Si algo hay que atribuirle a Polanski es que, aun siendo (¿demasiado?) académico en la puesta en escena de sus films -no hay lugar para la improvisación, en eso se parece al estilo de Kubrick, pero tampoco para la innovación-, es un verdadero maestro a la hora de emplazar a sus personajes en entornos que no les son afines, haciéndonos sentir la incomodidad, el desconcierto, la claustrofobia y por supuesto el miedo que se deposita en ellos. Si en La semilla del diablo (Rosemary's baby, 1968) la opresión venía dada por el entorno de Rosemary en su nuevo apartamento, y en El pianista (2002) por los desolados y grises paisajes derruidos por las bombas, en el caso de El Escritor, Polanski consigue entremezclar los dos entornos, interior y exterior, confundiéndolos, de forma que el emplazamiento de nuestro protagonista muestra claramente los sentimientos que en cada momento éste está atravesando. Así, igual que el escritor de la película dice claramente que no le interesa la política y por ello no lee biografías de políticos, parece que a Polanski le ha servido de excusa la conspiración del argumento para mostrarnos, en esta ocasión, cómo se siente una persona al darse cuenta de que está siendo utilizada, que es un simple fantasma al que nadie ve ni escucha entre tanta hipocresía y secretismo.
Con un intrigante inicio que recuerda mucho al de la actual Shutter Island de Martin Scorsese (no será lo único: los paisajes en los que se emplazan las historias -islas-, el mal tiempo que acompaña a los personajes, la presión que sienten por parte de las personas que les rodean), El Escritor se centra en tres días de la vida de un escritor al que le encargan finalizar las memorias de Adam Lang, un ex primer ministro inglés. Aislado en la mansión de su cliente, poco a poco irá descubriendo que su predecesor, muerto en extrañas circunstancias, había descubierto pruebas sobre las atrocidades -con la excusa de luchar contra el terrorismo- realizadas para favorecer la relación e intereses entre los Estados Unidos y el Reino Unido, y que involucran no tanto al primer ministro (verdadero "pelele" de una conspiración mayor, que nos hace ver las similitudes que comparte con el escritor), sino a su entorno inmediato.
El título en inglés es mucho más revelador acerca de lo que vamos a encontrar en el film. Si un ghost writer es el escritor de "segunda categoría", que sobrevive ayudando a los famosos a redactar, en el film (adaptación del libro de Robert Harris, que co-firma el guión, tras haberse cancelado su previa colaboración para la adaptación de Pompeya -y que sí hubiese supuesto una innovación en el cine de este director) se lleva este concepto a la situación del personaje (interpretado por Ewan McGregor) que, curiosamente, ni tan siquiera se dota con un nombre... ¿Para qué? No hace falta: el escritor es, aunque protagonista de sus descubrimientos, secundario de todo lo que pasa a su alrededor. Como decíamos antes, veremos lo mismo con el ex primer ministro, un Pierce Bronan que, también curiosamente, nos recuerda demasiado a Tony Blair...
Desde el primer momento en que aparece nuestro protagonista, Polanski se sirve de intimidantes planos para mostrar el acecho al que le someten. Así, por ejemplo, cuando le encargan el libro, y tras presionarle para que se vaya esa misma noche a Estados Unidos y finalice el trabajo en escasas cuatro semanas, vemos a su representante, al editor y al abogado del Adam Lang en primer plano, mientras uno de ellos le dice impetuosamente que recuerde que tiene que sacar "el corazón" del primer ministro. O el segundo más impactante, con un primer plano de Lang, detrás su mujer y al fondo su ayudante del gabinete. Este es el único momento en el que parece que tanto el primer ministro como su equipo tienen en cuenta al pobre fantasma, básicamente porque le piden que escriba un sutil comunicado contra las acusaciones del Tribunal de La Haya. Entonces... le tienen en cuenta porque les sirve para algo. Le convierten en cómplice.
La impecable puesta en escena ayuda a que la historia fluya de forma pausada pero continuada, llevándonos finalmente a un desesperanzado desenlace. Destacable una fotografía que nos adentra en el frío contexto en el que se desarrolla la trama, acompañada de una inquietante banda sonora (que también recuerda al estilo de Shutter Island, pero que en este caso se acopla mucho mejor a las escenas que en la de Scorsese) que mantiene en tensión al espectador. Las secuencias en las que "el fantasma" está solo en la casa, en una habitación en la que se confunde el espacioso y moderno (frío) interior con la también espaciosa playa, pero siempre vacía a causa del amenazante tiempo, nos hacen ver que McGregor es un prisionero, da igual que esté fuera o dentro de la casa, en el hotel o incluso en las instalaciones del editor.
El entorno nos ayuda a comprender también su creciente soledad: mientras lee un texto que no le convence, mientras espera a que le atienda su cliente, mientras bebe en el bar... poco a poco vemos cómo su sentimiento, que pasa de la soledad al miedo, se transforma en curiosidad autoprotectora, saliendo de la casa y adentrándose en amplios, frondosos y confusos bosques, en remotos parajes de la isla, en busca de respuestas que no acaba de encontrar... Para bien o para mal, pasa de ser escritor secundario a investigador periodístico, y vemos su evolución gracias a la interacción que tiene con el cambiante paisaje que le rodea: de la casa a la playa, al hotel del continente, al ferry... y persecuciones varias (que nos recuerdan demasiado a las de La novena puerta, 1999) por el muelle, por el bosque, acabando finalmente rodeado de personas en la presentación del libro, pero, aún así, sigue estando solo. La soledad del que conoce la verdad. Una verdad que, por contra, a nadie interesa. Y si no, sólo hace falta analizar el último plano secuencia... de lo mejor para rematar la historia de este fantasma.
Tras tanta supremacía demostrada por parte del director, a la que por otro lado ya nos tiene acostumbrados (no hay que olvidar que, además, obtuvo el Oso de Plata al mejor director en la última edición del Festival de Berlín), hay que destacar también el trabajo de Pierce Brosnan, que de todas todas ha conseguido librarse de la etiqueta "007" demostrando que no es sólo el típico actor guaperas al que ya se le ha pasado su momento. De McGregor podemos decir que está correcto y nos adentra bien en su particular via crucis. En global, las interpretaciones consiguen realzar un guión que, aunque previsible, sorprende, básicamente y de nuevo, a través de su puesta en escena.
En definitiva, nos encontramos ante un film que, aunque entretenido e interesante, al estilo de La tapadera (Sydney Pollack, 1993), va un poco más allá, quizá exclusivamente por el saber hacer de un Roman Polanski que sigue haciendo su cine de siempre, que se le da bien. El escritor no pasará a la historia como lo mejor de este director, pero es recomendable tanto para amantes o no de los films de suspense con trama política, por la impecable escenografía y lo que ésta representa.
Festival de Berlín 2010. Oso de Oro al mejor director.
Ficha técnica:
El Escritor (The Ghost Writer), Alemania/Francia/Reino Unido, 2009
Dirección: Roman Polanski
Producción: Roman Polanski, Robert Menmussa, Alain Sarde
Guión: Roman Polanski, Robert Harris (basado en el libro The Ghost, de Robert Harris)
Música: Alexandre Desplat
Montaje: Hervé de Luze
Interpretación: Ewan McGregor, Pierce Brosnan, Olivia Williams, Kim Cattrall