En la última década, las adaptaciones cinematográficas del cómic han crecido como la espuma. Más, aún, si circunscribimos esta categoría al subgénero de superhéroes. Desde filmes sobre humanos que han adquirido sus habilidades especiales como consecuencia del algún incidente como Spider-Man (Sam Raimi, 2002), Hulk (The Hulk, Ang Lee, 2003) o Los cuatro fantásticos (Fantastic Four, Tim Story, 2005), pasando por otros sobre una futurista raza superior de humanos como X-Men (Bryan Singer, 2000), hasta aquellos sobre criaturas sobrenaturales de origen místico del tipo de Hellboy (Guillermo del Toro, 2004), todos con sus respectivas secuelas, los superpoderes han vivido un momento de esplendor gracias, tanto a la dirección por parte de cineastas consagrados, como a las últimas técnicas en materia de efectos especiales.
Pero, una novísima tendencia, no menos espectacular, está trasladando las aventuras de estos incansables defensores de la ley hacia un dominio más realista y actualizado. Bajo el marco de comunidades enfangadas de putrefacción política y social, germina el descontento de piadosos filántropos que dedican cuerpo y alma a combatir estas lacras de la humanidad. Así, se antoja ejemplar el último díptico sobre la historia alternativa de Batman de Christopher Nolan (2005, 2008), como también lo es el de Jon Favreau sobre Iron-Man (2008, 2010). La última adaptación reseñable dentro de este grupúsculo en crecimiento la constituiría Watchmen (2008), filme de Zack Snyder basado en la célebre novela grafica homónima escrita por Alan Moore, que se enmarca en una ucronía que parte de la Guerra Fría, donde se humaniza a los superhéroes a través de sus venturas y fracasos personales.
Aplicando a esta corriente un último giro de tuerca, pasamos del millonario solidario y musculoso al enclenque freak comiquero. Kick-Ass es una ultraviolenta fábula sobre perdedores que buscan su rinconcito en el mundo. Como historia de superhéroes resulta infantil por su carácter grotesco, pero lo que debe trascender es su perfil de denuncia social y crítica a la globalizada "era de la información". La soledad del individuo en la sociedad moderna es un tema tan ajado que ya se ha trivializado hasta en el cine. Aquí, ese intento de integración de praxis excesiva se verá sustentado por los mecanismos que más contribuyen a definir los estilos de vida del siglo XXI: el auge de las redes sociales y el imparable avance de la falta de ética en unos mass media sedientos de morbo y sensacionalismo.
Ahora los ídolos son chavales introvertidos, a los que los tebeos tienen sorbido el cerebro, en el mejor de los casos. El amor adolescente y una afición extremada por los superhéroes del papel serán las razones "de peso" que les lleven a embutirse en unas mallas. En el otro extremo, se encuentra el viejuno reaccionario, interpretado por un ya atragantado Nicholas Cage que adoctrina a su hija en el sentimiento de una inmisericordiosa venganza. Lo que para unos empezó como una forma de obtener una popularidad vetada, los otros lo transformaron en una espiral descontrolada de masacres justicieras. El guión de la historieta original, a cargo de Mark Millar, presentaba un minimalismo aplastante, socorriendo el crédito de las motivaciones de sus personajes. La adaptación de Goldman y Vaughn, se muestra como una variante algo más intrincada, cuyos giros sólo intervienen a favor de la justificación de la sangre y de la ridiculización más absoluta de una subcultura eminentemente americana -aunque ya exportada a todo el mundo- y más palmaria de lo que pensamos (empezando por esos irónicos motes: Big Daddy, Hit Girl o el propio Kick-Ass, a bien seguro, surgidos de unas mentes atrapadas en una memez inquebrantable)
En realidad, la violencia es el elemento estrella para comparar la película con una obra de referencia que gestó sus últimos números a la par que se producía aquélla (así se puede entender que ninguna versión sea superior a la otra, pues exhiben heterogéneos altibajos). Las excitantes coreografías de acción, rociadas con una banda sonora de ritmos rabiosos -eso sí, fuera de estas escenas no queda claro si la música pretende escudriñar un efecto dramático de pegote o planea asistir a la irreverente parodia sobre superhéroes- facilitan el lucimiento de la pequeña Chloe Moretz, auténtico aliento de la cinta.
Sin duda, estas ensaladas de pinchazos y mutilaciones solazados, más copiosas y atractivas que las del cómic original (es lo que tiene la imagen en movimiento), con una casi perfecta composición de unos planos oportunos -que, al contrario que una gran parte del cine de acción, permiten seguir la acción al cien por ciento-, son el principal bastión de una película que se edulcora cuando estima necesario acomodarse a todos los públicos (adultos, por supuesto). Esta estética, de intención simétrica a la litúrgica experiencia visual que supuso la saga de Kill Bill (Quentin Tarantino, 2003 y 2004) con alusiones descaradas a la cultura de la animacion y del videojuego, convierte el visionado de Kick-Ass en una actividad muy cool. Personalmente, y aún sabiendo que no es partidario de filmar guiones adaptados o ajenos, me quedo con las ganas de saber qué hubiera hecho el amigo Quentin con un material tan tentador.
Ficha técnica:
Kick-Ass: Listo para machacar (Kick-Ass), EUA, 2010
Dirección: Matthew Vaughn
Producción: Adam Bohling, Jane Goldman y Matthew Vaughn
Guión: Jane Goldman y Matthew Vaughn (cómic: Mark Millar)
Fotografía: Ben Davis
Montaje: Eddie Hamilton, Jon Harris y Pietro Scalia
Música: Ilan Eshkeri, Henry Jackman, John Murphy y Marius De Vries
Interpretación: Aaron Johnson, Nicolas Cage, Mark Strong, Christopher Mintz-Plasse, Chloe Moretz y Elizabeth McGovern