Cherburgo es una ciudad en donde las cosas suceden, el trajín del día a día no termina, la gente vive tranquilamente y se resguarda de la lluvia bajo sus paraguas. Es en este lugar en donde se desarrolla una impresionante historia de amor entre dos seres comunes: Guy, un joven y apasionado mecánico, y Genevieve, una chica que atiende un negocio de paraguas.
Los paraguas de Cherburgo es un clásico del cine francés y es la obra maestra de Jacques Demy (Lola, Las señoritas de Rochefort) quien logró construir una pieza magistral al lado de su diseñador de producción (Bernard Evein) y el compositor de toda la banda sonora y score (Michel Legrand). Asimismo, lanzó a la fama internacional a una muy joven Catherine Deneuve, quien no sólo posee una voz privilegiada, sino que además exprimió una interpretación digna de ser recordada.
Esta película parece que se aleja del género musical -al que en teoría pertenece- para darle paso a una nueva forma en la que ya no son sólo piezas musicales que acompañan los pensamientos de los personajes, sino que va mucho más allá, haciendo del canto su forma de expresión. Es casi una ópera audiovisual moderna, en la que cada personaje tiene un matiz musical y un tema.
Impresionante es la manera en la que Demy ha logrado explotar sus recursos audiovisuales para generar una película tan poderosa, sumamente dramática y que al mismo tiempo refleja una historia de amor entre dos seres absolutamente convencionales. Se crea una cinta sublime con personajes sencillos, gracias a que sale de la cotidianidad, a través de la música que acompaña emotivamente cada momento de sus vidas.
El tema de Los Paraguas de Cherburgo es universal, versa sobre el amor (el verdadero, el incondicional, el anhelado, el esperado, el filial, el maternal), sobre la forma en la que la vida se transforma cambiando el panorama original por una serie de tribulaciones que nos aquejan y, por último, sobre la manera en la que afrontamos todos los obstáculos, modificando la manera en la que vivimos, transformándonos a nosotros mismos.
La vida da muchas vueltas y, en este caso, el profundo amor que envuelve a la pareja se ve truncado por una lejana guerra que los obliga a separarse. El tiempo y la distancia hará lo suyo y poco a poco todo se irá transformando a su alrededor. La paleta de colores profundos y brillantes irá tomando diversos matices, recordándonos que cada momento tiene una cualidad y características propias. Es casi una experiencia sinestésica, en donde las emociones se perciben por el oído (la música) y los ojos (los colores).
El amor, su vitalidad y la felicidad misma se representa con brillantes amarillos, rosas y turquesas, y las despedidas en olivos y cafés, hasta que al final, el reencuentro se tiñe de lluvia, negro y gris. Los colores son personajes disfrazados de emociones visuales que se meten en nuestras venas, a través de los ojos, cada lugar y cada cosa cobra vida y tiene un peso narrativo y dramático. La música va acompañándonos en todo este recorrido, dándole una voz a ambos enamorados y al mundo que los rodea.
Muchas veces el amor -como los colores- es demasiado para poder soportarlo, es algo irreal que pertenece quizá a otra dimensión, en donde la vida es posible de esa manera. Demy tiñe fuertemente su universo fílmico para darle ese toque de irrealidad que se remata con la omnipresencia de la música, que saca al espectador de la lectura común de la cinta.
Aunado a esto hay que recordar que la película fue realizada en los sesenta, en donde una explosión de color se estaba suscitando en diversos filmes, además varios movimientos cinematográficos se llevaban a cabo alrededor del mundo, y los convencionalismos y reglas previas estaban comenzando a ser fuertemente cuestionados.
Así, en medio de todo esto, nos reencontramos con esta película que desafía muchas de las reglas del musical americano: su estética, la manera en la que está realizada la construcción musical, la falta de coreografía dancística -que se ha suplido por trazos coreográficos entre la cámara y los actores-, y rematando con el final agridulce que resulta prácticamente inconcebible en una producción hollywoodense promedio de este género.
El musical comúnmente refleja esperanza y ensoñación, es un canto a la vida y al amor, y la obra de Demy es más una muestra de que fenómenos sociales como el clasismo y la guerra son capaces de destrozar los vínculos más amorosos del mundo. Peor aún, refleja que el ser humano es capaz de conformarse con la vida que le ha correspondido vivir, aún a pesar de que su cuerpo y su mente deseen otras cosas.
La metáfora con los paraguas resulta entonces muy atinada. En una ciudad como Cherburgo, cada quien debe decidir cómo vivir su vida. Cuando llueve, puedes correr para llegar a tu destino, quedarte en casa y evitar mojarte, o salir con un paraguas para cubrirte y seguir adelante. La manera en la que cada quien es dueño de sus actos es algo tan personal como un paraguas. Los hay de muchos colores, formas y tamaños. Esto Demy lo deja muy claro y contundente en su secuencia inicial, en donde no sólo se condensa esta metáfora, sino que además nos muestra el estilo visual de la cinta.
Todo este conjunto de detalles, aunado a una espectacular actuación de cada uno de los personajes, una estética muy bien construida y sólida, una banda sonora del gran Legrand y una dirección cuidadosa, hacen de la película de Demy una pieza que debe ser recordada y revisionada una y otra vez. Pasarán los años, y la lluvia seguirá cayendo, la gente se seguirá enamorando, la vida continuará transformándonos y Los paraguas de Cherburgo seguirá siendo la magnífica pieza cinematográfica que es.
Ficha técnica:
Los paraguas de Cherburgo, (Les parapluies de Cherbourg) Francia-Alemania, 1964
Dirección: Jacques Demy
Producción: Mag Bodard
Guión: Jacques Demy
Música: Michel Legrand
Fotografía: Jean Rabier
Montaje: Anne-Marie Cotret, Monique Teisseire
Interpretación: Catherine Deneuve, Nino Castelnuovo and Anne Vernon.
Trailer:
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