Cuando vi Buried en el Festival de San Sebastián recuerdo haber salido del cine con la sensación de que había visto una de las películas más claustrofóbicas, intrigantes y aterradoras de los últimos años. Buen cine en mayúsculas, vamos, donde la tensión se incrementa por momentos, gracias a un montaje digno de quitarse el sombrero, nada fácil, teniendo en cuenta los pocos ángulos para la posición de la cámara con los que puede jugarse. Semanas después volví a disfrutarla, y me pareció más aterradora aún. Ya no por la ubicación, ni por la tremenda situación por la que pasa nuestro secuestrado protagonista, sino por el simple hecho que explica, base de todo el desarrollo de la historia: la burocracia nos acaba matando.
Arrasando allá por donde se proyecta (el último premio cosechado por Rodrigo Cortés fue el Méliès de Oro al mejor film de género fantástico entregado en el Festival de Sitges, Rodrigo Cortés ha conseguido con Buried que las miradas de la industria internacional se fijen en él. Independientemente de que esté rodada en inglés, o de que el principal (único físicamente) protagonista sea Ryan Reynolds, y aún a sabiendas que esto le va a allanar mucho su camino, hay que reconocer que ha conseguido filmar uno de los mejores thrillers de los últimos años. Y es que... ¿quién no ha oído en el cine, mientras se presenta la película con unos créditos más que originales que nos van adentrando al lugar en el que va a situarse toda la acción, la frase: "Ah... ¿pero es española?". Pues sí, lo es. Orgullosos estamos.
Paul Conroy es camionero estadounidense en Irak. Pero esto sólo lo sabemos al rato de que haya empezado el film, porque inicialmente lo único que se nos presenta es a una persona encerrada, con vida, en un ataúd bajo tierra. Al poco tiempo, sabremos que le han secuestrado, pero le han dejado una linterna, una navaja y un teléfono móvil, su gran salvación, entre algún que otro objeto. Lo que vivimos junto al aterrado protagonista es la indiferencia y el engaño del mundo y sociedad exterior, y el terror extremo, ansiedad y paz final que puede llegar a experimentar una persona en los escasos 93 minutos (tiempo diegético igual al real) durante los que se narra la desesperada historia. Lo más impresionante de todo es que Cortés consigue que nos sintamos el propio Paul, no porque hayamos vivido (menos mal) una situación tan extrema como la que él sufre, sino, por el contrario, por haber experimentado, y muchas veces, la incompetencia de otros (quedarse a la espera en un teléfono de atención al cliente, que el del otro lado de la línea no comprenda tu necesidad de aclarar rápidamente las cosas...). Por tanto, la impotencia que él siente mientras van pasando los minutos la hacemos propia, hasta el último segundo.
Hemos destacado ya los títulos de crédito y montaje. Otra gran baza de Cortés está en la iluminación. El uso de distintos colores utilizados en los momentos clave para expresar los sentimientos del protagonista son de premio. Por ejemplo, el blanco frío que desprende la Blackberry y le ilumina la cara cada vez que realiza una llamada; el amarillo cálido de la llama del mechero; el verde esperanza de la navaja, un recurso muy bien utilizado. Por otro lado, esta iluminación y la confinación de todo el desarrollo de esta simple historia en un lugar con tan pocas posibilidades de evasión (tanto para el protagonista como para el espectador) provocan que la tensión del film aumente por momentos. Esto, sumado a que muchas escenas no están ni tan siquiera iluminadas y, por tanto, nos encontramos ante la pantalla negra, mientras oímos respirar, hablar o renegar a Paul..., convirtiendo a Buried en un thriller indispensable.
Llegados a este punto, podemos ensalzar otro de los grandes aciertos del film, la puesta en escena. A destacar cómo Cortés se las ha ingeniado para hacernos sentir el hundimiento del protagonista, al situar la cámara por encima del personaje y alejarla, subiendo, poco a poco. Los imposibles infinitos tablones de madera a los lados del ataúd son un reflejo de lo alejado que puede llegar a sentirse Paul de su propia situación. Otro gran acierto es jugar (porque no hay más inventiva posible) con estas ubicaciones ficticias, y no caer en la tentación de salir en ningún momento a la superficie. Claro está que esto viene marcado por un guión (Rodrigo Cortés, otra vez) que consigue mantenernos atentos y con el corazón a mil por hora durante todo el metraje, bastante (muy) difícil si nos paramos a pensar que todo está sucediendo dentro de un ataúd. Vivimos el aquí y ahora, no hace falta en ningún momento un flashback que nos haga ver a Paul en su vida normal. ¿Para qué? No tendría sentido y rompería el clímax.
Tras tanta alabanza, no podemos dejar de lado a Ryan Reynolds, que reconozco no es santo de mi devoción, pero hay que aceptar que sabe contagiar a la perfección la variedad de sentimientos por los que pasa su personaje: miedo, ira, nerviosismo, paz... Así que le damos un voto de confianza y esperamos que esta oportunidad que le han brindado la sepa aprovechar para participar en films de mayor envergadura que los de hasta el momento.
Ahora sí, y para finalizar, una advertencia: el film pierde mucho de la efectividad que le proporcionan escenas tan oscuras por culpa de los blancos subtítulos. Esto en países de habla inglesa, evidentemente, no se advertirá. Pero no hay nada peor que estar acongojado frente a la pantalla negra y que, de repente, se rompa la opresiva atmósfera por culpa de una frase que aparece en la parte inferior de la pantalla. Así que, por mucho que me pese..., de verdad que es casi más recomendable ir a ver Buried en versión doblada, que subtitulada.
Festival de San Sebastián 2010. Sección Zabaltegui Perlas.
Festival de Sitges 2010. Méliès de Oro.
Ficha técnica:
Buried (Enterrado) , España, 2010
Dirección: Rodrigo Cortés
Producción: Rodrigo Cortés, Peter Safran
Guión: Chris Sparling
Fotografía: Eduard Grau
Montaje: Rodrigo Cortés
Música: Víctor Reyes
Interpretación: Ryan Reynolds