Una mujer frente a un espejo |
Rescatar esa imagen contundente de la película es una manera de sintetizar un símbolo imborrable de lucha y transformación. El antes y después de un país, el antes y después en la vida de una mujer, de una maestra de la ciudad de La Plata, llamada Estela, alguien que no planificó ser lo que es.
Así, nacieron las Abuelas de Plaza de Mayo. Y con ellas, Estela. Y digo nacer, porque entre tanta muerte, la vida es un signo de esperanza.
Verdades verdaderas muestra una de las peores etapas de la historia argentina, que modificó la vida de una familia de clase media (al igual que otras), compuesta por un matrimonio formado por Guido (Alejandro Awada), dueño de una ferretería, y Estela (Susú Pecoraro), dedicada a la docencia y a la crianza de sus cuatro hijos: Claudia (Laura Novoa), Laura (Inés Efrón), Kibo y Remo. Y lo narra desde un lugar intimista y respetuoso, lejos de ser una película biográfica documental, como ya se hicieron sobre las organizaciones de derechos humanos, es una reconstrucción ficcional donde se recrea el pasado de una mujer que se transformó en ícono de los Derechos Humanos en Argentina y en el mundo.
El primer plano de un reloj de arena marca el inicio del film, allí conocemos a Laura. Es la década del setenta, precisamente 1975; un árbol se plantó torcido en el jardín de la familia Carlotto, como una suerte de presagio sobre lo que vendría. Inmediatamente, una voz en off nos ubica treinta y dos años más tarde, los años que tiene el nieto de Estela, al que aún hoy sigue buscando. Ella le escribe una carta, por si algún día... la lee. Así, el relato se aleja del formato lineal para oscilar entre el pasado y el presente, como un diálogo donde se priorizan y entrelazan las causas y consecuencias de los hechos, sin separar las acciones de los personajes con relación a su contexto.
Una elección audaz para el joven cineasta y debutante, Nicolás Gil Lavedra, hijo del ex ministro de Justicia, Ricardo Gil Lavedra, quien participó en el juicio contra la Junta Militar por los crímenes cometidos durante el gobierno de facto 1976-1983. A aquella pesadilla, transmitida y vivenciada a través de su padre, Nicolás supo darle forma concreta en una historia que merecía ser contada. ¿Por qué no? Una historia que lleva en su espalda a treinta mil argentinos desaparecidos, entre los que se encuentra la hija de Estela, Laura Carlotto. Una joven militante, que junto a su esposo y su hermana Claudia intentaron cambiar el mundo, como muchos otros.
El film muestra a Estela sin ningún tipo de vínculo con la militancia política, intentando preservar y cuidar a sus hijos como podía. Su esposo, Guido, hacía lo mismo. Nadie desalentaba la lucha por los ideales, pero ante el golpe de Estado de 1976, las cosas cambiaron notablemente. Sus hijos estaban siendo perseguidos y amenazados. A Guido lo secuestraron tres semanas y luego lo arrojaron a la puerta de su casa como un despojo lleno de golpes. Claudia debió exiliarse. Al esposo de Laura lo mataron. Ella fue detenida estando embarazada, dio a luz a su hijo, al que llamó Guido, en honor a su padre, y luego fue asesinada.
Susú Pecoraro logra un papel brillante que penetra profundamente en el espectador, se mete de lleno en la piel de una mujer a la que el dolor le cambió la mirada, le quitó el brillo, pero nunca le restó valor ni tenacidad por hallar a su hija como a su nieto. Y, luego, a los nietos de otras abuelas. En cada escena se muestra, con delicadeza, el paulatino proceso de cambio que la llevó de maestra a militante por los derechos humanos. Una transformación que se vivencia en cada uno de sus planos, a través de su lenguaje corporal, de una cámara que siempre parece protegerla y revelar la expresividad de sus ojos, delatar el paso del pelo rubio al cano, de su alegría primaria a su nostalgia constante. Una mujer que experimentó: el haber golpeado las puertas del comando del Ejército y pedir que por favor no le maten a su hija; enterarse por una ex detenida que iba a ser abuela; buscar incansablemente en la Casa Cuna a quien podría ser su nieto; buscar a su hija y recibir su cuerpo muerto, luego exhumarlo para comprobar el nacimiento de Guido; comenzar a circular por la Plaza de Mayo en busca de justicia para los hijos y nietos desaparecidos, junto a otras madres y abuelas... ¡Cómo no cambiar!
En el papel de Guido Carlotto, Alejandro Awada también logra delinear a su personaje con gran verismo y sensibilidad. Como padre, plasma un deterioro silencioso y físico desde aquel primer secuestro, donde dejó de ser parte de lo que era, hasta agudizar su dolor con la pérdida de su hija y la desazón de ese nieto buscado año tras año. Él no logró canalizar su dolor desde la lucha, como hizo Estela, a través de una organización; sin embargo, la apoyó como pudo para que nunca la abandone.
El resto del elenco actoral, Rita Cortese, Carlos Portaluppi, Inés Efrón, Laura Novoa, Fernán Mirás, terminan de completar y jerarquizar el film con destacados desempeños.
Mientras se desarrolla la historia, también vemos el armado del archivo biográfico de las familias de desaparecidos, donde se dejan mensajes grabados, recuerdos, y todo aquello que conforma la identidad de alguien que no la tiene, porque se la robaron. Le expropiaron su historia, contándole una mentira. No es casual el título del film, al subrayar la importancia de la verdad.
Gil Lavedra logra generar ciertos matices y diversos climas en relación con cada momento narrativo. Por eso, en el trabajo visual es notorio el paso de la luz a la sombra en las locaciones y en los ambientes de la casa, que pasaron de la risa y el bullicio al silencio y el miedo. La reconstrucción histórica también está bien articulada, diferenciando las distintas épocas por las que transcurre la historia.
El guion de Jorge Maestro y María Laura Gargarella aporta la sencillez de los diálogos cotidianos, los silencios necesarios y las frases históricas, contundentes, dichas por los militares a Estela. Sin embargo, cada palabra expresada representa la voz de muchos otros, porque se habla desde y a través de un drama colectivo, basado en la vida de una mujer que bregó y brega incansablemente por recuperar la memoria, la verdad y la justicia. Entonces las voces se multiplican, y nace la fuerza.
Las imágenes entregan la cuota necesaria de realismo y dolor. No hay excesos ni golpes bajos. Estela de Carlotto compartió su historia y Gil Lavedra la tomó, no solo con respeto, sino como ejemplo, para dar cuenta de que, a pesar de la pérdida, siempre se debe ir en busca de un final feliz, como es la tarea que desempeñan las abuelas al seguir buscando y recuperando la identidad y reconstruyendo la memoria de tantos nietos, hombres y mujeres que merecen ser libres. Como dice el film: "Ya son 105. Por ahora...".
Trailer: