son las propias palabras de Stella: "Me voy lejos, estoy lejos, quiero seguir adelante, pero es mi voz".
* Tous les garçons et les filles (todos los niños y las niñas), es una canción de la cantante francesa Françoise Hardy, publicada en 1962. Es un recuento de los sentimientos de una persona joven que nunca ha conocido el amor.
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