Cállate si lo que vas a decir no es más bello que el silencio. Esta paráfrasis de unos versos de una canción de El último de la fila sirve como sentencia para Jack, un asesino en sus últimos días, con el inconfundible charming que le aporta George Clooney al cederle su fisionomía.
Anton Corbijn con El Americano finalmente se nos ha hecho cineasta, estableciéndose Control (2007), su debut en la dirección cinematográfica, como un puente levadizo entre su prolífica carrera anterior en el mundo de la música y este nuevo sendero ya plenamente consolidado con el film protagonizado por el omnipresente Clooney. El salto entre una y otra es exponencial, ya que apenas se vislumbran los rastros de un creador que puso todo su ingenio creativo audiovisual al servicio de la música. Si Control era muy deudora de todo su bagaje anterior, El Americano realiza una aparente operación de borrado de sus vestigios más reseñables, para ponerse al servicio exclusivamente de lo que entendemos por cine, en este caso de clara inspiración europea. Para ello, de acuerdo a sus principios de austeridad y concisión en la puesta en imágenes, El Americano, pese a su aparente marca de film comercial, pide ser degustada como un Vegas-Sicilia Reserva especial. Aquel que acuda a verla como una película de acción norteamericana protagonizada por una star va a darse de bruces con la frustración de no ver cumplidas sus expectativas. El cartel de film, con clara inspiración retro, evocando las composiciones de los carteles de los años 60 y 70, ya advierte que no estamos ante un largometraje de rápido consumo.
En las notas de producción, el realizador alude al argumento prototípico de los westerns clásicos en los que el forastero irrumpe en una aislada villa, para referenciar el foco de inspiración principal de la trama. Pero la estirpe de su film apunta más explícitamente a una concepción oriental de la diégesis fílmica filtrada por el savoir faire francés, para construir una arquitectura de cine negro basada en la limpieza ascética de la puesta en escena. Al ver a este animal en extinción en la agreste zona italiana de los Abruzos es inevitable acordarse del Alain Delon puesto a las órdenes de Jean Pierre Melville. Como Vengeance (Johnnie To, 2009), Corbijn sabe extraer los mejores dictados del polar francés, para realizar un meticuloso ejercicio visual, donde la elegancia del gesto íntimo y cargado de profundidad da cuerpo a las mejores sensaciones fílmicas.
Jack es un asesino maduro al que quieren dar caza. Un capítulo introductorio en la fría y blanca Suecia provoca que busque refugiarse en un pueblo remoto de la región montañosa del centro de Italia. Los días en Castel del Monte, una villa agreste erigida como una fortificación medieval a lo largo de una montaña, le mantendrán en permanente alerta mientras que realiza un último trabajo antes de retirarse. Confiesa que no le gustan las máquinas, mientras es un experto artesano en la elaboración de rifles personalizados. Su aspecto es seco, estoico y parco en palabras. Su rutina solipsista está medida por una ritualidad, en la que forman parte constantes paseos por las laberínticas calles de pavimentado pedregoso. El silencio y las miradas que apuntan al fuera de campo son los signos que definen una actividad que es una inacción. La rúbrica visual de Corbijn, que siempre acompaña a Clooney, es estudiada milimétricamente, realizando una abstracción estilizada y desapasionada que guarda mucho de renuncia. Todo aquello que el silencio niega y que permite dar protagonismo a la contemplación se convierte en un instrumento de depuración de las codificaciones genéricas. No hablamos de la desnudez extrema que aplicó Robert Bresson al género criminal (por ejemplo Pickpocket, 1959), en cuanto el realizador mantiene los códigos del noir pero reducidos al más puro mecanicismo, en claro paralelismo a la economía de movimientos de Jack. Hay que reconocer que la interpretación pasiva y contenida de George Clooney alcanza un grado de madurez, que permite que podamos avanzarnos a los acontecimientos de la trama, gracias a su seña hermética y certera. Su estudiada inexpresividad, que parece solo expresar una férrea actitud, abre una rendija para que podamos acceder al misterio de la gestión introspectiva de su personaje. Podremos seguir su asumida autoconciencia, inmerso en una aporía irresoluble. Su proceder, muy a la manera de un flâneur desprovisto de componente lúdico -no es casualidad que sean reiterativas las secuencias de Jack callejeando-, delimita una fluctuación entre su asumida inmolación (él sabe en todo momento qué trampa le están tendiendo), o bien, la posibilidad de encontrar una salida, gracias al encuentro entre él y otra silueta desvalida, Clara (Violante Placido), la cual abre una puerta a un ensayo de amor basado en la fórmula de soledades compartidas.
Para aquellos connaisseurs fagocitadores del género criminal de diversa procedencia, El americano les va a resultar extremadamente familiar. Pero dado que es una producción de Universal de alcance amplio, hay que agradecer que una obra tejida bajo estos parámetros sea lanzada a un público amplio y que no se limite a un círculo minoritario. Su inesperado éxito comercial, superando las previsiones más optimistas, demuestra que el gran público también puede ser nutrido de propuestas particulares. George Clooney, en cuanto productor y actor, puede apuntarse un tanto y Corbijn demuestra que la gravedad ausente y la trascendencia cotidiana de sus músicos fotografiados (piensen en los U2 del desierto de Arizona en el Joshua Tree o cualquier imagen promocional de Depeche Mode) tiene por fin una viable salida fílmica.
Ficha técnica:
El americano (The American), EUA, 2010
Dirección: Anton Corbijn
Producción: Anne Carey, George Clooney, Jill Green, Grant Heslov, Ann Wingate
Guión: Rowan Joffe (novela de Martin Booth, "A Very Private Gentleman")
Fotografía: Martin Ruhe
Montaje: Andrew Hulme
Música: Herbert Grönemeyer
Interpretación: George Clooney, Violante Placido, Thekla Reuten, Paolo Bonacelli, Johan Leysen, Bruce Altman, Filippo Timi, Anna Foglietta, Irina Björklund