Con la irrupción de la Nouvelle Vague el cine francés cambió su fisonomía para siempre. Y en mi caso personal, con el descubrimiento de dicho movimiento, también cambió mi percepción. Hoy afirmo sin ningún atisbo de dudas, que si queremos entender las cinematografías por nacionalidades, el que se hace en Francia en la actualidad, es el mejor que se realiza en Europa. Y ya los jóvenes turcos, en aquel entonces, reivindicaron y juguetearon con los géneros clásicos americanos. Jacques Audiard también. Lo cual no implica (necesariamente) que Audiard responda a la filiación estricta de sus antecesores de la modernidad. Algo que es mucho más claro en un director como Christopher Honoré o Arnaud Desplechin.
Audiard, es sin duda alguna, vista su trayectoria, un enamorado del cine negro o cine criminal ya sea en su variante americana o francesa (el cine polar). Sus tres últimas películas desde Lee mis labios (Sur mes lèvres, 2001) responden a esta seña de identidad. Posiblemente, la que nos ocupa se pliega de forma más fidedigna a las convenciones del género, aunque se permita pequeñas digresiones que embellecen la propuesta. Si en De latir mi corazón se ha parado (De battre mon coeur s'est arrêté, 2005) nos establecía dos líneas narrativas indisociables pero que convergían forzadamente en el personaje principal, provocando con ello una alienación y una fuerza de presión en el protagonista, en Un profeta, la línea espiritual de Malik (notable Tajar Rahim), a la que alude el título, aparece socavada, como un subtexto que nos permite elevar la trama criminal, otorgando así un vigor alegórico al proceso evolutivo del personaje. De joven analfabeto y delincuente de poca monta, a poseedor de un imperio basado en el narcotráfico de hachís.
Esta connotación religiosa que se construye como si de un palimpsesto se tratase, viene punteada por las apariciones de Reyeb (Hichem Yacoubi), personaje que acompaña a Malik, en sus momentos de soledad en la celda, y que fue su bautismo de sangre. El arco narrativo viene fijado por dos crímenes. El que le liga (forzadamente) a los corsos al inicio. Y el del final que lo acaba liberando y adquiriendo así la ascendente figura de profeta entre los suyos, desde un valor simbólico.
Audiard es coherente consigo mismo. Y es fácil establecer conexiones entre sus dos últimos filmes. El protagonista de De latir mi corazón se ha parado se siente obligado a prermanecer en el mísero negocio inmobiliario siguiendo la línea marcada por su padre (Robert Seyr interpretado por Niels Arestrup). Esta trayectoria entra en crisis, cuando decide reavivar el legado que le dejó su madre fallecida: el piano. Su implicación en la faceta artística, retomando sus clases de piano, le coloca en una situación de crisis y sufre un convulso desequilibrio en cuanto le sirve de reacción para querer alejarse del camino paternal. El piano cada vez más inunda su vida, contagia su faceta criminal, le distrae y le perturba encontrándose en una intersección de motivaciones muy incómodas que le devoran. Por ello, el piano viene a ser el acto de realización personal por la vía de lo artístico. Ese camino que nunca debió abandonar y que ahora es la salida que le permite escapar de su desdichada vida. Eso implica desprenderse de la silueta del progenitor. Superarla, encontrando su autonomía personal.
En Un profeta, Malik no tiene familia alguna. Es un paria analfabeto y solitario cuando entra en la cárcel. Si quiere sobrevivir en el entorno hostil en el que se ve confinado (el salto de la adolescencia a la madurez), debe mancharse las manos de sangre. Obligado por la fuerza y el dominio de César Luciani (también interpretado por Niels Arestrup), líder de los criminales corsos que ostentan el poder en la prisión, tiene que matar a Reyeb, testigo clave de un juicio. Al hacerlo entra bajo la protección de Luciani, convirtiéndose así, en una clara metáfora, la figura paternal que nunca tuvo. La emancipación de Malik pasará por tener que superar esa obligada sumisión al padre. Y ese proceso es la curvatura argumental del film a través de un hilado y elaborado guión que te atrapa desde el primer fotograma en su excelente construcción y verosimilitud. No es casualidad que sea el mismo actor (Niels Arestrup) quien interprete el mismo rol simbólico en ambos films, con lo que las concomitancias son más que evidentes.
