Las experiencias cercanas de la muerte generan historias y temas interesantes y curiosos que han sido objeto de numerosos libros y películas, entre ellos Et après, del autor francés Guillaume Musso, novela que ha sido llevada a la pantalla en este filme de Gilles Bourdos. Según cuenta el novelista en una entrevista, él mismo estuvo implicado en un accidente de tráfico que tuvo un impacto profundo en su persona. “Si bien no sufrí lesiones serias, el coche quedó totalmente destruido… Nunca había pensado realmente en la muerte, pero súbitamente caí en la cuenta de que basta solamente una fracción de segundo para que la muerte llegue furtivamente, sin advertencias… Luego de esa experiencia comencé a pensar en una historia centrada alrededor de la experiencia cercana de la muerte”. Musso investigó, leyó todos los libros que pudo conseguir sobre el tema y se dio cuenta de que se trata de historias muy antiguas, hasta Platón cuenta una de ellas.
En estas historias juega un papel esencial la existencia de personas capaces de tener premoniciones sobre la muerte de otros, a modo de mensajeros acompañantes de la muerte. Musso se inspiró en los trabajos de la famosa Elisabeth Kübler-Ross para crear un personaje de esta naturaleza, el del doctor Goodrich, protagonizado en la cinta por John Malkovich como el doctor Kay. Nadie mejor que este excelente actor dramático, salido del teatro, para representar lo que deben sentir tales personas, de mente misteriosa y psicótica, pero a la vez llenas de sabiduría e inteligencia.
¿Para qué sirve saber que alguien se va a morir de una cierta forma o en un cierto instante? Premoniciones como éstas se antojan poco deseables. Ser mensajero de la cierta e inevitable muerte de otro implica comunicar un mensaje terrible, doloroso y experimentar angustia, rechazo, sufrimiento. De cierta manera, es un don inmanejable, dado lo extremadamente complejo que debe ser comunicar tales mensajes sin acabar con el otro antes de tiempo, sin dañarle la vida que le queda. La película y la novela deciden dar el mejor de los usos a estos dones que danzan entre la vida y la muerte, comunicando la idea de que el tener conciencia premonitoria de la muerte que llega se parece a las experiencias de muerte cercana, en las cuales las personas que las sienten tienen la sensación de que han nacido de nuevo, experimentando una cierta iluminación, energía renovada, mayor compromiso, sentimientos de agradecimiento, de vida nueva.
La idea deseable es que cuando se está entre la vida y la muerte, se tiene un conocimiento profundo, revelador. Pero la realidad posible, quizás más factible, es que las personas no están en capacidad de manejar la certeza de su muerte inminente en forma racional y van a quedar atrapadas por su nerviosismo y sus miedos, por su tristezas y frustraciones, especialmente si hay seres queridos que van a quedar solos o abandonados; o si la vida se ha vivido a medias.
Esto es lo que le sucede a un joven abogado de Nueva York, exitoso y obsesionado con el trabajo, de vida problemática, tanto que le lleva al divorcio y al alejamiento de su pequeña hija. El misterioso Dr. Kay aparece de la nada como el "mensajero" y la vida del abogado se vuelve un remolino personal que lo engulle, pero que también le hace crecer contra viento y marea.
Es que el mensaje, si se escucha, puede llevar a que el beneficiado descubra opciones para crecer, para cambiar, aún contra todas las probabilidades, a pesar de sí mismo; a que encuentre posibilidades para recuperar la vida que se le escapa, para no morirse sin más. Es en este sentido que la cinta es de suspenso, pues no se logra predecir linealmente, por parte del espectador, cómo serán las reacciones del protagonista a ninguna de las abundantes revelaciones que recibe.
En efecto, siempre queda en el aire si el mensajero lleva regalos o maldiciones para los beneficiados con sus anuncios velados y fatídicos: ¿trae orden en sus vidas o causa pesadas y destructivas cargas?
Esta misma incertidumbre se ve reflejada en la película, que se mueve entre opuestos y confusiones. De alguna manera, los actores siempre están entre dos mundos, entre una especie de vida y de muerte que no se acaba de resolver y que se refleja en sus actuaciones y en sus roles. La historia, ante el afán de que el espectador no tenga premonición alguna de lo que ha de suceder, es bastante enredada y ello hace que se pierdan, por momentos, el interés y la atención. Cuando ello sucede, viene al rescate Malkovich con sus gestos y sus poses, a la vez enigmáticos y sabios, salvando la película, dándole cierto sentido y tranquilidad, no exentos de misterio, a la trama.
Como era de esperarse, la cinta no resuelve los complejos temas de la vida y de la muerte, al menos no más allá de lo que dicta el sentido común sobre lo que es una vida bien vivida, una vida equilibrada con la inevitable muerte que todos saben que ha de llegar. El amor es el sustento que la subyace, que la fortalece, que le da sentido. La falta de amor es también la más probable causa de la muerte en vida, de la muerte que se vive antes de morir. El problema es que las personas disfrutamos del suspenso y jugamos con el desamor y con el amor, a modo de danza, entre la vida y la muerte.
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