La posada de la sexta felicidad cuenta una historia basada en la vida real. Se trata de un relato sobre la misionera inglesa Gladys Alyward, protagonizada por Ingrid Bergman y basado en el libro The small woman de Alan Burguess. La vida de cualquier persona es tan compleja, tan extensa, tan llena de giros y de contradicciones, que sería imposible llevarla al cine con toda fidelidad. Los realizadores de las películas también hacen parte de la realidad que están creando y sus propias personalidades van a jugar un papel, no importa que sean actores o directores consumados, capaces de olvidarse de sí mismos y asumir roles nuevos. Los escritores de los guiones a su vez dejan marcada su huella y llevan al espectador por sus propios caminos.
Gladys Alyward fue una mujer extraordinaria, que contra todos los pronósticos fue capaz de convertirse en una misionera dedicada al servicio, al bienestar y a la transformación espiritual de comunidades en la remota China. Su historia real ha sido motivo de inspiración para los que la llegaron a conocer. Pero, ¿es posible que personas como nosotros lleguemos alguna vez siquiera a estar en contacto con su vida, más allá de esta película? ¿Hasta dónde nos podemos acercar?
Ingrid Bergman fue una actriz extraordinaria y una mujer de gran dignidad, que a su vez superó grandes pruebas y nunca fue inferior a su destino como actriz de cine y teatro. En La posada de la sexta felicidad, por la cual recibió una nominación al Globo de Oro como mejor actriz, se identificó estrechamente con su personaje, tanto que nosotros los espectadores no caemos, en general, en cuenta de que es una mujer sueca alta, elegante, actriz de múltiples vivencias, la que está representando a una sencilla misionera inglesa de baja estatura.
Fue el escritor Alan Burguess el que convenció al director Robson para escoger a Bergman para el papel de la misionera Alyward, quien nunca quiso ver la película, molesta con las libertades dramáticas que se tomaron los realizadores. Nunca contestó una carta de Bergman al respecto, en la cual ella le decía “Casi sorprende que sea usted de carne y hueso, en lugar de una criatura imaginaria a la que yo deba debo dar vida con mis palabras y sentimientos….Confíe…en nuestra absoluta honradez, y que nuestro esfuerzo tiene siempre como mira el mayor afecto y consideración hacia su persona. Pero, en esencia, es una película, y hay que tomarse ciertas libertades pensando en los espectadores. Mi admiración personal a su persona y a su obra es ilimitada, y ansío que la cinta sea digna de usted”.
¿Cómo se aproxima el cine a una realidad honorable, cómo le rinde homenaje? Según lo que expresa Bordwell, el espectador perceptivo aplica ciertos esquemas, ciertas acomodaciones para definir los acontecimientos de la narración. Les da coherencia y unidad por medio de sus propios principios de causalidad, tiempo y espacio. El espectador es un ser imaginario, que va cambiando en el tiempo; sus hipótesis sufren modificaciones constantes. Un espectador de 2011 que está viendo una película de 1958 experimenta ciertos condicionamientos, que le llevan a interpretaciones distintas a las que tendría un espectador de 1958. El poder de un film de alta calidad hará que en cada época sea interpretado como valioso y significativo, más allá de que se lo examine desde el punto de vista histórico o anecdótico. Una realidad honorable presenta ciertos aspectos esenciales, que permanecen en el tiempo. Si una película como ésta logra acercarse a la esencia de una mujer que diseña su propia vida como una vida de servicio a los demás en un país lejano, que se enfrenta a la guerra, al poder y a las circunstancias para defender las vidas y la integridad de cien niños desprotegidos; si logra transmitir la humanidad de esta mujer, sus debilidades y sus fortalezas, es seguro que los distintos espectadores imaginarios van a experimentar sentimientos de aprecio, de homenaje, de admiración, los cuales, de alguna forma, pequeña o grande, van a transformar sus propias vidas.
Si se estimulan las sensibilidades del público, se ajustará su compresión a lo que dice Bordwell, cuando señala que la emoción no es en absoluto ajena a este proceso fílmico de comprensión y que cada film adiestra a su espectador.
¿Y cómo se puede examinar una película que refleja una realidad honorable, desde puntos de vista deleuzianos, enfrentados a conceptos de imagen-movimiento?
Por una parte está la cosa, el conjunto de elementos centrales, que no son el espectador, aquello que puede contemplar, que lo sorprende, aquello que se aprecia en los planos de conjunto de la película. En este caso la cosa es la realidad de un país como China, siempre extraño, tanto hoy como ayer; siempre sabio, a la vez moderno y atrasado; pero también duro, incomprensible. O la cosa es la realidad de la guerra, que nunca cesa, que siempre ataca; o pueden ser las circunstancias de los niños, siempre débiles, cariñosos, en necesidad de atención y de amoroso cuidado.
En segundo lugar están las imágenes de acción, las fuerzas, que constituyen las acciones y las relaciones entre los varios sujetos de la historia, representadas en general por los planos medios de las escenas. Acá aparece el personaje central como un ser de carne y hueso, que va superando los conflictos, que aprende un nuevo idioma y muchos oficios, que negocia con los poderes en nombre de sus nobles objetivos y que los logra finalmente. Una realidad honorable se representa acá matizando los hechos centrales con hechos anecdóticos de la vida diaria, que le agregan sabor a la historia, que enamoran al espectador y que pueden ser ciertos o no, pero que respetan la esencia honorable.
En tercer lugar aparecen las imágenes de afecto, las cualidades, las sorpresas inesperadas que matizan las acciones y las relaciones, en general determinadas por los primeros planos. Es lo que más nos conecta con los sentimientos de los personajes. Ingrid Bergman, con su cara serena, con su mirada profunda y sincera, nos transmite ciertas sensaciones que se quedan en la memoria de los espectadores imaginarios de todos los tiempos. De hecho decidí ver esta película por dos razones: por la cara de Ingrid Bergman en el afiche de promoción, con su sombrero chino y por su poético nombre La posada de la sexta felicidad (de inmediato me dije que quería conocer los nombres de las seis felicidades, especialmente el de la sexta de ellas).
En estos aspectos, al tratar de reflejar una realidad honorable, se pueden cometer errores, que no serán intencionales en todo caso, pero que pueden ofender, en la medida en que se entre en los terrenos prohibidos del personaje. Eso ha sucedido en este caso desde el punto de vista de Gladys Alyward, quien nunca se sintió bien cuando se enteró de que en la película se besó, con la mayor de las inocencias amorosas, con el coprotagonista (algo que nunca hizo en su vida real de misionera comprometida).
El cine ha venido para quedarse por siempre y las buenas películas como la La posada de la sexta felicidad merecen recibir el nombre chino que recibió la protagonista, Jen Ai ("aquella que ama a la gente"). Son películas que nos atraerán por siempre y que algún día veremos con cariño y emoción, porque nos harán sentir bien y porque nos harán apreciar la esencia de ser los buenos espectadores imaginarios de todos los tiempos.
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