La descendencia filial parece gravitar en el cine de François Ozon como una de las líneas de reflexión prioritarias desde El tiempo que queda (Le temps qui reste, 2005). Mousse (excelente Isabelle Carré) es una mujer heroinómana y embarazada que ha perdido al amor de su vida, Louis (Melvin Poupaud), después de un definitivo viaje a Morfeo. La muerte como súbita desaparición, ya no produce en su cine esa tremenda laguna que aboca al vivo hacia los fantasmas de la razón, tal como sucedía en Sobre la arena (Sous le sable, 2000). El inexorable vértigo de la ausencia existirá como un tornasol en Mousse. Pero ese mar que choca violentamente sus olas, no es el vacío completo. Como dice Paul (Louis-Ronan Choisy), el hermano gay de Louis en su funeral, el que pierde su vida, otro la recuperará, palabras que retumbarán en su interior. Por ello, Mousse, repudiada por la familia de Louis (perteneciente a la alta burguesía francesa, a la que Ozon acostumbra a satirizar o poner en tela de juicio), decide exiliarse en el País Vasco francés, en una casa alejada del mundanal ruido y, como suele ser costumbre en Ozon, cerca de la playa. La visita inesperada de Paul pone en relación a los dos personajes y esos días que comparten juntos marcarán el destino de ambos.
Una casa aislada y dos personajes. Uno de ellos aparece como un intruso. La playa, el mar y el agua como hipnótico elemento cargado de simbolismo. Tropos que se repiten en su cine desde Regarde la mer (1997) y que se van repitiendo en ligeras variaciones, en films como Swimming pool (2003). Ozon en estado puro, sin aditivos ni conservantes.
El realizador parece que se nos hace mayor, en el mejor sentido de la palabra. Su actitud provocadora y moderadamente subversiva, enfatizada en sus primeros filmes, ha dado paso a una cada vez más depurada abstracción narrativa, menos excéntrica y más sutil. En apariencia más sencilla, pero a la vez mucho mejor dosificada. Su inquietud experimentadora ha dado pie a vistosos juegos metanarrativos, donde los esfuerzos se han centrado en la deconstrucción de los géneros, alguno de ellos plenamente lúdicos, como el de 8 mujeres (8 femmes, 2002).
Al llegar a Mi refugio, su virtuosismo pierde reflejo en maniobras estructurales, para centrarse en los personajes y el relato. No nos deja solo con el esqueleto. Ahora, las sugerencias parece que se desprenden solas, como la sensualidad de Isabelle Carré embarazada, a través de la fuerza de la imagen (importante conductora de significado en su cine) y la capacidad magnética de los actores, a los que aboca todo el aparato escénico, el cual, sigue siendo mínimo.
Mi refugio ha ganado vitalidad y fluida ligereza, fruto de su desinhibido hedonismo y de su inmanente desprejuicio, especialmente personificado en Paul y su apariencia de deslizarse por la superficie de las cosas. El ritmo cómico y la medida correcta del distanciamiento, le ha permitido ganar calidez, a la vez que sortea un sentimentalismo que siempre ha estado ausente en su cine. Pero esta vez, Ozon no es frío. Al contrario. Da los apuntes justos y exactos para que la emoción fluya y el drama permanezca como un subtexto que dé consistencia al fluctuante estado emocional de Mousse.
Isabelle Carré dibuja así, con clarividente expresividad, los diversos matices de su personaje, desde la soberbia hasta la inseguridad. Recuérdese por ejemplo cuando la madre de Louis le pide que aborte, ya que no desea que su hijo fallecido tenga descendencia.
El espejo nos da una proyección de nosotros mismos. En la quietud nos pensamos. Quizás por su potente fuerza iconográfica, uno de los planos recurrentes en la filmografía de Ozon es filmar a sus protagonistas mirándose en él. Interrogándose, buscándose a través de su reflejo. Mousse en la bañera acariciará su vientre como símbolo del vínculo indeleble con Louis. Esa estrecha ligazón no permitirá más contacto. Pero cuando esté frente al espejo, encontrará un nuevo tacto gracias a Paul y a su inquebrantable y espontánea solidaridad.
Mi refugio, lejos del discurrir de la vida, permite un estado de pausa que frena la acción. En esa acción de desligarse podemos encontrar la sustancia del relato cinematográfico. Su título, cuya variante en castellano opta por cambiar el artículo por un posesivo para enfatizar la importancia del relato en primera persona, ya alude explícitamente a esa idea de aislamiento, por ejemplo en la secuencia en la que ella baila sola en la discoteca gay.
Mousse encontrará su propia autarquía en ese estado voluntario donde se parapeta, lejos de injerencias insidiosas. No tiene claro su futuro, que poco a poco le será contorneado gracias a a Paul. Pero nuestra protagonista podrá erigirse como una persona con poder de decisión y con ello, Ozon realizará otro de sus fantásticos retratos femeninos, turgente en sus deseos y aspiraciones
Festival de San Sebastián 2009. Premio Especial del Jurado
Ficha técnica:
Mi refugio (Le refuge) , Francia, 2009
Dirección: François Ozon
Producción: Chris Bolzli, Claudie Ossard
Guión: François Ozon, Mathieu Hippeau
Fotografía: Mathias Raaflaub
Montaje: Muriel Breton
Música: Louis-Ronan Choisy
Interpretación: Isabelle Carré, Louis-Ronan Choisy, Pierre Louis-Calixte, Melvil Poupaud