El denominado Canon holmesiano se halla integrado por cuatro novelas y cincuenta y seis relatos cortos. Contadas de boca de su inseparable compañero, el Doctor Watson, las aventuras del sagaz detective cosecharon una fiel legión de seguidores desde el mismo momento de su creación, a finales del siglo XIX. Sin embargo, el exitoso Arthur Conan Doyle vivía obsesionado con "matarle", puesto que la incomparable capacidad para la deducción, basada en minúsculos indicios de su personaje, estaba agotando su sobresaliente y productiva sesera.
Algo parecido ocurre en la revisión de este producto de la excelsa literatura británica, devenido en icono de la cultura popular, y muy manoseado ya por el séptimo arte -con desiguales resultados, destacando la cinta de Billy Wilder, La vida privada de Sherlock Holmes (1970)-, por parte del director Guy Ritchie: el personaje sobrepasa la disposición del formato de su autor, próximo a la caducidad. Inspirados en las figuras enriquecidas de los cómics de Lionel Wigram, los renacidos Holmes y Watson no limitan sus quehaceres a la investigación sosegada de los hechos, sino que se inmiscuyen directamente en ellos a mamporro limpio.
Esta reelaboración del detective novelesco más famoso de todos los tiempos se ajusta al prototipo fílmico de Ritchie. Con una filmografía redundante sustentada por los golpes de efecto que se suceden en el interior de disparatadas propuestas corales sobre la mafia de extrarradio, la fastuosidad aparatosa de un desarrollo puntuado por recurrentes chistes negros, es el santo de devoción de su estilo inamovible. El par de secuencias en slow motion, con la exposición mental de Holmes en off, preámbulo de una entusiasmada ensalada de guantazos, son la prueba apodíctica de un estilo consumado y eficaz pero, por qué no ser sinceros, algo trillado.
Mas, si no hay mal que por bien no venga, también es reconocible el hecho de que las trepidantes peleas levantan una trama que hace aguas con la misma facilidad que vuelve a resurgir. Así, Ritchie, logra que el espectador anhele la llegada de cada uno de estos bien repartidos y ajetreados segmentos de acción. Siempre será un buen antídoto, que intente disimular el esfuerzo que implica para el director inglés mantener un argumento de tan licuante solidez.
El caso de decepcionante índole satánica a desentrañar en el filme, de entrada y arrojando un holgado pronóstico, se teme desprovisto de interés: nada que ver con los escritos por Conan Doyle. Con el tiempo, la sospecha de disonancia se confirma. Los acertados movimientos de la investigación, al igual que el ya mencionado componente de histérica acción, contribuyen a sujetar, a muy duras penas, una historia de magia negra -recurrente vehículo para el infantil deseo legendario de dominar el mundo-, de rizadísimas e improvisadas aclaraciones. Porque, todo en la magia, por oscura que sea, tiene su truco. Como truculento, además, es el diseño escenográfico del Londres industrial victoriano advirtiéndose, en especial, un uso abusivo de las pantallas verdes de croma.
Los tinos del film empatan sus descuidos. Las interpretaciones de Downey Jr. como un Sherlock Holmes más inmaduro, sangrante y trastornado, y de Law en el papel de un Watson-niñera esbelto y ciegamente fiel, mantienen el nivel de la sensacional construcción de sus personajes. Por su parte, los caracteres femeninos ven minado, de manera muy inteligente, cualquier rasgo despuntador que pudiera haberles dotado de una presencia trascendental, otorgando a la pareja un protagonismo lenguaraz potencialmente cómico, favorecido por una casual y distinguible química entre ambos. No descartemos verles juntos en futura producciones (de momento, en una segunda entrega confirmada por el descubrimiento final del archienemigo del excéntrico rastreador, el doctor Mortimer). Además, la perspicacia original de Holmes permanece intacta, inclusive realzada por la enorme capacidad visual del detalle de Guy Ritchie.
De un modo semejante a la provechosa compenetración entre la pareja de actores que encabeza el reparto, la banda sonora compuesta por Hans Zimmer, presidida por el hostigante tema Discombobulate, se revela como el ingrediente perfecto para maridar con una pulcrísima y ornamentada fotografía a cargo de Philippe Rousselot. A fin de cuentas, a la película se le nota un cierto tufillo revival, con el interesado propósito de erigirse como bastión afianzador de una reformulada imagen de uno de los ilustres y escasos personajes ficticios con museo propio, cuyo alter ego regente ya confiesa haber notado el repentino incremento de visitas a Baker Street.
Ficha técnica:
Sherlock Holmes, EUA, 2009
Dirección: Guy Ritchie
Producción: Bruce Berman
Guión: M.R Johnson y A. Peckman
Fotografía: Philippe Rousselot
Música: Hans Zimmer
Montaje: James Herbert
Interpretación: Robert Downey Jr, Jude Law, Rachel Adams, Mark Strong