En torno a la muerte de William Shakespeare se cierne una espesa niebla que ha dado lugar a las más diversas teorías, hipótesis y elucubraciones. No deja de ser una cuestión polémica, pues a veces se ha llegado a poner en duda que él fuera el autor de las obras que se le atribuyen, lo que ha provocado una gran indignación en ciertos sectores de la crítica y la historia literarias. Anonymous parte de la premisa de que Shakespeare, en realidad, solo fue un hombre de paja, y que quien estaba detrás de toda su producción no era otro que Edward de Vere, decimoséptimo Conde de Oxford. Algo parecido insinuaba José Payá Beltrán en el relato "La segunda vida de Christopher Marlowe", donde jugaba con el hecho de que Shakespeare empezara a ser conocido precisamente tras la muerte de Marlowe. A lo largo de la historia, autores como Mark Twain, Charles Dickens o Sigmund Freud se han preocupado por este tema.
Hecha esta advertencia, debemos reconocer que Anonymous no es una película más, sino una ficción perfectamente orquestada que se centra más en las intrigas políticas del periodo isabelino que en el mundo del teatro de la época, si bien busca correspondencias entre esa realidad política y algunas de las obras más famosas de Shakespeare, como Enrique V, Hamlet o Ricardo III. Sin duda, lo que más llama la atención del espectador es descubrir que, tras un proyecto tan ambicioso, se encuentre el realizador alemán Roland Emmerich. De hecho, hacía muchos años que Emmerich no sorprendía al público, concretamente desde el estreno de la deslumbrante Stargate (1994). A partir de ese momento, se ha dedicado a ofrecer grandes espectáculos pirotécnicos, como Independence Day (1996), Godzilla (1998), El día de mañana (The Day After Tomorrow, 2004), 10.000 (10.000 BC, 2008) o 2012 (2000), tan solo interrumpidos por un título algo distinto pero igual de grandilocuente, El patriota (The Patriot, 2000).
De repente, Emmerich ha abandonado su campo de trabajo habitual y se ha marchado a Alemania para rodar con un magnífico elenco de actores británicos, entre los que destacan, sin duda, Rhys Ifans y Vanessa Redgrave, que sostienen el peso de la función. El resultado es, cuando menos, notable, ya que Anonymous ofrece una espectacular recreación del Londres isabelino y bebe, fundamentalmente, de un título como Shakespeare in love (John Madden, 1998), del que parece una versión en clave dramática, pero también de Laurence Olivier y de Kenneth Branagh, los dos grandes adaptadores de Shakespeare al cine, de los que toma la puesta en escena. Y es que, no en vano, Shakespeare es, en sí mismo, todo un género cinematográfico, tal como señalamos ya en este mismo medio (“Shakespeare en el cine”). De todas maneras, como Anonymous no renuncia a presentar las intrigas, conspiraciones y anhelos de todos aquellos nobles que rodearon a Isabel I (Joely Richardson y Vanessa Redgrave, madre e hija interpretando un mismo personaje en diferentes fases de su vida), el referente más directo del largometraje de Emmerich es el díptico compuesto por Elizabeth (Shekhar Kapur, 1998) y Elizabeth: The Golden Age (Shekhar Kapur, 2007).
Anonymous comienza y acaba en el Nueva York actual, cuando un director de teatro (Derek Jacobi) acude al estreno de un espectáculo que se llama igual que la película, "una tétrica historia de pluma y espada". Los espectadores de cine, por tanto, nos convertimos en un público de teatro que asiste a una función, pero pronto dejamos de ver la tramoya y el escenario desaparece. Una vez en el Londres isabelino, se producen varios saltos temporales y ya nos encontramos totalmente inmersos en la película, que retrata la vida de Edward de Vere, Conde de Oxford (Rhys Ifans), convertida en una suerte de tragedia griega, acaso shakespeareana. Por un lado, Anonymous se centra en sus relaciones con la reina Isabel I, en su amistad con el Conde de Essex (Sam Reid) y el Conde de Southampton (Xavier Samuel), y en los enfrentamientos con su suegro y su cuñado, Sir William (David Thewlis) y Sir Robert Cecil (Edward Hogg). Oxford es un escritor atrapado en un mundo el que nadie escribe, de ahí que busque la complicidad de Ben Johnson (Sebastian Armesto) y William Shakespeare (Rafe Spall) para dar a conocer sus obras.
Al cabo, Anonymous presenta una lectura interesante: habrá un día en el que el poder ya haya pasado y nadie se acuerde de Sir Francis Walsingham, de los Cecil ni de los condes que trataron de traicionar a la reina Isabel I, pero siempre se recordarán obras como Hamlet, Macbeth o El rey Lear. Si le preguntamos a alguien por la batalla de Lepanto, posiblemente todo el mundo nos dirá que en ella Cervantes perdió la mano, pero pocos recordarán a Don Juan de Austria, comandante en jefe de la armada española. Es la venganza del arte: tarda en llegar, pero después permanece... para siempre.
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