Jodie Foster y Mel Gibson pertenecen a la estirpe de los actores‑directores, pues han ejercido su oficio tanto delante como detrás de las cámaras. En determinadas épocas de la historia del cine, este hecho suponía una auténtica anomalía, pero incluso dentro de la raza de los actores‑directores podemos establecer una determinada taxonomía: la de actores que se pasan a la dirección (Ron Howard, Spike Jonze o Sofia Coppola), la de actores que han dirigido una sola película (como Charles Laughton o Marlon Brando), la de actores que empiezan a dirigir y siguen actuando (Warren Beatty, Clint Eastwood, Woody Allen), la de directores que actúan a lo largo de toda su carrera (Vittorio de Sica o John Huston) y la de actores que, de vez en cuando, dirigen alguna película (Ben Affleck o Kevin Costner). Foster y Gibson pertenecen a esta última categoría, pues son principalmente actores que flirtean esporádicamente con la dirección.
El castor es un proyecto un tanto demencial, al que Jodie Foster llegó de rebote después de muchos años sin dirigir, ya que sus dos largometrajes anteriores son de la década del noventa, El pequeño Tate (Little Man Tate, 1991) y A casa por vacaciones (Home for the Holidays, 1995). Al incorporarse Foster al rodaje, eligió a Mel Gibson, a quien le une una gran amistad desde que participaron juntos en Maverick (Richard Donner, 1994), para el papel principal. La elección del actor australiano ha supuesto una gran muestra de generosidad por parte de Foster, ya que Gibson se encuentra actualmente en uno de los momentos más delicados de toda su carrera, y eso a pesar de la magnífica actuación que ofreció en la reciente Al límite (Edge of Darkness, Martin Campbell, 2010). Esta situación permite trazar ciertos paralelismos entre la vida del actor y la del personaje que encarna en la pantalla, Walter Black, alto ejecutivo de una fábrica de juguetes.
Walter Black tiene todo lo necesario para triunfar en la vida, para cumplir el sueño americano, pero desde hace dos años está sumido en una profunda depresión que ha acabado por destruir todo lo que le rodea, especialmente su trabajo y su familia, compuesta por su esposa Meredith (Jodie Foster) y sus dos hijos (Anton Yelchin y Riley Thomas Stewart). Walter siempre ha sido un ser dependiente de su padre, y, tras desaparecer este, está totalmente perdido en el mundo.
Un primer problema que plantea El castor es el de su adscripción genérica, puesto que, aunque contiene todos los ingredientes propios de una comedia, en realidad es un drama familiar con pequeños, pero amargos, toques de humor. La propia directora ha declarado que ella practica una mezcla de géneros y que lo que rueda son dramedies, si se acepta el neologismo, aunque más valdría hablar de tragicomedia. Si hay un elemento extraño en esta cinta, que produce una enorme distorsión, es el castor que da título a la misma, una marioneta de trapo que va a cambiar la vida de Walter Black y de su familia. Todo en esta película, incluso Mel Gibson, está puesto al servicio de la marioneta, que es la auténtica protagonista, la gran creación, un personaje que va creciendo conforme avanza el metraje. Poco a poco, el fuerte carácter del castor se va apoderando de Walter Black, que está a punto de ser controlado por su creación.
En realidad, El castor es un drama familiar sobre una de las enfermedades más desoladoras de nuestro tiempo, la depresión, a la que se le ha añadido, eso sí, un desdoblamiento de la personalidad en forma de marioneta. Por un lado, el film de Jodie Foster recuerda a títulos como El invisible Harvey (Harvey, Henry Koster, 1950) o Una mente maravillosa (A Beautiful Mind, Ron Howard, 2001), pero, por otra, a una serie de films en los que aparecía algún ventrílocuo y su muñeco, como El trío fantástico (The Unholy Three, Tod Browning, 1925; Jack Conway, 1930), El otro yo (The Great Gabbo, James Cruze y Eric von Stroheim, 1929), The Ventriloquist's Dummy (Alberto Cavalcanti, 1945; una de las secciones de Al morir la noche) y Magia (Magic, Richard Attenborough, 1978).
La historia, que arranca como una auténtica pesadilla americana (el American way of life invertido), se convierte en un relato de superación (el espectador debe permanecer atento a las imágenes de la serie King Fu que aparecen en la película) en el que la unión familiar triunfa sobre todas las adversidades. El mensaje que ofrece, por tanto, es bastante conservador, aunque haya quedado revestido de algunas intervenciones antológicas por parte del castor, que no solo es un alter ego de Walter Black, sino una suerte de superyó que no está atado a las convenciones sociales. Es una lástima que Foster no opte por un humor negro y esquizofrénico.
Sin duda, lo mejor de todo el metraje es Mel Gibson en su doble papel de Walter y el castor, ya que vemos cómo el propio actor va desapareciendo tras la marioneta, que se convierte en un ser capaz de todo para mantener el control. En condiciones normales, esta película la podían haber dirigido los hermanos Farrelly y protagonizado Jim Carrey o incluso Robin Williams, pero nos hubiéramos perdido a Mel Gibson en una de las mejores interpretaciones de su carrera. No es fácil compartir cartel con un castor y sobrevivir. Que se lo pregunten, si no, a Walter Black, "que tuvo que convertirse en castor, que tuvo que convertirse en padre".
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