Igualmente Malik estará entre dos tierras, en este caso representada bajo el signo actual de la diáspora cultural que se da en la cárcel, mediante el retrato de los musulmanes y de los corsos. A esta situación, sumamente incómoda y que puede ser un perjuicio para él, dado que es un musulmán al servicio de los corsos, por lo que ni unos ni otros lo aceptan como de los suyos, Malik sabrá sacarle provecho en beneficio propio. Su juego de supervivencia será ese, el que ya comentábamos en la cobertura del festival de Cine Negro de Manresa. Ver, oír, callar y actuar cuando sea el momento adecuado. La paciencia, la templanza, la astucia y la sagacidad son las que le permiten emerger, superando su déficit de analfabetismo. Asimismo como en su anterior largometraje, es una historia de superación personal, de realización de su ser.
Así, la excelente película, y una de las mejores que he podido ver con año de producción del 2009, responde al clasicismo estructural del género de gangsters (del que ya hablamos en su momento en el nº de Septiembre'09).En tres palabras, Ascensión, Detención de Poder y Caída (Un profeta virtuosamente se ocupa solo de la primera fase). Y la actualización viene por la vía del mestizaje cultural. No de la interculturalidad, ya que como en la prisión del film, que actúa como agudo y extremo microcosmos de la sociedad actual, los musulmanes están agrupados en el bloque B y los corsos en el bloque C. Juntos pero no revueltos.
Sobresaliente la interpretación (Audiard demuestra una sabia dirección de actores en todos sus largometrajes), vibrante su pulso, estilísticamente poderosa (nos alegramos de la recuperación del iris, forma expresiva del cine mudo traída a buen puerto al cine posmoderno), la película aunque no resulte excesivamente novedosa en lo que nos cuenta, nos atrapa de forma vigorosa, y las dos horas y veinte minutos nos saben a poco.
Como Celda 211 (Daniel Monzón, 2009), el año que dejamos atrás, nos ha dado muy buenas alegrías en aquellos largometrajes, que de forma humilde, no quieren ser más que películas de género (y curiosamente ambas de contexto carcelario, sin olvidarse de los toques políticos que en ambas conviven), eficientemente realizadas e interpretadas y que no tienen ningún complejo en asumir su condición. Y así, destaco Un profeta en su soberbia y consistente realización. Celebro el alud de premios que ha recibido hasta la fecha. Y si no conocen la obra de Jacques Audiard, ya es hora que le den una oportunidad con el film que definitivamente le consagra como uno de los mejores realizadores franceses.
Gran premio del Jurado en el Festival de Cannes 2009
Premio al mejor actor (Tahar Rahim) y Prix d'Excellence al mejor diseño de sonido en los European Film Awards 2009
Premio al mejor film en el London Film Festival
Premio de la National Board of Review (EUA) a la mejor película extranjera
Festival de Toronto 2009
Panorama, Festival Internacional de Mar de Plata
Sección Zabaltegui - Perlas, Festival de San Sebastián
Plácido de Plata a la mejor película en el Festival Internacional de Cine Negro de Manresa
Ficha técnica:
Un profeta (Un prophète), Francia, 2009
Dirección: Jacques Audiard
Producción: Laurrane Bourrachot, Martine Cassinelli, Marco Cherqui, Antonin Dedet
Guión: Thomas Bidegai, Jacques Audiard
Fotografía: Stéphane Fountain
Música: Alexandre Desplat
Montaje: Juliette Welfling
Interpretación: Tahar Rahim, Niels Arestrup, Adel Bencherif, Hichem Yacoubi