Calentando motores ante la nueva edición del BAFF, que tendrá lugar a principios de mayo, rescatamos el film que se alzó con el premio Durián de Oro en la anterior edición del festival. Y de la misma manera que existen películas milimetradas al máximo para obtener un rendimiento comercial de alcance masivo, los denominados blockbusters, existen otro tipo de largometrajes pensados y diseñados para su paso por los principales festivales. Breathless sería un ejemplo del segundo caso.
En un plano conceptual (selección de contextos y personajes de origen social humilde y marginal) y formal -filmada en digital, iluminación natural, cámara en mano que acosa y persigue a sus personajes, casi ausencia de música no diegética, predominio de planos cortos y medios, etcétera-, casi podría haber estado dirigida por los hermanos Dardenne. O si no, pensemos en las evidentes similitudes con otro film del 2009, Fish tank de Andrea Arnold, película que obtuvo el año pasado una calurosa acogida en los festivales europeos. Es un tipo de cine que entiende que para ser verosímil y captar la esencia de eso tan abstracto llamado realismo, concibe el film como un dispositivo híbrido entre la ficción y el documental, donde la imagen es errante y dispersiva como lo son sus personajes, a los que capta en su insignificante cotidianeidad, para así reflejar experiencias más que acciones. Un cine intuitivo más que explicativo, que no informa, sino que se permite dibujar contornos para que el interior sea completado por el espectador.
Al margen de la corriente fílmica en la que se inscribe, con una clara vocación europea, lo que sí es específico del proyecto personal de Yang Ik-june, en cuanto lo produce, dirige, edita e interpreta, es el tratamiento de la violencia. Aquí es donde percibimos su lugar de origen. No es que sea uno de los ejes del largometraje. Sino que lo es todo. Desde el primer fotograma hasta el último, desde la primera acción de los personajes hasta la última. Para anegar a los personajes principales en una espesura viciada, explicitada mediante la reiteración de secuencias crispadas, el realizador debutante se sirve para su fin de un psicologismo bastante esquematizado pero efectivo en su exposición. Y es que aquel que ha sido testigo en su infancia del maltrato a la mujer, está condenado en el futuro a repetirlo.
Aunque tendrá una doble proyección según el género. En el caso del hombre, desde un determinismo bastante cuestionable, sienta las bases para convertirlo en un futuro agresor. Prueba palpable es Sang-Hoon (Yang Ik-june), el protagonista, delincuente de poca monta que se dedica a extorsionar mediante la fuerza física a gente que no paga sus deudas. Y el hermano de Yeon-Hue (Kim Kot-bi), el cual se integrará en esta pandilla de maleantes. Nótese como el tercer vértice masculino principal, el amigo de Sang-Hoon, sólo es el que ejecuta las órdenes, sirviéndose de ella con fines puramente mercantilistas. Pero de los tres, es el que se muestra más atemperado. Es huérfano. Por ello, no ha sido expuesto a una violencia que haya conformado su carácter belicoso.
La mujer en cambio, en este círculo está sentenciada a ser víctima de la agresión. La hermana de Sang-Hoon es el claro ejemplo. Yeon-Hue se muestra más resistente. Planta cara y por ello le llama la atención a Sang-Hoon. Pero tampoco ella se escapa de su condición de víctima en cuanto vemos la relación con su hermano. Y desde una óptica patriarcal, la disfunción de los dos protagonistas viene originada por células familiares rotas. Pero en la desestructura del ámbito íntimo, tanto de Sang-Hoon como de Yeon-Hue, no parece pesar tanto la ausencia de la figura maternal (ambas fallecidas), sino el derrumbe de la silueta paternal. No es casualidad que se insista mucho en el respeto a los mayores en boca de Sang-Hoon. Es decir, reverencia al hombre longevo, rasgo tradicionalista acentuado de la cultura coreana que también aparece en la cultura nipona.
En este sentido, Yang Ik-june parece no llevar a inquisición a sus personajes. Si bien el hermano de Yeon-Hue está dibujado con tanta acritud, en clara diferencia al resto de personajes abrigados por un manto de comprensión, que resultará fácil presumir su rol negativo en el desenlace. Una conclusión que a pesar de todo tampoco permitirá posibilidad de reformismo a Sang-Hoon.
Por lo que, frente a la aparente exposición distanciada y objetiva, hay escondido un evidente moralismo, por cuanto el protagonista no merece salvación. Y respecto a ello, también detectamos una extraña contradicción en la opción escogida para mostrar la violencia. Si durante todo el largometraje, el continuo enfurecimiento se exhibe de forma esquinada, ya sea mediante el fuera de campo de la víctima o a través de la cámara nerviosa que impide una visión clara, por qué nos reserva para el final un primer plano sostenido de la cara ensangrentada de Sang-Hoon. Posiblemente el realizador calcula que en este punto ya habremos empatizado lo suficiente con el protagonista, por lo que acabaremos sobrecogidos. Aunque ello suponga traicionarse. El problema viene cuando el efectismo del plano queda inhabilitado por un error de previsión. Ya que todo no puede conseguirse al final, si previamente no nos ha permitido aferrarnos lo suficiente. El registro documentalista lleva sus riesgos, por lo que no puede solicitarse al espectador un resultado melodramático, si previamente se nos ha negado una dramatización cálida.
Y si decíamos de Kim Ki-duk que le interesa el impacto, mediante la convivencia forzada de la brutalidad y la poética, Yang Ik-june prefiere optar por la disociación de ambos principios. Quizás para dar un respiro al espectador, inserta varias secuencias con ausencia de sonido diegético y es cuando hace acto de aparición la música incidental para así crear una atmósfera que permita elevarse por encima del mundo cruel y opresivo que retrata. En Fish tank, Andrea Arnold también buscaba lo mismo, si bien en ella todo era más sutil y más brillante.
En definitiva, una lástima que las fallas y contradicciones no permitan que nos olvidemos de la etiqueta "película de festival" y estemos más pendientes de las grietas que de los aciertos.
Festival de Cine Asiático de Barcelona (BAFF), 2009. Premio Durián de Oro.
Festival Internacional de Rotterdam, 2009. Tiger Award
Ficha técnica:
Breathless (Ddongpari), Corea del Sur, 2009
Dirección: Yang Ik-june
Producción: Yang Ik-june
Guión: Yang Ik-june
Fotografía: Jong-Ho Yun
Montaje: Yang Ik-june, Yeong-Jung Lee
Interpretación: Yang Ik-june, Kim Kkobbi, Lee Hwan, Joung Man-shik