Comenzar una crítica sobre Machete, aludiendo a la relación metonímica entre el filme y el supuesto falso trailer del que procede (aparecido en la mitad de Grindhouse que dirigiera Rodríguez en 2007, Planet Terror), se ha convertido ya en una absoluta y consciente frivolidad. Mucho más interesante sería discutir si esta publicidad, pasada por fortuita y con la única pretensión de contribuir a la sublime -por cuidadísima- regresión nostálgica a los excesos y la carroña (de gourmet) de la serie B de este díptico, escondía una mal disimulada intención de promocionar un proyecto futuro que, al parecer, el cineasta ya tenía escrito.Si echamos la vista atrás para analizar los gustos del texano, ya en su ópera prima, El Mariachi (1992) - cinta que derrochaba caspa con el mismo énfasis con el que formulaba la ecuación rítmica y semántica a la que debería responder cualquier título de acción-, encontramos un evidente patrón, tanto estético como temático, que sirve para hilvanar su caótica trayectoria. La enorme capacidad de Rodríguez para ambientar sus películas bajo este marco exploit de la cultura mexicana (mexploitation han convenido en llamar algunos a este subgénero que hereda el preciosismo formal del spaghetti western y los caracteres más tópicos y deplorables de la comunidad latina), sólo es comparable a su impresionante habilidad para imaginar efectivos entornos fantásticamente demenciales -dejando al margen su debilidad por el cine infantil-, desarrollados desde Abierto hasta el amanecer (From Dusk Hill Dawn, 1995) o The Faculty (1999).
El trasfondo argumental de su filmografía se empeña en demandar con hieratismo y sutilidad una necesaria tolerancia de la idiosincrasia centroamericana, bien sea a través del savoir faire del mexicano medio, o condenando las corruptelas de "los de arriba"; en este caso concreto, la denuncia concierne a sus despiadadas políticas de inmigración, que llevan por objeto la erradicación de lo que consideran una lacra corruptora de su sociedad, no sin los famosos "daños colaterales".
Y hablando de empeños: aunque se suele comparar su estilística -en parte, por su amistad personal y proximidad cinéfila-, Quentin Tarantino (co-productor de Machete) ha tendido a presentar como denominador común en su carrera una obsesión ponderada por la venganza; Rodríguez, sin embargo, ha volcado sus cavilaciones en el desventurado que imparte justicia como consecuencia impuesta por un equívoco que le descubrirá como verdadero héroe. Aunque, Machete, interpretado por Danny Trejo, vendría a ser una degeneración en todas sus dimensiones de aquel Antonio Banderas en la piel de El Mariachi. Esto confiere una cordial fachada low cost, rematada por una edición no tan mimada y sucedánea del cine exploitation como lo fuera la de Planet Terror, a una cinta que sí destila un humor algo más fino que el de su predecesora.
Existen dos elementos que, película a película, van adquiriendo mayor relevancia en el cine de Rodríguez. Uno de ellos es el casting. Desconozco sus procedimientos para llevar a cabo la selección de actores, pero resulta difícil encontrar un elenco que alterne con tan buen criterio la calidad con la mediocridad, en lo que parece atender a una extraña clase de redención que transgrede la ficción para aplicarse a la vida real de los intérpretes. Mención especial para el recurso ineludible de las chicas sexys: la presencia, presumiblemente habitual de ahora en adelante en las cintas, de su tío, de las gemelas Avellán -aquí como enfermeras calenturientas- o la autoparodia perpetrada por una Lindsay Lohan que pasa bruscamente de las drogas a la purificación espiritual. Eso sin contar el ultimátum que Machete confirma para aquellas estrellas desfasadas y caducas, práctica que ya pusiera de moda Tarantino con John Travolta en Pulp Fiction (1995), consiguiendo relanzar el caché del actor; dudo que ocurra lo mismo con ese "albondiguesco" Steven Seagal o con el propio Danny Trejo, eterno secundario... (por cierto, ¿en qué lugar dejaría esto a Robert de Niro?).
El otro elemento sobre el que quiero hacer hincapié es el monstruoso (tanto por exceso como por defecto) diseño de producción, sobre todo en lo que a efectos especiales se refiere. Desde antes de fundar su productora Trouble Maker, el director manifestaba una enfermiza pasión por todo tipo de detonaciones salvajes, donde las llamaradas y la metralla cundían por doquier y las víctimas surcaban los cielos. Pues bien, poco a poco (y seguramente sin quererlo) sus trucajes se han ido remitiendo a unos referentes más primitivos, hasta llegar a esa vetusta aplicación de la magia al cine que iniciara Georges Méliès, a través de la fusión y la superposición de imágenes. Pese a que la informatización de este oficio haya reforzado la espectacularidad de sus acabados, Rodríguez, montador de todas sus películas, será de los imperecederos de la old school del "corta y pega" (para los incrédulos: prueben a ver su corto documental Ten Minute Film School: Big Movies Made Cheap, 2004). Los hay que no cambian.
Festival de Venecia 2010. Sección Oficial fuera de concurso.
Ficha técnica:
Machete, EUA, 2010
Dirección: Robert Rodríguez y Ethan Maniquis
Producción: Robert Rodríguez, Aaron Kaufman y Quentin Tarantino
Guión: Robert Rodríguez
Fotografía: Jimmy Lindsey
Montaje: Robert Rodríguez
Música: John Debney y Carl Thiel
Interpretación: Danny Trejo, Michelle Rodríguez, Jessica Alba, Lindsay Lohan, Robert de Niro, Jeff Fahey, Steven Seagal