El buen hacer que demostró y la estigmatización positiva de las cintas juerguistas -con sus consiguientes chistes- que diseñó Todd Phillips con Resacón en Las Vegas maduraron (si se puede decir así) por exigencia de un contexto menos festivo y algo más dramático, también centrado en la amistad masculina, en Salidos de cuentas (Due Date, 2010). Cuando alguien ha alcanzado, no ya la cumbre de su carrera, sino la categoría de referente en el proceso de renovación de un género moribundo, la progresión es simplemente imposible.
Es mi particular explicación a la evidencia de que Resacón 2 ¡Ahora en Tailandia! no es mejor que su precuela. Pero, desechando la rotunda y absolutista sentencia de que las segundas partes nunca fueron buenas, tampoco sería justo decir que es peor (de hecho, según el propio Phillips, el part II del título original es una alusión a la saga de El Padrino -Francis Ford Coppola, 1972,1974 y 1990-, cuya segunda entrega igualaba, para muchos, la calidad de la primera). Una premisa idéntica a la de su matriz, que admite sustituciones de elementos compatibles, valida la cinta por analogía y, lo más difícil, tratándose de un dejà vu, es que no cansa. Aunque ya no sorprende; ha perdido la frescura y la espontaneidad que tanto dieron que hablar. Por supuesto, la culpa la tiene la enorme expectación causada por los insospechados y magníficos resultados de crítica y de taquilla de su predecesora.
La única novedad percibida en un vistazo a su trailer es el cambio de emplazamiento para la boda de otro miembro de la "manada" (como llama Alan al grupo en la inconsciente interpretación de su salvajismo). Del desenfreno de Las Vegas se ha pasado a la Bangkok hostigada por las leyendas urbanas. Porque, de nuevo, Phillips pone en marcha, a través de la postal turística de agencia de viajes, una malentendida parodia de los tópicos locales, que en esta ocasión -y siguiendo la regla no escrita de la Nueva Comedia Americana que obliga a incluir episodios policiales y pueriles sesiones de burdel- implican secuestros, dedos cortados, prostitutas transexuales, monjes budistas y tatuajes tribales. Mas, el uso de cada uno de estos dispositivos, lejos de la gratuidad que fomenta una arrogancia bobalicona, aparece justificado en un guión que presenta una maniobra de eficiencia y simplicidad tan pragmática (un mero encadenado de pista-hallazgo) que sería envidiada por muchos escritores de thrillers.
Pese a tener el molde fabricado, la tarea no se reducía a la ligera variación de los componentes redundantes y a cambiar al bebé por un mono traficante (¿qué dirán ahora los detractores del programa Involution de la cadena española Antena 3?). Los verdaderos guiños a la primera parte son escasos, reconocibles y de valioso sentido fílmico, en tanto son en su mayoría (con la salvedad de algún slapstick forzosamente evocador) ejercicios de montaje y un conjunto acciones que terminan por atribuirse a un personaje determinado, como el plano de la madrugada urbana en fast motion o la búsqueda del compañero extraviado en la azotea, por un lado, y las llamadas redentoras a las novias por parte de Phil, los estruendosos despertares de Alan o las deducciones finales de Stu, por otro. Sin embargo, no se aprecia ningún propósito comercial -aparte del implícito en el rodaje de toda secuela- de calado público, puesto que no se ha promovido esa repetición calcada de los gags de la que tanto ha echado mano Santiago Segura para su saga Torrente (1998, 2001, 2005, 2011), ni su desenlace anuncia o cierra la posibilidad de una nueva aventura con la que el director ya especula, con la que todos dudamos de la viabilidad de la madre de todas las astracanadas, la impensable boda de Alan.
El propio Galifianakis sirve de prueba concluyente de la evolución de la saga. Tras la encomiable extravagancia cómica del primer episodio, su rol queda relegado a la categoría de apuntador de coletillas en favor de la figura que mejor representa la ausencia de prejuicios en la "elegante" -por ese pijerío de la clase media-alta en sus protagonistas, a diferencia del común del género- comedia de autor que ostenta Phillips, el señor (Leslie) Chow. Su aplaudida presencia (dejó con ganas de más) desde los primeros minutos de la nueva resaca amnésica registra un viraje en el tratamiento del humor, esta vez más físico que dialogado, cuyo tramposo impacto corrige la previsibilidad en la que por momentos se encalla la trama. El crítico de ABC E. Rodríguez Marchante advierte con ironía al público de que las risas tardarán en llegar, pero terminarán por hacerlo con los títulos de crédito finales (entre las instantáneas del fiestorro). Yo aún diría más, si las carcajadas se esperan con demasiadas ganas, quizá no lleguen nunca, pues creo que la filosofía humorística del filme no se suscribe tanto al chascarrillo como al propio escenario, convertido en genuino sello de lo que hoy es una jugosa franquicia (número uno en su primer fin de semana en España).
Y hablando de franquicias, son ineludibles un par de menciones que contribuyen a la creación de esta imagen de marca: el nuevo cameo del púgil Mike Tyson (si el anterior era innecesario, su tatuaje en la cara del novio es el preámbulo a una actuación estelar que provoca una especie de "ascopena") y el ulterior remate explicativo de la memoria perdida en forma de prohibitivas -y ya clásicas- fotos al que antes hacía referencia; la recopilación de la primera juerga en formato libreto en la edición especial del DVD y su presencia en las paredes de la habitación de Alan en Resacón 2 establecen, además de la obvia intertextualidad, un potente vínculo metafílmico entre el espectador y su objeto de culto. Si esto no es crear moda...
Trailer: