Por el crédito concedido a la película de Andrea Arnold, Fish Tank está llamada a ser una de los largometrajes europeos importantes del año. Premio del jurado en el festival de Cannes, tres nominaciones, incluida el de mejor película, en los premios del Cine Europeo y ocho nominaciones en los British Independent Film Awards. Además, ha sido presentada en la sección This is England del festival de Gijón, en el festival de cine europeo de Sevilla y por último, en la sección Pantalla d'Actualitat en el festival de Manresa.
Alta Films tiene previsto estrenarla en pantallas españolas a mediados de marzo, pero nosotros gracias a Manresa, siguiendo con su criterio (excelente) de selección de calidad, nos permitió verla allí. ¿Y qué contiene para tanto revuelo? Podríamos decir, que estamos ante un one girl stand up show parafraseando la denominación inglesa a los monologuistas americanos. La película es Mia (Katie Jarvis) una adolescente enfadada con el mundo y que encuentra su válvula de escape en el baile. La cámara no se despega de ella y mediante su omnipresencia en todos los planos accedemos a su contexto (degradado) y a su familia disfuncional compuesta por tres mujeres: su madre, ella y su hermana menor. Un viaje a los estratos más suburbiales británicos para poner al día los principios del neorrealismo. Aunque aquí sin melodramatismo, y más cercano a la aspereza de Alemania año Cero (Germania, ano cero, 1948) de Roberto Rossellini que a Ladrón de bicicletas (Ladri di biciclette, 1945) de Vittorio de Sica. Pero no busquemos estados de ánimo enfáticos que remuevan la conciencia mediante un compromiso ético ante lo que vemos. La facilona comparación de muchos críticos con el cine de Ken Loach le perjudica más que le beneficia. En una órbita femenina prefiero vincularla a films como La vida soñada de los ángeles (La vie revée des anges, Erick Zonca, 1998), más que al universo del que parece ostentar el monopolio del retrato de la vida obrera británica.
Andrea Arnold parece tenerlo claro. El hecho de situarnos su film como una ventana a una realidad acostumbradamente escindida en el cine, es motivo más que suficiente, como para efectuar una denuncia (implícita) ante lo que se ve. Que cada uno saque sus propias conclusiones.
Se niega por ello a ejercer de conductora ideológica y la meticulosa descripción profundamente naturalista y costumbrista de la vida de Mia es motivo argumental más que suficiente para articular su discurso. Un discurso que juega con su ausencia, oblicuo si se quiere, que prescinde de una trama convencional (seguimos con las omisiones estructurales) pero que no renuncia a la crisis como motor de movimiento de nuestra joven protagonista desarraigada.
Es curioso que, frente a la contemporaneidad realista de la que hace gala el film, se recurra a la presencia del otro en el entorno familiar para articular el conflicto. La aparición del nuevo novio de la madre es el elemento ajeno en el núcleo de mujeres y como tal, viene a revolucionar la médula consanguínea de Mia. Pero se pervierte el conflicto tradicional de la llegada del ajeno (con intenciones maléficas) al pacífico y estable hogar. Aquí se invierten los ejes. La casa de Mia tiene de todo, menos de apacible recodo en el que resguardarse. Y Connor (Michael Fassbender), aparte de poseer un físico que revoluciona las hormonas de madre e hija, se presenta como un sujeto que llega al hogar para traer todo aquello que falta en él. Cohesiona a las tres mujeres, es tierno y amable con las tres, da apariencia de limpieza y pulcritud al espacio físico y, en definitiva, trae consigo actitudes, comportamientos y una afectividad saludables para todas ellas. Por primera vez, Mia siente que se fijan en ella y, de la forma menos inesperada, conoce el cariño (ella en cambio, se fija inicialmente en él a través de la mirada sexual). Aunque sigue "ladrando" a Connor igual que al mundo, se trata de una resistencia y un miedo al afecto, más que una actitud de rebeldía y negación ante lo que le rodea. No tardará en fraguarse el desequilibrio, en cuanto el bastión de Connor devenga en falacia.
Y es que Fish Tank, entre el maremoto de realidades virtuales y nuevos modos de representación acorde con la tecnología digital, aboga por una ficción que emule la transparencia en la representación de la realidad ficcional. La verosimilitud realista que construye el cuerpo y sustancia de una adolescente cargada de ira sustenta sus raíces en la escenificación de las líneas más prototípicas del documental. Pero se diluyen las barreras cuando Andrea Arnold decide jugar con el simbolismo de la yegua vieja, (no es casual que tenga los mismos años que nuestra protagonista), o con el pez fuera del estanque tratando de sobrevivir para otorgar así expresión metafórica del sentir vital de Mia. Tampoco renuncia a conformar cierto placer estético en la filmación de lo cotidiano y bucear entre la inmundicia para encontrar posibilidades atractivas de un entorno banal. No es que llegue a establecer una estilización que rompería con lo plausible, pero sí que existe en algunos planos una buscada belleza formal. Pensamos por ejemplo en aquel plano previo al encuentro nocturno a solas entre Mia y Connor. Andrea Arnold filma en plano fijo y panorámico el exterior del edificio donde vive Mia, con el viento meciendo los árboles. Un plano que presupone presagio y que funde en sí mismo atractivo visual y carácter anticipatorio.
Entendemos así que Fish Tank ha acabado seduciendo a los diferentes certámenes europeos sabiendo equilibrar sus fuerzas y devolviéndole al cine un realismo con compromiso social no adoctrinador. Aunque quizás no hubiese hecho falta, para ello, un metraje excesivo y una morosidad contemplativa que puede narcotizar al espectador.
Ficha técnica:
Fish Tank, Reino Unido, 2009
Dirección: Andrea Arnold
Producción: Kess Kasander y Nick Laws
Guión: Andrea Arnold
Fotografía: Robbie Ryan
Montaje: Nicolas Chaudeurge
Interpretación: Katie Jarvis, Michael Fassbender, Harry Treatway, Kierston Wareing