Pier Paolo Pasolini es uno de los directores más atípicos, no solo del cine italiano, sino de toda la historia del séptimo arte. Cuando rodó su primera película, de corte neorrealista, Accattone (1961), ya era un intelectual muy conocido en su país, donde había destacado fundamentalmente como poeta, pero enseguida se ganó un lugar de privilegio en la cinematografía merced a sus trasposiciones literarias. Deslumbró a todos con El evangelio según San Mateo (Il vangelo secondo Matteo, 1964) y reinterpretó el espíritu de la tragedia clásica en títulos como Edipo rey (Edipo re, 1967) y Medea (1969). Logró gran repercusión y reconocimiento con sus versiones de El Decamerón (Il Decameron, 1971), Los cuentos de Canterbury (I racconti di Canterbury, 1972) y Las mil y una noches (Il fiore delle mille e una notte, 1974), conocidas como la Trilogía de la Vida; y, por último, ofreció una dura crítica al fascismo y al capitalismo en Salò o los 120 días de Sodoma (Salò o le 120 giornate di Sodoma, 1975), su película póstuma, estrenada poco después de su asesinato en la playa de Ostia.
La historia de Edipo, el personaje central del mito de Tebas, le vino muy bien a Pasolini para filmar una película directa y desnuda, donde planteaba algunas de las cuestiones fundamentales para el ser humano. Y es que, no en vano, la tragedia de Sófocles, desde que el propio Aristóteles la situara como una de las cumbres del teatro griego en su Poética, ha sido uno de los más indiscutibles clásicos de la literatura universal. Pasolini no se ha limitado a trasponer la tragedia, sino que ha contado en la pantalla toda la vida de Edipo, desde su nacimiento en Tebas hasta su exilio al descubrir que, en realidad, él era la auténtica mancha humana -miasma choras- que había provocado la ira de de los dioses.
Edipo rey, en la versión sofoclea del mito, presentaba la primera investigación policial de la literatura occidental, con el atractivo de que el detective que pretendía resolver el crimen (Edipo, rey de Tebas) acababa descubriendo que el asesino de Layo, el anterior rey, era él mismo. Y no solo eso, sino que pronto descubriría también que Layo era su padre, y que él se había casado y tenido hijos con su madre. Lo curioso es que todo eso se lo comunicaba Tiresias al comienzo de la obra -"Saldrá a la luz que ha convivido con sus hijos como hermano y padre, el mismo hombre, que de la mujer que le engendró es hijo y esposo, que ha sembrado donde sembró su padre y es su asesino"-, aunque Edipo era incapaz de verlo, porque él, que pudo resolver el enigma de la Esfinge, no conseguía ver la verdad que tenía ante sus ojos. Esa ceguera metafórica se convertirá en literal cuando Edipo se vacíe los ojos al final de la tragedia.
En el Edipo rey de Pasolini, resulta inevitable referirse al complejo de Edipo formulado por Sigmund Freud. Pasolini consigue unir el mito clásico con el psicoanálisis en una apuesta arriesgada que mezcla dos épocas distintas. Edipo nace en el seno de una familia acomodada de Bolonia durante la década del veinte, en pleno auge del fascismo, pero es abandonado en el monte Citerón en una época que corresponde a la de la Antigua Grecia. Solo al final de la película, Edipo, ya exiliado, regresará a la Bolonia de mediados de los sesenta, al mismo lugar que le vio nacer, aunque él ya no pueda contemplar con sus ojos ese regreso al origen, al vientre materno.
Al cabo, lo que plantea Pasolini es lo mismo que planteaba Sófocles: la búsqueda de la verdad, la fragilidad de todo lo humano y la inexorabilidad de un destino cruel. Resulta curioso que se haya dicho de Edipo rey que es la película más autobiográfica de Pasolini, pero lo cierto es que podemos descubrir en ella muchas de sus obsesiones, aun siendo una fiel trasposición de la tragedia de Sófocles. En el reparto, nada queda al azar; Pasolini eligió a Franco Citti para el papel de Edipo, y, aunque recibió duras críticas en el momento de su estreno, su interpretación, algo afectada, se ajusta bien a un personaje que, eventualmente, tiene accesos de ira, es "hijo de la fortuna" y se convierte en un juguete en manos del destino. Resultó genial la elección de Silvana Mangano, un auténtico icono sexual, para el papel de Yocasta; de hecho, una de las grandes secuencias de Edipo rey es cuando, al dar de mamar a Edipo, Yocasta, en un largo primer plano, ve pasar por delante su siniestro futuro. El reparto lo completan Alida Valli (Mérope, reina de Corinto y madre adoptiva de Edipo), Julian Beck (Tiresias) y Carmelo Bene (Creonte).
Pasolini trata de subrayar el primitivismo de la obra mediante el empleo de intertítulos que recuerdan al cine silente, y logra crear una atmósfera inquietante con el empleo de músicas diversas: Bach y Mozart, el himno soviético, melodías populares de Japón, Rumanía, Marruecos... La primera mitad del metraje relata la historia de Edipo desde su nacimiento hasta que se convierte en rey de Tebas -lo hace por méritos propios, al derrotar a la Esfinge, y es, por tanto, un tyrannos, aunque después descubriremos que era también un basileus, el legítimo heredero de la corona de Layo-, mientras que la segunda se inicia con la plaga de peste que azota la ciudad. Al rodar en Marruecos, el director logró distanciarse del mundo griego clásico, recreando una Tebas mucho más próxima a la Micenas de Agamenón que a la Atenas de Pericles.
El mito de Edipo sigue estando vivo en nuestra cultura: en la pintura, en la ópera y también en el cine, donde se percibe su huella en títulos tan dispares como Recuerda (Spellbound, Alfred Hitchcock, 1945), El enigma de Gaspar Hauser (Jeder für sich und Gott gegen alle, Werner Herzog, 1974) Blade Runner (Ridley Scott, 1982) e incluso Desafío total (Total Recall, Paul Verhoeven, 1990). En su trasposición, Pasolini ha logrado una aproximación muy personal sin renunciar por ello al mito. Hay una frase que resume muy bien la película, pero también la propia existencia de Pasolini. Se la dice la Esfinge, justo antes de morir, a Edipo: "Es inútil, el abismo al que tratas de arrojarme está dentro de ti".
Premios: Nominada al León de Oro en el Festival de Cine de Venecia
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