"Habemus Papam", el título de la película del italiano Nanni Moretti se refiere a la expresión latina "tenemos Papa" que proclama el Cardenal Protodiácono para anunciar la elección de un nuevo pontífice romano. El Papa recién elegido por el cónclave de cardenales pronuncia entonces su primer discurso papal desde el balcón central de la Basílica de San Pedro en el Vaticano e imparte su primera bendición universal, Urbi et Orbi, a la ciudad y al mundo.
Moretti ha combinado en forma maestra dos opuestos: las antiguas ceremonias de la tradicional Iglesia Católica (llenas de misterio, de dignidad, de simbolismos y de protocolos) y la agitada vida moderna que la zarandea (y que la enfrenta a toda velocidad al incesante influjo de la ciencia, del conocimiento, del desenfado, del acoso de los medios de comunicación, de la fama, del prestigio y del desprestigio). Moretti plantea como elemento de unión en esta danza, al humor. Es un humor sorprendentemente respetuoso, inteligente, profundo, que propone temas fundamentales sin caer en los facilismos ideológicos o burlescos. Genera entonces en el espectador un humor de sonrisa afectuosa, con el cual muchos nos podemos identificar.
La película se refiere con gran creatividad al cónclave cardenalicio, un tema sobre el cual se tiene muy poca información. Su nombre procede del latín "cum clavis", "bajo llave", por las condiciones de reclusión y aislamiento del mundo exterior en que debe desarrollarse la elección, con el fin de evitar intromisiones de cualquier tipo. ¿Cómo describir un ambiente de este tipo, donde se encierran más de cien hombres ya veteranos, más simples e infantiles electores que avezados políticos?, ¿cómo encontrar escenas y diálogos apropiados que atrapen al espectador? Jugando con las imágenes, haciendo que la cámara se desplace, detenida en los gestos y en los detalles, que van contando pequeñas historias íntimas de estos seres confusos, reales, abrumados por la responsabilidad que tienen y que al final van convergiendo hacia una decisión que libera sus emociones, que los hace sentirse partícipes de un momento sagrado.
Pero narrar creativamente historias de un cónclave secreto no dará lugar a suficientes espacios para desarrollar la capacidad de Moretti para contar una historia humana valiosa, con base en el humor y en la sorpresa. Se necesita que el cónclave elija no tanto a un Papa, como a un personaje sorprendente, con el cual el espectador se pueda identificar empáticamente, sin que dejen mal sabor las caricaturas y las situaciones que se van creando. No interesa ofender al papado, más bien desmitificar el manto de seriedad de unos hombres que resultan abrumados por la enorme responsabilidad papal, mostrando que se trata de personas sujetas a los mismos miedos y fragilidades que todos los demás seres humanos.
En efecto, dice Moretti que quiso representar en el nuevo Papa Melville, elegido sin que hubiera favoritismo previo, a un "hombre frágil", que se siente súbitamente inadecuado y sin energía ante el nuevo papel y quiso "hacerlo como comedia". Miguel Piccoli representa magníficamente a este Papa confuso, que se siente como un actor, súbitamente atacado por un "déficit de atención", como cualquier niño de nuestra época. La figura y los gestos de este nuevo Papa nos traen reminiscencias de Juan XXIII el Papa jovial, humano, bueno, anciano sencillo y humilde, que revolucionó a la Iglesia. Así se siente Melville, pero su fragilidad es mayor que su carisma.
Como estamos en la modernidad, es importante que los dramas, que la fragilidad, que las limitaciones y los miedos invencibles sean debidamente diagnosticados y remediados, con base en la ciencia, en el estado del arte, en la mejor de las tecnologías. Entra entonces el sicoanálisis y la siquiatría, directamente personificados por Moretti mismo, como un prestigioso y humorístico doctor Brezzi, y por su ex esposa, sicoanalista también, obsesionada con el déficit de atención creado en la infancia lejana de todas las personas. El nuevo Papa se enfrenta en esta forma a sus miedos, en un ambiente de teatro y de comedia, cargado de una cierta ternura. De la mano de Moretti, el espectador hace también el esfuerzo, junto a los demás cardenales, para resolver las confusas situaciones que se crean. La verdad es que la solución va a depender, como siempre, de la persona misma, más que de las imposiciones de la fe o de la ciencia.
Hay unas bellas escenas, en las cuales la voz maravillosa de Mercedes Sosa, cantando "Todo cambia" con su pegajoso ritmo latinoamericano, anuncia que grandes cosas se avecinan, aún si no se acaban de entender. Todo cambia, inclusive las antiguas tradiciones, y ello no tiene que ser motivo para la tragedia, más bien debe sentirse con humor y apertura, al ritmo del nuevo mundo mestizo, capaz de combinar todas las culturas en una nueva esperanza. Entonces cuando experimentemos, como se menciona por parte de Melville, una cierta sensación de "sinusitis síquica" que nos deje ver nuestras fragilidades humanas, es un momento para sentir, para tomarnos un retiro y contemplar la realidad desde otro punto de vista.
Estamos ante una película, a la vez profunda y sencilla, que se enfrenta en forma entretenida a temas centrales de la Iglesia católica, sin dejarse arrastrar por los escándalos que la vienen acosando desde hace años, sino más bien asumiendo una visión cariñosa y humana.
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