Es difícil de concebir una mayor miseria humana que la del tráfico de personas, siendo especialmente degradante el que se lleva a cabo para explotar sexualmente a mujeres jóvenes, casi niñas. De acuerdo con investigaciones como las del estadounidense Siddarth Kara[i], el número de niñas y mujeres jóvenes obligadas a prostituirse supera el millón; comprar una esclava en África cuesta seiscientos dólares; un servicio sexual se puede obtener en algunos países por cuatro dólares; y la explotación de esclavas sexuales genera más de 35.000 millones de dólares anuales. Señala Kara que si bien el tráfico de drogas genera mayores ingresos, las mujeres víctimas del tráfico sexual son más rentables, porque no tienen que ser cultivadas, destiladas ni envasadas y pueden ser usadas una y otra vez.
Lo más sorprendente de este vil negocio es que los que trafican, venden y compran mujeres no son solamente criminales despiadados, sino incluso familiares de las víctimas, policías, funcionarios y gente de apariencia normal. Es un negocio degradante, no solamente desde la manipulación y degradación de personas, sino desde el maltrato, las torturas y las deprivaciones insufribles. La tragedia humana queda retratada, como describe Kara “en los ojos moribundos de una niña destrozada que ha sido forzada a tener relaciones sexuales con cientos de hombres antes de cumplir los dieciséis años”.
Es evidente que este tipo de “industria” depende de la pequeña fracción de los hombres que son responsables de su demanda. Basta con que uno de cada mil hombres mayores de edad en el mundo use del sexo pagado diariamente, para saturar la capacidad de las 1,2 millones de esclavas sexuales existentes.
Es en este ambiente que se desarrolla la excelente película La verdad Oculta, protagonizada magistralmente por Rachel Weisz en el papel de Kathryn Bolkovac, una policía estadounidense que se enlista para trabajar en Bosnia, como parte de una fuerza de tareas de la empresa “Democra”, contratada por la ONU para actuar como policía especial de transición luego de la guerra que devastó al país balcánico. Bolkovac es una mujer sensible, disciplinada, que termina enfrentada a una red de traficantes, en la cual están involucrados funcionarios de la policía y de las mismas agencias de la ONU.
La cinta se desarrolla con estructura de suspenso, no obstante que se trata de una historia basada en hechos reales. Serán pocos los espectadores que tengan conciencia de haber visto en la prensa los sucesos que se van narrando, poco a poco, atados a la trama investigativa que va siguiendo Bolkovac en forma tenaz, luchando contra todos los obstáculos, hasta penetrar las capas de los círculos de maldad dentro de los cuales se esconde la verdad oculta.
La verdad va apareciendo lentamente, reflejada en las miradas tristes y derrotadas de decenas de mujeres que desfilan en centros de acogida, en centros de detención, en burdeles, en miserables cuartos llenos de mugre y desolación. La mujer policía es la única persona que se atreve a investigar a medida que las evidencias se amontonan, claras, terribles. Ella las va amontonando y pegando en la cartelera de su oficina, al mejor estilo investigativo de buen detective, de esos que solamente aparecen en las películas. Pero para el espectador, esos clips, esas fotos que se amontonan y que aparecen una y otra vez en las escenas son evidencias de la compleja tarea a que se enfrenta la sociedad si quisiera erradicar esas lacras.
Investigar es una labor metódica. Surge de la capacidad para observar, para recoger datos y evidencias, sin menospreciar la información. Se complemente con las ganas de preguntar, de averiguar y se corona con el establecimiento de alguna teoría que explique lo sucedido. Pero cuando lo que se investiga es una tragedia humana, en la cual hay víctimas abandonadas, que no tienen esperanza, llenas de terror y cuando algunos de los culpables son aquellos que las deben defender, surge la obligación de denunciar, de luchar por el cambio, de acabar con la maldad, de sembrar humanidad y futuro.
Las películas que narran hechos de guerra en los Balcanes tienden a ser ricas en texturas grises. Los bellos bosques pierden en cierta medida el verde, carecen de romanticismo y de evocaciones, se convierten en senderos para el escape, en campos minados, donde se arrojan cadáveres y se entierran cuerpos masacrados. Las ciudades se aprecian también oscuras, desoladas, como abandonadas. Es un ambiente de caras tristes, de mujeres que sufren violencia familiar, de hombres brutales y alcoholizados. Los cuerpos extranjeros de paz hacen lo que pueden, pero las circunstancias parecen invencibles. Sin embargo, por entre los resquicios de lo imposible se cuelan personajes sensibles, humanos, inteligentes, que saben que la esperanza nunca muere mientras haya humanidad presente. En último término, cuando el sistema no responde, siempre está la prensa, con su capacidad para dar a conocer hechos sorprendentes. Esa misma prensa, con frecuencia capaz de dañar y de destruir, tiene la posibilidad de impulsar el cambio favorable cuando hay periodistas honestos e idealistas. Por esa prensa es que ha llegado a nuestra atención lo que se narra en este filme.
Larysa Kondracki y otro grupo de mujeres, incluyendo a las icónicas actrices Vanessa Redgrave y Monica Bellucci, han diseñado esta obra desde un punto de vista muy femenino. La sabiduría parte de lo femenino sensible, sea hombre o mujer el que la expresa; en cambio la brutalidad se genera en el machismo indiferente. Bandadas de pájaros vuelan en los cielos de Bosnia, entre escenas duras; una luna solitaria, el más femenino de los astros, brilla en medio de los cielos oscuros, con luz penetrante y reposada. Así se penetran los círculos de la maldad, no importa que sea una labor casi imposible.
[i] “Sex Trafficking: Inside the Business of Modern Slavery" (Tráfico Sexual: Dentro del Negocio de la Esclavitud Moderna), Columbia University Press.
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