Todos conocemos a alguna de esas personas que tienen el don de funcionar como minuciosos cronistas de lo mundano (con su correspondiente ajetreo). Pero, es muy complicado abarcar en su totalidad la colosal magnitud del perímetro social y, menos aún, llevar a cabo esta tarea con diligencia y eficacia. Consciente de ello, el historietista Riad Sattouf convino especializarse en el retrato de ese agridulce cosmos estudiantil que compone la caótica etapa vital de la adolescencia. Su obsesión por una pragmática e informal observación de este fragmento de realidad ha devenido en las verídicas viñetas cargadas de cinismo y despropósitos que recogen La vida secreta de los jóvenes o Manual del pajillero, entre otros álbumes, confiriéndole la condición de experto en la idiosincrasia juvenil. Con un contenido tan afianzado, el papel se le ha quedado corto y la inquietud del francés se ha reorientado hacia el tanteo de otras formas expresivas.
La mejor impresión de la traslación al cine de Sattouf reside en la singularidad y rareza de su propuesta, en la dificultad para encontrar una influencia reconocible, por pequeña que pudiera ser. Porque no basta con advertir que ha eludido la ordinariez y el chiste ramplón sin perder la siempre necesaria provocación, para creer que hubiera necesitado echar mano de aquellos referentes más discretos y cualificados del género que tuvieran su origen en la década de los setenta con American Graffiti (George Lucas, 1973), pasaran de puntillas por los ochenta y los noventa con las simpáticas gamberradas picantes de Porky's (Bob Clark, 1981) o Movida del 76 (Dazed and Confused, Richard Linklater, 1993) hasta reinventarse en los dos mil gracias a las inteligentes cintas de Mottola. Lo que diferencia The French Kissers de cualquier otra cinta teen es la capacidad de su autor para aferrarse a la naturaleza narrativa y estética del costumbrismo satírico del tebeo (incluso, todos los personajes llevan siempre las mismas ropas, con excepción de la celebración de algún acontecimiento que implique un forzoso cambio de vestuario).
Con un moderado aroma retro (presente hasta en una sensacional banda sonora) similar al que desprendía la notable serie de Apatow, Freaks and Geeks (1999-2000), el ecosistema escolar atemporal de The French Kissers se sustenta exclusivamente sobre unos carismáticos personajes de pinceladas arquetípicas que siempre guardan en la recámara una variante de espontaneidad, como un paradójico desafío a lo previsible que suele ser el comportamiento adolescente (la ambigüedad puede percibirse ya en el propio título, que alude tanto a la índole de los protagonistas como a ese beso con lengua por el que matarían). Porque, unas atinadas elipsis disponen el encuentro de sentimientos en el público por los supuestos y repentinos cambios en la psique de unos caracteres más planos de lo que quieren hacer creer; el truco no es otro que la aleatoria ley de vida. La violenta impresión que se extrae así del contexto es la de deformación u hostilidad, pero hoy en día las comunes desidia en los chavales y ansiedad en sus padres son casi verificables por el método científico.
Ese sucedáneo de realismo sucio bajo el que Sattouf enmarca su guión minimiza toda expresividad y funciona como una ingeniosa cura de humildad contra los habituales "alardes de ingenio" de las comedias teen (imposibles, por otro lado, cuando el tema es único y privativo: la pérdida de la virginidad). Las pulsiones de los quinceañeros se concretan aquí a través de unas relaciones naturales, obviando la presencia de tecnologías ahuyentadoras, en las antípodas de esa fría displicencia online que precedía una catástrofe casi preconizada en Confessions (Tetsuya Nakashima, 2010). También se desmarca del patetismo social que dominaba el docudrama de denuncia La clase (Entre les murs, Laurent Cantet, 2008) y de la pérdida de la esperanza en la juventud que dogmatizaba El día de la falda (La Journée de la jupe, Jean-Paul Lilienfeld, 2009), ambas magnificadoras de una problemática interracial en la sociedad francesa moderna, incierta cruzada a la que The French Kissers da la espalda desde el primer momento.
Si bien es cierto que el debutante no ha podido evitar suscribirse al congestionado paradigma del antihéroe, se ha despojado de la comodidad que procura el anonimato para favorecer la identificación nostálgica del espectador; la empatía se sirve gracias al mimo que se percibe detrás de cada plano, de cada gesto y de cada diálogo. Un guiño cómplice hacia lo más profundo de aquella intimidad adolescente, tornada hoy agobiante madurez, del crecidito público al que sin duda va dirigida esta película.
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