Las películas basadas en acontecimientos históricos intentan dar al espectador una vista integral a través de las imágenes y el sonido, cualidades capaces de matizar unos hechos mucho más allá de donde alcanzan los libros y estudios impresos. Son, además, un buen paradigma para desacreditar aquella máxima de que "la Historia la escriben los vencedores". Pongamos el caso de Hollywood. Bien es cierto que existen incontables películas norteamericanas sobre las dos Guerras Mundiales, pero también son numerosas las dedicadas al fracaso de Vietnam, espinita bien profunda en el patriotismo americano. Pese a toda maniobra ideológica que pueda conllevar el equilibrio de la balanza, este tipo de cintas filmadas por los perdedores sirven, la mayoría de las veces, para la desprejuiciada denuncia.
Ciudad de vida y muerte ofrece al espectador un durísimo juicio moral sobre los crímenes de guerra del Ejército Imperial Japonés en la invasión y masacre de la ciudad de Nankín, durante la Segunda Guerra Chino-Japonesa. La gravedad de este abominable ejemplo de la crueldad humana no fue equilibrada en la concepción de los dos bandos. Mientras que los chinos, llenos de rencor y resentimiento cifraban las muertes de civiles en más de 300.000, en la versión japonesa sólo habían muerto soldados e, incluso, algunos aseveraban que se trataba de una simple leyenda calumniadora. Lo que todos tienen claro hoy, es que este nefasto evento actuó como factor directo en la permanente tensión política entre las dos naciones.
Habiendo dirigido tan sólo dos películas, Lu Chuan alcanza el culmen de su trayectoria con esta tercera. Va a ser muy, pero que muy difícil autosuperarse. Al margen del desgarrador verismo del filme, poco hay que comentar. No entendamos mal. La película desborda sencillez por los cuatro costados, de tal manera que anima a crear escuela. Serviría como una impagable master class para realizadores sobre la materia de la puesta en escena, destacando la lección de composición fotográfica. Contradice y aturde los sentidos el consolador hallazgo de tanta belleza en unas imágenes tan duras. La acertada elección del blanco y negro, aparte de subrayar el envejecimiento de la acción, contribuye a reglar un dramatismo perenne, que se inyecta en las retinas y se apuntala para siempre en la sesera. Ese viene a ser el propósito de un film dirigido por un hombre preocupado por el silencio de una mala memoria histórica: que su contenido se sostenga y se prorrogue en el tiempo, que se haga inolvidable.
Los japoneses, como los nazis alemanes, llevaron a cabo su particular holocausto con los chinos de Nankín, entonces capital de la República de China. En Ciudad de vida y muerte será, sin embargo, un alto cargo del Reich alemán, John Rabe, el padrino de la comunidad avasallada, que establecerá un refugio dentro de la ciudad. Pero, sus competencias tendrán límites y no podrá impedir todo tipo de atrocidades fuera de su protectorado: violaciones múltiples a mujeres, fusilamientos en masa, entierros en vida o calcinaciones humanas.
Entre tanto salvajismo, el taimado director chino aprovecha para realizar una presunta valoración del conflicto desde la óptica de cada bando. Su discurso será capaz de persuadir al más desconfiado. Por supuesto, la condena a Japón es unánime y contundente. Canalizado por una dimensionalidad heterogénea, el pensamiento conclusivo es idéntico: personificado en la heroicidad del líder de la resistencia Lu Jianxiong; en la valentía de la señorita Jiang, una maestra china que arriesga su vida por salvar a los civiles condenados; en la desgracia del señor Tang, el entregado y temeroso secretario de Rabe; y en el tormento moral de Kadokawa, un soldado japonés cuya conciencia, ante tal brutal cinismo, no para de cuestionar las órdenes de su impasible superior. Ciudad de vida y muerte es pues, según Lu Chuan, interrogante y respuesta axiomática en un pack indivisible. Ya son varios los críticos -como O. Rodríguez Marchante o Tonio L. Alarcón- que establecen sus influencias en el cine de guerra de Spielberg. Proclamo mi adherencia a esta nada fortuita corriente deductiva de la base de Ciudad de vida y muerte en el tenso ejercicio de cruda hermosura de La lista de Schindler (Schindler's List, 1993) y en el trepidante tempo bélico de las secuencias de acción de Salvar al soldado Ryan (Saving Private Ryan, 1998).
Dentro de la acongojante emotividad que destila filme, conviene distinguir el par de escenas enmarcadas en la iglesia que sirve de cobijo a los chinos de Nankín, especialmente sobrecogedoras por su impacto visual y por su alegorismo. En la primera, los soldados japoneses ven entrar a alguien, que creen un soldado chino, en la parroquia y se acercan a comprobarlo. Adentro, cientos de civiles acojonados levantan las manos, desde hombres corpulentos hasta niños que aún no saben hablar. Es la rendición de un pueblo, luchador pero impotente, ante el imperio invasor, disponiéndose a su merced. Desgraciadamente, esta viñeta no ha diluido su vigencia, actualizándose hasta nuestros días.
Las violaciones a las mujeres son los crímenes sobre los que el filme hace un mayor hincapié (no en vano, el exterminio de la ciudad también se conoce popularmente como la Violación de Nankín). Los soldados imperiales necesitaban desahogarse y solicitaron la presencia de prostitutas japonesas en el frente. No teniendo suficiente con ello decidieron ir a por las mujeres chinas. La segunda escena de la iglesia pondrá un nudo en todas las gargantas: Rabe convoca a las mujeres para anunciarles, con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, que cien de ellas deberán complacer a los soldados alemanes durante tres días; si se niegan serán masacradas. En lugar de cundir la desesperación comienzan a aparecer voluntarias... Aquí, después de tanta desgracia, es donde el título de la cinta cobra un sentido que no atinábamos a corresponderle. Es la desoladora resignación final, la constatación de la debilidad propia frente a la fortaleza del adversario; es la aceptación de la muerte. Pero, al mismo tiempo, el sacrificio de algunas supone la esperanza para los demás, la resucitación de la solidaridad y el hombro con hombro; en definitiva, la vuelta a la vida de un pueblo agotado que volvió a levantarse.
Festival de San Sebastián, 2009. Concha de Oro y mejor fotografía
Ficha técnica:
Ciudad de vida y muerte (Nanjing! Nanjing! - City of life and death), China, 2009
Dirección: Lu Chuan
Producción: Han Sanping
Guión: Lu Chuan
Música: Liu Tong
Fotografía: Cao Yu
Montaje: Teng Yun
Interpretación: Liu Ye, Hideo Nakaizumi, Fan Wei, John Paisley, Gao Yuanyuan, Ryu Kohata