Agnosia es el segundo largometraje escrito y dirigido por el realizador alicantino Eugenio Mira tras The Birthday (2004), un interesante debut al que habían precedido dos cortos. En esta ocasión, Mira ha partido de una historia previa de Antonio Trashorras, guionista y director de televisión que ha participado, entre otros, en el guion de El espinazo del diablo (2001), de Guillermo del Toro. Agnosia es un proyecto ambicioso y, aunque su resultado sea desigual, tiene algunos puntos fuertes, sobre todo en lo referente a la recreación y ambientación de esa Barcelona de finales del siglo XIX que tan bien se refleja en la película.
En el prólogo, ambientado en 1892 en los Pirineos, descubrimos el origen de toda la trama posterior. Artur Prats (Sergi Mateu), un fabricante de lentes, presenta a unos compradores extranjeros su último invento, una mira telescópica que puede revolucionar la industria armamentística, pero en ese momento su hija Joana, todavía una niña, manifiesta una extraña dolencia, que es la que da título a la película, y que consiste en una alteración neuropsicológica de las percepciones sensoriales (el espectador percibe las consecuencias de esa alteración a través de la cámara subjetiva con la que se ofrecen algunos planos, desde la perspectiva de la protagonista). Sin embargo, la acción comienza realmente siete años después, en 1899, cuando Joana (Bárbara Goenaga) es una joven recluida en una lujosa mansión familiar y Carles (Eduardo Noriega), la mano derecha de su padre, es su prometido. Poco antes del enlace, el doctor Meissner (Jack Taylor), que ya ha agotado las posibilidades de la hipnosis, está a punto de probar un nuevo tratamiento para curar a Joana de su agnosia. La galería de personajes la completan Vicent (Félix Gómez), que, junto a Joana y a Carles, forman un extraño triángulo amoroso, y el misterioso personaje interpretado por Martina Gedeck.
El planteamiento, sin duda, es interesante, y va a haber una serie de giros argumentales que convertirán lo que parecía un drama de misterio en un thriller sobre espionaje industrial. Y aquí es donde encontramos uno de los grandes aciertos de Agnosia, en la mezcla de géneros, y no solo cinematográficos, sino también literarios. En este sentido, podemos establecer lazos de unión entre la película de Eugenio Mira y algunas novelas de Eduardo Mendoza (La verdad sobre el caso Savolta y La ciudad de los prodigios, que recrean esa misma Barcelona), pero, sobre todo, con los dos grandes éxitos editoriales de Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento y El juego del ángel, donde se presenta la Ciudad Condal en clave folletinesca y repleta de misterios. En cuanto a los referentes cinematográficos, debemos citar las trasposiciones que Antonio Drove (1980) y Mario Camus (1999) realizaron de las obras de Mendoza, pero también dos títulos fundamentales de la cinematografía española reciente, Los otros (Alejandro Amenábar, 2001) y El orfanato (Juan Antonio Bayona, 2007). En estos dos últimos, al igual que en Agnosia, se crea un espacio cerrado y perfectamente acotado en el que se mueven los personajes, mansiones o casonas donde sus moradores parecen estar protegidos del exterior pero, en realidad, se ven expuestos a otro tipo de peligros.
La crisálida en la que Meissner quiere encerrar a Joana recuerda mucho a la fotofobia de los niños de Los otros. Lo que pretende el doctor es que a la paciente no le llegue ningún estímulo exterior, y, para ello, debe sumir a la protagonista, durante tres días, en una oscuridad y silencio absolutos. Dentro de esa crisálida se produce la mejor escena de la película, aquella en la que Vicent, haciéndose pasar por Carles, le regala a Joana una lámpara que reproduce, en la oscuridad de su cuarto, las estrellas. El firmamento era lo único que Joana podía contemplar igual que los demás, sin que su percepción fuera alterada por la agnosia. Es una escena magnífica, en la que queda subrayada la partitura musical del propio Eugenio Mira, que suele componer la banda sonora de sus películas.
A lo largo del metraje, se producen diferentes saltos temporales que obligan al espectador a reconstruir un relato que ha sido previamente desordenado. La acción comienza in medias res, en un momento intermedio entre el inicio y el desenlace. En la secuencia final, Mira opta por recrear una escena de escalinata, con lo que, inmediatamente, aparecen ciertas reminiscencias, desde Intolerancia (Intolerance: Love's Struggle Throughout the Ages, D. W. Griffith, 1916) hasta El Padrino. Parte III (The Godfather: Part III, Francis Ford Coppola, 1990), pasando por El acorazado Potemkin (Bronenosets Potyomkin, Sergei Eisenstein, 1925) o Los intocables de Eliot Ness (The Untouchables, Brian De Palma, 1987), entre muchos otros títulos clásicos del séptimo arte.
En definitiva, Eugenio Mira ha ofrecido al espectador una película interesante que demuestra la alta calidad a la que pueden llegar determinadas producciones españolas. El único inconveniente es que no se hayan trabajado más los personajes principales desde el punto de vista del guion. Con todo, algunos de los secundarios son magníficos, como el doctor Meissner o Artur Prats, interpretados por Jack Taylor y Sergi Mateu, respectivamente. Es una lástima que el cine español se permita el lujo de prescindir tan a menudo del talento de actores como Mateu, que dedica casi todo su tiempo a la televisión. Lo mejor de Agnosia es, desde luego, su puesta en escena y sus personajes secundarios, y, aunque no será una película especialmente recordada en la filmografía de Eugenio Mira, con ella el realizador ha demostrado haber adquirido mucho oficio y ser capaz de lanzar nuevas propuestas estéticas dentro del cine español. No es poco.
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