Gracias a algunas de sus más recientes obras como Traffic (2000), Erin Brokovich (2000), o incluso Ocean's Eleven (2001), la irregular filmografía de Steven Soderbergh ha ido mutando poco a poco hasta erigirse como uno de los mejores escaparates de ejercicios de estilo del cine posmoderno. Los tres ejemplos citados comparten el sentido narrativo exacto de una crónica, un estilo cuasi periodístico que también se advierte desde los primeros minutos en Contagio, donde se hace mucho más obvio por el carácter "pseudopropagandístico" de su premisa -pese a haberse dinamizado con la pirotecnia del videoclip.
Todavía no entiendo por qué Soderbergh sigue firmando elencos atiborrados de estrellas, cuando no le hacen sino un flaco favor a su particular disposición del relato. Contagio huye a grandes zancadas de cualquier patrón estético (que el propio director se encargue de la fotografía da mucho que pensar), para limitarse a proyectar una excepcional lección de economía narrativa. A través de un montaje elíptico, ahogado en un frenetismo espídico, se marcan las diferenciadas etapas que se suceden (o hipotéticamente se sucederían, dada la desproporcionada magnitud del acontecimiento) en una pandemia: primeros casos, propagación exponencial, sospecha de intereses ocultos, pánico general y caos. En plena época del esplendor televisivo, una serie podría haber rentabilizado este argumento a lo largo de un par de temporadas (seguramente, aburridísimas), donde Soderbergh apenas emplea dos horas. No es de extrañar, pues, que la presencia de Kate Winslet, Matt Damon o Jude Law en arrebatadas secuencias alternas, solo sea un lastre para la atención.
Pero, tanta velocidad en un mensaje tan protocolario, convierte en insalvable paja para el discurso -y para la mente de un espectador que se siente forzado a apurar el procesamiento de la información- la mayoría de los tecnicismos y siglas, probablemente inventados, que nos cuela el cineasta americano. La tendencia se resumirá en huir de lo específico para, sin disyuntivas, asirse a lo general y eliminar la necesidad de almacenar más datos que, por otra parte, no contribuirían a dilatar la lógica de la problemática en cuestión.
Todo en Contagio se siente tan frío y acelerado que cualquier tipo de variación del tono hacia lo dramático multiplica su efecto del mismo modo que el virus. Se ve que el propio Soderbergh se percató de la excesiva robotización de sus imágenes y quiso profundizar en un humanismo que su propia creación termina repeliendo; hacía tiempo que había alcanzado el punto de no retorno como distanciado reportero de la catástrofe. La respuesta a la inclusión incondicional de esta forzada digresión se halla en el pensamiento de que, aunque el drama íntimo ahora carecería de interés, podría servir de conclusivo consuelo a la pesadilla distópica. Ya se sabe: quien mucho abarca, poco aprieta, y otra consecuencia negativa, ahora en relación con la "coralidad" protagónica, es la lucha por una buena posición entre las tramas, que deriva en el indiscriminado abandono de algunas durante buena parte del metraje (como ocurre con la correspondiente a Marion Cotillard).
Pero como no hay mal que por bien no venga, el circunspecto manual de actuación antes citado dota al guión de un hiperrealismo corroborado por la participación consecuente de todos los posibles agentes que pudieran tener un impacto directo y sugestivo en una acción similar (salvo una inexplicable omisión de las redes sociales, solo representadas por el blog). En este sentido, la película ofrece una completísima estructura operativa a varios niveles, que se enfrentan entre sí para disponer el conflicto, desde los mismos enfermos, pasando por los médicos y las familias, a la cúspide gubernamental y la prensa cizañera.
Creo que no soy el único que imagina que en un estado de alarma análogo, cundirían más las puñaladas que la solidaridad, y eso es lo que hace más disfrutable la segunda parte del filme, por ir mucho más lejos del alcance racional, fuera de toda consecuencia predecible. Tras el fuego cruzado entre opinión pública y farmacéuticas, llegan las reclusiones, los saqueos y secuestros, el racionamiento. Y en pleno clímax, sin lugar para un potencial desenlace, el flashback final que confirma la postiza conjetura del origen vírico en forma de una desafortunada cadena de eventos que concluye en el primer portador; algo tan innecesario y ridículo, como estremecedor golpe de efecto directo a la cabeza de un público que se va calentito a casa. Con esto se termina de constatar que el verdadero problema de Contagio no es la imperiosa necesidad de una verosimilitud que ya porta, sino el juicio subjetivo del que observa que, en la medida de su hipocondría -y de su confianza en los rumores sobre gripes asiáticas-, fijará el margen de credibilidad.
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