Es una verdadera lástima que una película como El camino del guerrero haya llegado a España directamente en DVD sin pasar por las salas de cine, ya que tiene un formato lo suficientemente espectacular como para ser disfrutado en pantalla grande. La cinta se proyectó recientemente (en versión original subtitulada) en el Almería Western Film Festival, donde su director, el debutante Sngmoo Lee, se alzó con el Premio del Público. La idea de unir el western tradicional con las películas de artes marciales y de samuráis no es nueva, ya que ambos géneros comparten muchos elementos: un viaje, un personaje sin nombre, un pasado oculto, una venganza, una huida...
Es más, dos títulos clásicos de Kurosawa, Los siete samuráis (Shichinin no samurai, 1954) y Yojimbo (Yôjinbô, 1961), están en la base de westerns como Los siete magníficos (The Magnificent Seven, John Sturges, 1960) y Por un puñado de dólares (Per un pugno di dollari, Sergio Leone, 1964). Y no solo eso, sino que, desde la ya lejana Sol rojo (Red Sun, Terence Young, 1971), existe un subgénero que combina a los vaqueros con los samuráis; es el caso de Shanghai Kid (Shanghai Noon, Tom Dey, 2000), Sukiyaki Western Django (Takashi Miike, 2007) o El bueno, el feo y el raro (Joheunnom nabbeunnom issanghannom, Jee-won Kim, 2008).
Sngmoo Lee da un paso más allá y aporta un tercer ingrediente a este katana western, como a veces se le ha denominado, aunque quizás sea mejor la etiqueta western oriental, que encierra en sí misma un magnífico oxímoron. Ese nuevo elemento es el mundo del circo, tantas veces retratado en el séptimo arte, desde las ya clásicas El mayor espectáculo del mundo (The Greatest Show on Earth, Cecil B. DeMille, 1952) o El fabuloso mundo del circo (Circus World, Henry Hathaway, 1964) hasta las más recientes El último verano (36 vues du Pic Saint Loup, Jacques Rivette, 2009), El circo de los extraños (Cirque du Freak: The Vampire's Assistant, Paul Weitz, 2009) o Agua para elefantes (Water for Elephants, Francis Lawrence, 2011), por no mencionar la última gran aportación española a ese mundo: Balada triste de trompeta (Álex de la Iglesia, 2010).
Con una estética propia del cómic -de hecho, la película, en ocasiones, parece obra de Zack Snyder-, el director presenta una historia con tintes de fábula que se ambienta en un pequeño y polvoriento pueblo del Lejano Oeste llamado Lode. A ese lugar llega Yang (Dong‑gun Jang), un misterioso asesino del clan de los Flautas Lúgubres que huye de su pasado y trata de salvar a una niña a la que ha sido incapaz de dar muerte. Allí se encuentra con una nueva familia, la formada por Lynne (Kate Bosworth) y los miembros de una particular troupe circense, encabezada por Bola Ocho (Tony Cox) y por el borracho Ronald (Geoffrey Rush). Lo que une a Yang, Lynne y Ron es su oscuro pasado: ellos tratan de huir de su antigua profesión, mientras ella trata de cerrar las heridas causadas por el Coronel (Danny Huston), que asesinó a toda su familia a sangre fría. Ese pasado, poco a poco, irá aflorando y les llevará a unir sus fuerzas para enfrentarse con el Coronel, un villano de los que ya no se encuentran: el cabecilla de una banda de forajidos que atemoriza a todo el pueblo.
Lee se sirve de una serie de recursos bastante convencionales para construir su ficción (aparece una voz en off que luego resulta ser la de uno de los personajes; presenta la matanza de la familia de Lynne y el adiestramiento de Yang a través de flashbacks...), pero, al mismo tiempo, logra algunos hallazgos visuales dignos de recuerdo, como cuando Yang enseña a luchar a Lynne a ritmo de música clásica o cuando Ronald dispara desde lo alto de la noria a los cartuchos de dinamita que han escondido en un jardín de flores plantado en mitad del desierto -una escena, por cierto, tomada de Mi nombre es ninguno (Il mio nome è Nessuno, Tonino Valerii y Sergio Leone, 1973)-. La banda sonora, a cargo del español Javier Navarrete, acompaña muy bien a toda la función, y mezcla, paulatinamente, el orientalismo inicial con elementos que parecen tomados de Ennio Morricone.
Si hay una frase que resume a la perfección el espíritu de El camino del guerrero es la que le dice Ron a Yang cuando se han reconocido mutuamente como asesinos, como hombres que han hecho de la muerte su forma de vida. "Somos lo que somos", le dice, y esa circunstancia obliga a ambos a vivir siempre con un ojo puesto en su pasado. En definitiva, El camino del guerrero es un refinado -y espectacular- ejercicio estético que no parece, ni mucho menos, una opera prima, aunque lo sea. Habrá que esperar al próximo proyecto de Sngmoo Lee, un nombre que tendremos que tener en cuenta.
Premios: Premio del Público del Almería Western Film Festival
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