Si bien una película de suspense no suele ser considerada desde puntos de vista demasiado trascendentales o filosóficos, se la puede relacionar con lo védico, donde todo está relacionado con todo. El crimen y los comportamientos sociales desordenados son más prevalentes de lo que debiera esperarse, dado que la humanidad viene lidiando con ellos desde tiempos inmemoriales. Entonces una película como London Boulevard, que intenta penetrar en los fondos oscuros del alma humana, puede mirarse desde un punto de vista más trascendental.
Dado que el filme muestra el impacto de las circunstancias que apabullan a las personas, vale la pena referirse a José Ortega y Gasset, el maestro de la interpretación filosófica, para referirnos a lo que implican las circunstancias en la vida humana. Para este pensador español, la cuestión fundamental es aproximarse al "Todo" de la persona, mientras que la filosofía es el saber que se encarga de aproximarnos a esta cuestión. Para Ortega ello tiene que ver con las circunstancias, famoso por la expresión que acuña: "Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo". Las personas se van realizando constantemente en sus vidas, la vida misma es inherente al ser.
Mitchel (Colin Farrell) es un criminal que ha servido su condena y sale de la cárcel con buenas intenciones, no desea regresar, quiere recuperar sus posibilidades de vida normal. De hecho tiene cara de buena persona, de héroe, mirada noble y sabia. Su fortaleza física y mental es enorme, es capaz de experimentar ternura, de tener sentimientos de protección y compasión por su bella hermana atrapada en las drogas, en el sexo y en el alcohol. Sufre en carne propia cuando un par de jóvenes desadaptados atacan a un viejo mendigo en las calles de una Londres abandonada. Se enamora apasionadamente de una actriz solitaria y triste, acosada por horribles paparazzi, conversa ilustradamente con personajes atrapados por las drogas y la inutilidad. Pero las circunstancias lo persiguen, un sino terrible lo acosa. Al final, cuando sucede lo inesperado (¿acaso lo inevitable?), su cara se ilumina, al tener la certeza de que, en el fondo, él mismo ha sido el creador de los terribles hechos que lo condenan.
Charlotte (Keira Knightley) es una bella mujer, una actriz famosa. Vive una vida de reclusión, escondida de los fotógrafos acuciantes que la persiguen, que no le conceden un instante de intimidad. Debe ser terrible ser hermosa, ser deseada, aparecer por todas partes en fotografías, en vallas, en posters y no poder vivir en paz. La fama y la belleza se convierten en terribles circunstancias. No queda espacio para la sabiduría ni para compartir con los demás, ni siquiera para una cena íntima con un buen amigo en algún restaurante perdido y sencillo. Los fotógrafos, como parásitos insaciables, necesitan vivir y comer de la intimidad del famoso, tomar fotografías que sorprendan. ¿Para qué más fotos? La cara de la bella famosa está en todas partes, pero ella misma no puede estar en todas partes.
Ray Winstone representa a Gant. Un pandillero poderoso que lo tiene todo, una casa de ensueño, una bella mujer, poder, dinero. Pero no logra escapar de sus modos violentos, está rodeado de seres oscuros, a quienes ha estimulado con su propia maldad. Sabe que le espera una muerte violenta, como a la gente de su misma calaña. En su caso, las circunstancias tienen que ver con su mente poderosa, con su capacidad, que cree invencible, para manipular a los demás, para convertirlos en fichas.
Anna Friel es Briony. Una joven mujer de cara dulce y sensitiva, atrapada por su encanto personal, que una y otra vez atrae hombres a sus pies, rendidos y complacientes, ilusionados. Ella se aprovecha, disfruta, les saca dinero, los sumerge en placeres y luego los abandona, cansada de la rutina del momento, para iniciar nuevos ciclos de atracción y rechazo. La tragedia aguarda a la vuelta de sus tortuosos caminos, para ella y para su amante de turno.
Una ciudad que lo tiene todo. Londres, cargada de siglos de historia, rica, culta, bella, admirada. Pero en sus bulevares se esconden terribles circunstancias que nadie atina a comprender, no hay capacidad suficiente para aproximarse a las tragedias humanas, a la soledad, a la extorsión, al desempleo, a los mendigos, a los drogadictos, al crimen organizado o al desorganizado.
Entonces, ¿qué hacer ante tal situación? Por una parte, nunca aparece la policía, no hay acciones preventivas, no se aprecian ni la investigación, ni el investigador, ni intento ninguno por develar las raíces de lo que está sucediendo. No hay héroe que se comprometa valientemente, solamente algún policía corrupto, atrapado por los malevos o alguna cinta naranja que señala la escena del crimen. Estos bulevares tienden a ser tierra de nadie, en la cual los paparazzi pueden acosar a sus víctimas y en donde los pandilleros pueden obrar a sus anchas, donde los drogadictos pueden vivir de trance en trance, sin límites, hasta el suicidio. Historias negras, terribles, de desesperanza, circunstancias poderosas, inmanejables.
En medio de tanta oscuridad, aparece una y otra vez la cara de Charlotte, prevalente en los espacios de la ciudad, en bellas fotografías que hacen contraste con las escenas violentas y terribles. Es un recurso bien logrado que da armonía a la trama, una especie de historia transversal que mantiene la sensación de que hay un orden detrás del desorden. Una imagen muy londinense en verdad, cuando se recuerda el uso de la bella imagen de Diana, Lady Di, y su impacto emocional en la vida diaria de miles de personas.
Esto se puede considerar como una señal recurrente: A veces, en London Boulevard, el amor y la compasión se atraviesan en el camino de alguno de estos seres atrapados y las luces de esperanza se aprecian a lo lejos. Afloran las sonrisas, el diálogo surge como una serena posibilidad, reemplazando los monosílabos y la indiferencia. Quizás el amor, la empatía y la compasión puedan aparecer como salvación, en la medida en que la sociedad descubra formas amorosas y efectivas de regarlo por las vidas de las personas, de tal manera que la ciudad, sus bulevares y sus personas al conjugar la frase "Yo soy yo y mi circunstancia" puedan añadir que "las salvo a ellas mediante el amor, para también salvarme yo".
Las películas también obedecen a este principio. Ellas son ellas y sus circunstancias. Los espectadores somos nosotros y nuestras circunstancias. Yo elegí salvar esta película, que no es ciertamente memorable en su temática, aunque sí bien actuada, cuando decidí asociarla con una visión poderosa, como corresponde a un buen espectador imaginario. Así vista, se siente bien y se puede recomendar.
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