Clint Eastwood, en la lúcida Gran Torino (2008), en un ejercicio metalingüístico y autorreferencial, encarnaba a un trasunto de Harry el sucio envejecido y febril completamente desubicado en la sociedad pluricultural actual.
El teniente corrupto de Werner Herzog, como no podía ser menos, en el catálogo de seres desplazados, megalómanos y obstinados que conforman su larga filmografía, es un agente de policía totalmente fuera de lugar en una ciudad que lame sus heridas físicas y anímicas tras el huracán Katrina. También él encarna la descomposición crepuscular del héroe americano que se toma la justicia por su mano, pero desde un reverso sarcástico. No es casual que lleve consigo una magnum 44, arma icónica popularizada por el personaje mítico de Clint Eastwood, y en un momento del film comente: Un hombre sin arma no es un hombre.
Digo el teniente corrupto de Herzog aunque el director se adscribiese al proyecto con actor y guión cerrado y viniesen a buscarlo a él y no al revés. Pero el Terence McDonagh encarnado por el descantillado Nicholas Cage encaja como un guante en su cine y lleva consigo resonancias de aquellos personajes desquiciados y con un paso en la locura que encarnó Klaus Kinski bajo su dirección. Es un ejemplo de cómo un autor puede hacer suyos proyectos de encargo y vehicularlos bajo sus constantes y obsesiones cinematográficas. Algo que por ejemplo realiza con asiduidad Martin Scorsese. Llegados a este punto, es inevitable recurrir al Teniente Corrupto (Bad lieutenant, 1992) de Abel Ferrara, film precedente del que nos ocupa. Y si queremos articular nuestra crítica desde un factor comparativo entre ambos films, las diferencias son las que presidirían el escrito y las semejanzas pura anécdota.
En el largometraje de Ferrara la trama policial era mínima. En Herzog es un puro macguffin hitchconiano pero ocupa en el largometraje (demasiados) minutos. ¿Posible condimento narrativo para hacer más digerible un relato, habida cuenta de la aspereza y turbación del film de Ferrara? Es posible, pero en ambos largometrajes existen líneas de fuga hacia el onirismo. Unas alucinaciones que disgregan la estructura argumental para plasmar la subjetividad embelesada de los tenientes en su sucumbir en paraísos artificiales. Y si Nicholas Cage considera atractivo un relato de drogas sin ellas, Ferrara se recrea en la exposición frontal y en el plano fijo del teniente cayendo en sus adicciones. Y es que el cariz de ambos viajes, a través de las puertas de la percepción, es de distinto signo. En Ferrara es un auténtico viaje a los infiernos en una ciudad del pecado, Nueva York. Una urbe mugrienta y nocturna, que en su visualización reverbera con fuerza la gran manzana del tándem Martin Scorsese & Paul Schrader. El fuste católico del film de Ferrara, en el que la culpa y la redención son los ejes vertebradores del film, define con meridiana claridad el signo de la obnubilación en la que cae el teniente.
Pero Herzog se olvida de cualquier fervor religioso para ilustrar un proceso de degeneración moral. Hasta. el punto que el teniente del 2009 se pasea casi siempre a pleno día por una ciudad que guarda pocas concomitancias con la gran metrópoli. Es cierto que ambas ciudades han sido sacudidas por un hecho traumático en esta década, pero aquí acaba la coincidencia.
Nueva Orleans fue la ciudad escogida por Nicholas Cage para ambientar esta revisitación emprendida por el mismo productor de la película de Ferrara, Ed Pressman. Según afirma el actor, le une a la ciudad una especial conexión. Y él marca una gran diferencia frente al Harvey Keitel de Ferrara en plena expresión del método Stanivlasky. El intérprete de Leaving las Vegas (1995) vuela libre a través de una gesticulación atestada de sobreactuación desaforada en un personaje giboso tras un accidente en la espalda (prólogo que abre el film, situándonos en el inmediato post-Katrina). Y el excéntrico actor es el que determina al espectador ante una disyuntiva: o lo tomas o lo dejas. No puede haber término medio. Tómese como ejemplo la secuencia de la farmacia. Porque puede agotar tal exceso interpretativo y más cuando Herzog parece tomarse su film como una soberana broma (¿de mal gusto?) a la sociedad norteamericana sureña, a través del retrato grotesco de su teniente de policía. Porque Ferrara concluye con un final del que no parece haber escapatoria para un personaje que entra en una espiral de degradación cada vez más acuciante. Pero Herzog, socarrón, pone contra las cuerdas a su personaje. Lo tensa, lo acorrala, pero su corrupción conduce a un final disparatado.
La lacerante atmósfera de Ferrara da paso, en Herzog, a su ausencia, poblando el film de iguanas, un perro, una culebra y demás animales. Algunos de los cuales, además, aparecen filmados de forma surreal, con lente ojo de pez cuando es Terence, en pleno trance drogadicto, quien los ve. ¿Se acuerdan de la balsa llena de ratas de Aguirre, cólera de dios (Aguirre der Zorn Gottes, 1972) o del oso de Grizzly man (2005)? Puro Herzog.
Así pues, el tono decididamente jocoso del film nos recuerda el humor del absurdo, bajo el filtro de David Lynch. Y si en Venecia presentó ésta (también vista en Sitges) y su película producida por Lynch, My son my son, what have ye done (2009), nos preguntamos, ¿cuánto de cerca estaban ya estos dos realizadores cuando Herzog rodó en verano del 2008, Teniente corrupto?
Si estamos ante un remake, posiblemente sea uno de los más heterodoxos que se haya filmado nunca. Por lo que aquellos que hayan visto el original de Ferrara, pueden acercarse a un film que le va a recordar poco o nada al relato atormentado del teniente adicto a las drogas y a las apuestas. Y quien no haya visto el de Ferrara, que sepan que estamos ante un thriller policíaco con momentos peripatéticos y que retrata con mordiente acidez a las fuerzas de seguridad (norteamericanas) a través de un teniente descabelladamente corrupto.
Ficha técnica:
Teniente corrupto (Bad Lieutenant: Port of Call: New Orleans), EUA, 2009
Dirección: Werner Herzog
Producción: Edward E. Pressman, Alan Polsky, Gaby Polsky, Stephen Belafonte, Randall Emmett
Guión: William M. Finkelstein
Fotografía: Peter Zeitlinger
Música: Mark Isham
Montaje: Joe Bini
Interpretación: Nicholas Cage, Eva Mendes, Val Kilmer, Fairuza Balk, Xzibit