"Nunca creí que Australia fuera un lugar que necesitara cultura de ninguna descripción,
pero sentimos que debíamos tener, al igual que la ópera, algo para poner en las estampillas.
Y, por supuesto, lentamente empezó a crecer. En realidad, solo crece
en cosas que se pudren, porque la cultura es, después de todo, queso ¿no? O yogur."
Barry Humphries, director de Alvin Purple
Not Quite Hollywood es un fascinante tributo a una cinematografía irreverente, fetichista, sanguínea y escatológica, un fluído de granos de plata que segregó sustancias emocionales de todo tipo en los espectadores australianos de los setenta. Es una invitación explosiva a un mundo maravilloso, violento y vulgar habitado por películas cuya carga erótica podían llegar a empañar el visor de las cámaras (una de las tantas anécdotas deliciosas que se pueden escuchar a lo largo de sus cien minutos de duración).
Uno de los grandes atributos del documental reside en su modo creativo de mimetizarse con su objeto de deseo, el cine de género australiano de bajo presupuesto realizado a principios de los setenta hasta finales de los ochenta y que se diera a conocer cariñosamente como Ozploitation. La película incorpora un montaje dinámico digno de las películas a las que celebra, y viajando a su misma desafiante velocidad pone a prueba el factor de absorción del espectador que debe asimilar la impresionante cantidad de información que se le arroja desde la pantalla.
Partiendo de una industria cinematográfica casi inexistente para finales de los sesenta (lo que les valió la adquisición del lapidario apodo de "non-filmmakers"), Australia comenzó a forjar una liga de inferiores constituida por fanáticos adoradores del cine de género y que lograron erigir un templo pagano de imágenes profanas que encontraron su debido culto en la masiva asistencia del público australiano a los autocines, el contexto en el que mejor funcionó este tipo de cintas y cuyo crepúsculo, no casualmente, coincide con la desaparición de estos espacios al aire libre. La película reivindica la figura de varios de sus apóstoles, tales como los directores Tim Burstall, John Lamond, Russell Mulcahy y, en mayor medida, Brian Trenchard-Smith, quien arroja una de las tantas frases lúcidas que pueden escucharse a lo largo del film: "Me quedó en claro que la acción era la moneda universal en el mercado de las películas. Y la acción trascendía todas las barreras del lenguaje". El trabajo y el desempeño "profesional" de estos realizadores distaban en siglos del reconocimiento y el prestigio mundial acaparado en aquel entonces por otros cineastas australianos como Peter Weir (Picnic en las rocas colgantes, La última ola), y como bien se señala en la película, la cualidad vulgar de estos cineastas contribuyó a consolidar una industria con identidad propia. También encuentran su debido reconocimiento los guionistas Everett de Roche y el productor Tony I. Ginnane, este último una figura de enorme peso para la gestación de estos films, apodado adecuadamente como el Roger Corman de Australia.
La película está dividida en tres capítulos que nos pasean por los géneros más característicos de una cinematografía que se vio beneficiada por la flexibilización de la política de censura en su país y del apoyo estatal que se otorgaba mediante subsidios a los incipientes realizadores que recién asomaban, todos ellos dispuestos a derribar la noción del -en ese entonces- casi inexistente cine australiano como un híbrido entre Europa y Hollywood. Así es como desfilan por la pantalla jóvenes vírgenes australianos ("ockers"), voluptuosas mujeres que contribuían a la celebración de la carne por medio de sus desnudos, asesinos en estado de coma con poderes telequinéticos, motoqueros violentos, una arrogante y misógina estrella del Kung Fu (Jimmy Wang Yu, el "Steve McQueen" de Asia), bandidos rurales (Mad Dog Morgan, encarnado por un intratable y frenético Dennis Hopper, alguien que no podía quedar excluido de semejante ciclo de descontrol), dobles de riesgo suicidas (Grant Page), olvidados actores de Hollywood recibidos a brazos abiertos por los australianos (Broderick Crawford, Joseph Cotton), hombres lobo, vampiros y demás menudencias aderezadas por la siempre fanatizada contribución de Quentin Tarantino (bien señalado por la película como fan por encima de cineasta) y los testimonios de realizadores consagrados como George Miller (alguien que empezaría trabajando como médico antes de entregarse al violento desafío de filmar una de las películas fundacionales del cine de género australiano, Mad Max).
Not Quite Hollywood no solo es genuinamente celebratoria en su recorte iconoclasta, sino que además induce al espectador a saciar su curiosidad chatarrera acercándose hacia estas películas y a sus títulos más emblemáticos (The ABC of Love and Sex, Fantasm, Australia after Dark, Patrick, Stone). En esta casi adolescente adoración por el cine reside su fetichista efectividad.
Trailer: