El ser humano es un verdadero pozo sin fondo, a cuya exploración ha contribuido notablemente el cine. Con las infinitas posibilidades que se presentan para contar historias, relacionar personajes, tejer tramas intricadas, una película puede llegar hasta las más recónditas rendijas del comportamiento humano, sin que se alcancen a agotar los temas ni las situaciones.
Mediante el cine, el mundo de los sueños y de las fantasías puede ser traído a la vida cotidiana como si se tratara de una realidad palpable. No hay necesidad de encadenar la secuencia de las imágenes y los cuadros en forma razonable o lineal. Por el contario, se vuelve más estimulante y más real si desaparecen la lógica y las explicaciones. El cine puede jugar con los tiempos y con los espacios y el espectador se va adentrando con los personajes para vivir sus historias, como si fueran reales. Podemos llegar a experimentar la sensación de que la vida es una película en la cual podemos actuar, jugando con dos papeles: el nuestro que crea los roles y el del otro que los actúa.
Siguiendo esta línea de razonamiento, se abre la posibilidad de imaginarnos que somos actores capaces de resolver los traumas y las situaciones dolorosas mediante la actuación, y que el efecto será mayor en la medida en que nos atrevamos a actuar con realismo, enfrentados de verdad a las consecuencias de nuestras acciones fantasiosas y soñadas.
El cine francés tiene una capacidad especial para dibujar estos mundos, en los cuales los personajes diseñan dramas y comedias, para vivirlos y observarlos hasta generar una sensación de liberación personal. En manos de un director profundo como Luis Buñuel, este diseño se convierte en una obra maestra.
Una bella mujer, Séverine, protagonizada por Catherine Deneuve, está casada con un hombre sensible, que la quiere y la protege, pero no es feliz. Su vida es monótona, sin eventos, como la de una fina muñeca de porcelana contemplada e intocable. Vive matizando su vida rutinaria con sueños eróticos y masoquistas, en los cuales es conquistada y humillada, sintiendo una rara y callada satisfacción, que permanece escondida detrás de la aparente normalidad.
Un evento sin trascendencia, cualquier cosa que se dice sin mucha conciencia, despierta en ella un nuevo proyecto liberador: se convierte en Belle de Jour, una prostituta elegante de día, y de noche, en esposa fiel. Mujer atractiva, a la vez aventurera y tímida, cada vez más experta y deseable. Buñuel nos va llevando por esta transformación con suma decencia, sin abusar con el morbo, sin que se pierdan el encanto y la inocencia de los gestos, a pesar de las intrusiones del machismo, tan natural en un ambiente de burdel. Deneuve se desenvuelve perfectamente, con sumo equilibrio, como una trapecista de circo que no cae ni pierde la compostura. No hay economía en las escenas. La cámara se detiene, el diálogo es completo, se puede saborear la puesta en escena y apreciar el diseño exquisito, rico en detalles.
Vamos penetrando así al lado femenino de los sueños, sumiso, pacífico, curioso, más bien despreocupado y desprendido, donde todo es posible y vemos cómo se enfrenta eventualmente a la realidad masculina, signada por la posesión, los celos, el miedo, la amenaza, la violencia. Cuando se trata de sueños, los protagonistas conservan ciertas potestades de diseño que les permiten afrontar el machismo desde la fantasía y la imaginación, y son capaces de actuar, en el caso de Belle de Jour, como una hembra sometida, incluso deseosa de castigo. Sufrimiento imaginado.
Cuando penetramos el mundo de las realidades compartidas, existe el riesgo de perder la potestad de mujer sensible y abierta, ante la capacidad masculina para atropellar y poseer. Como ha sido relativamente común, en este mundo el macho pierde la compostura si la hembra no se pliega a sus embates celosos y altivos, especialmente si éste se cree hermoso y atractivo. Entonces ataca y el sueño que se vive y se goza puede convertirse en la tragedia que se sufre.
Si se vive la experiencia de los sueños desde la posición de observador testigo, externo, que la diseña, nada malo ocurre, pero tampoco nada realmente bueno. Si el sueño se vive realmente, se convierte en realidad palpable, inescapable, cuyas consecuencias son inevitables, capaces de cambiar a la persona y de hacerla crecer, pero también de afectarla negativamente y de destruirla. Entonces el peligro de las realidades fantasiosas reside en su contaminación con los miedos, con las emociones limitantes y con el enamoramiento enfermizo, y su efectividad reside en poderlas vivir, para cumplir deseos profundos que deben hacerse realidad.
La persona puede ser bella de día, elegante en los sueños y en las fantasías, en la medida en que lo femenino domine y navegue despreocupadamente por los senderos de lo macho, experimentando la realidad sin límites, sin temores. De esa navegación el ser puede salir transformado, liberado, al ser capaz de experimentar los deseos profundos como realidades vivas. La pregunta que la cinta deja abierta tiene que ver con lo siguiente: ¿Es posible vivir tales experiencias liberadoras imaginativamente en la mente propia o es necesario traerlas a la vida real como hechos de vida, que se mezclan con las realidades de otras personas? Pienso que un espectador atento puede vislumbrar que hay una respuesta escondida en
Belle de Jour: vale la pena vivir la experiencia y experimentar el deseo profundo, pero como obra de teatro, como película, como imaginación, tan real para el cuerpo como la vida misma. Al dar el paso a la experiencia real, compartida, será menester andar en buena compañía.
Independientemente de las muchas inquietudes que un espectador experimenta cuando se enfrenta al sorprendente mundo de Buñuel, quizás lo realmente valioso es relajarse y disfrutar de su estética, de sus filigranas, de las actuaciones consagradas que logra en los personajes, de las combinaciones mágicas, de las imágenes inesperadas, de sus diseños cuidadosos y de cada pequeña historia entretejida. No hay gesto que no valga la pena, ni aspecto sobrante.
Belle de Jour es una obra maestra.