Ya hemos registrado desde estas páginas, en más de una ocasión, la advertencia del furioso y progresivo desarrollo formal que viene exhibiendo el maduro cine oriental. La posmodernidad se ha dejado empapar en su continente más que en su contenido (todavía obcecado con insistir sobre las costumbres ancestrales), lo que está dando como fruto unos útiles y terapéuticos senderos para la permanente evolución lingüística y artística a la que debería estar siempre sometido el cine. Esta dinámica conmutación de la expresión fílmica se está concretando en la acción de un puñado de realizadores jóvenes, como es el caso de Apichatpong Weerasethakul, que ya puede amparar su radicalismo estético en la tranquilidad que otorga a una carrera su merecido reconocimiento internacional, al alzarse con la Palma de Oro en el pasado Festival de Cannes.
El críptico cine de Weerasethakul, propone una clave tan intrincada como la escritura de su apellido para los occidentales, pero tan anarquista como el conjunto de posibilidades eficaces de contar una misma historia. Su filmografía, muy heterogénea en cuanto a la temática y al simbólico universo contextual que le da coherencia, sigue una línea conceptual definida y cuasi episódica. En este sentido, Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas, no puede interpretarse más que como un nuevo ingrediente pertinente para continuar dando cuerpo a un proceso perfectamente formulado, pero todavía de praxis inconclusa (de hecho, la película forma parte de un Primitive, un proyecto compuesto por dos cortometrajes y una "videoinstalación" a modo de preámbulo). Como constancia queda la precocidad de su cine, consagrado en apenas diez años.
La cabeza del tailandés no sabe trabajar con independencia de su estómago, por ello sólo es capaz de vomitar reflexiones que se entregan en un bello y natural envoltorio, de una exclusiva magia sensorial (indispensable el visionado en una sala con pantalla grande y buena acústica). Su lírica, penetrante e hipnótica, dispuesta con la intencionada quietud romántica que proporcionan los planos fijos generales, recoge la leyenda y la tradición de un país de un modo codificado. La jungla con sus misteriosos enclaves, personaje omnipresente y omnipotente en sus filmes, actúa como demiurgo de un mundo frágil y limitado, como juez de los humanos, canalizando sus incontestables arbitrios a través de la fuerza ejecutora palpable de los cuerpos animales y vegetales y del enajenamiento causal que portan unas fantasmagorías próximas.
La enfermedad renal de Boonme es su billete al tren de la redención que tiene paradas en cada una de sus vidas anteriores. Los espectros conducen la locomotora que inicia su viaje en la incalificable cena de la terraza. Desde este acontecimiento catalizador del padecimiento, Weerasethakul despliega su discurso con soltura (toda la que permite su narrativa atemporal y parsimoniosa), que decae en mitología y crece en humanismo hasta su catarsis en la pétrea matriz de la Madre Tierra, que actúa a la vez de punto de partida y de postrimería de un ciclo vital.
La aceptación impasible de la presencia de lo sobrenatural en Uncle Boonmee no responde más que a la concepción budista de la existencia -en una película en la que toda la dimensión humana está contemplada, desde el nacimiento a la muerte-. Con una muy distinguible carga religiosa en la explícita representación del funeral o en el reconocimiento de las reencarnaciones de Boonmee, el verdadero fin del autor se antoja enfático en la difusión de los preceptos de su fe con la arcana sugestión de los principios de las Cuatro Nobles Verdades del Budismo, que hallan su base en el sufrimiento del hombre que solo podrá cesar a través del camino del conocimiento y la meditación. Esta reflexión milenaria también es aplicable a la transformación que citaba antes, la del cine, que tiene lugar bajo el ojo de su director; el referente clásico que le curtió como espectador se deja manipular por su genuina estética. Y es que todo en Uncle Boonmee está entroncado con el cambio. Un cambio lógico y legítimo, obra del verdadero todopoderoso, el dictatorial tiempo, que no cosecha pudores a la hora de acusar nostálgicas unidades que un día se rompieron y cuyos pedazos se deformaron voluntariamente para no volver a casar: campo y ciudad, tradición y modernidad, espiritualidad y superficialidad.
Ficha técnica
Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas (Lung Boonmee raluek chat), Tailandia-RU-Francia-Alemania-España-Holanda, 2010
Dirección: Apichatpong Weerasethakul
Producción: Simon Field, Keith Griffiths, Joslyn Barnes, Caroleen Feeney, Lluís Miñarro, Charles de Meaux, Suchada Sirithanawuddi, Hans W. Geissendörfer, Michael Weber, Apichatpong Weerasethakul
Guión: Apichatpong Weerasethakul
Fotografía: Yukontom Mingmongkon y Sayombhu Mukdeeprom
Música: Varios
Interpretación: Thanapat Saisaymar, Jenjira Pongpas, Sakda Kaewbuadee, Natthakarn Aphaiwonk, Geerasak Kulhong, Kanokporn Thongaram, Samud Kugasang
Trailer:
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