Kevin Smith, director de las geniales
Clerks (1994) o
Mallrats (1996), y de las fallidas
Una chica de Jersey (
Jersey Girl, 2004) o
Vaya par de polis (
Cop Out, 2010), se despide de su carrera cinematográfica con la recientemente premiada
Red State (Mejor película Sitges 2011). Si bien la carrera de Smith es tremendamente irregular,
Red State se alza entre todos sus filmes como el más arriesgado. No sólo porque se aleja en cierto modo de su público objetivo, ese que creció en los noventa con sus películas irreverentes y las continuas referencias a la cultura
indie y
freak, sino también porque decide hacer una incursión en un tipo de cine totalmente alejado de lo que nos tenía acostumbrados, con la intención de conectar con un público más joven.
La película está estructurada en tres episodios distintos. El primero se centra en tres adolescentes que, ansiosos de sexo, han concertado un encuentro con una mujer a la que han conocido por internet. El primer giro inesperado sucede aquí, cuando los tres jóvenes se desploman en el cuarto de la señora que los ha citado, y son secuestrados por los fanáticos seguidores del pastor Abin Cooper. Lo más interesante del comienzo del filme es la manera en que el director juega con los géneros, transitando de forma eficaz desde la comedia de adolescentes al terror psicológico. Kevin Smith va saltando de un género a otro, lo que provoca en el espectador un estado de desorientación continuo; siendo esa indefinición genérica lo que en último término acaba produciendo un sentimiento de total incertidumbre y sobresalto.
La segunda parte está centrada casi en exclusiva en el personaje de Abin Cooper,
alter ego del pastor Fred Phelps, líder de la Iglesia Baptista de Westboro, conocido por su fanática homofobia y su trillado mensaje: "Dios odia a los homosexuales y éstos, junto con aquellos que los defienden, son los únicos culpables de todo lo que pasa en el mundo". El estado de desorientación inicial surgido en la primera parte de la película, se convierte en perplejidad y miedo cuando Abin Cooper se sube al púlpito y comienza a sermonear a su pequeña familia-congregación durante treinta minutos con un trasnochado monólogo que contiene, no sólo los mejores momentos interpretativos de Michael Parks
[1], sino también el
corpus central de la doctrina homofóbica, racista e intolerante, la
trinity church of five points. Los primeros planos que se suceden durante el
speech remarcan lo radical e histriónico de un personaje que nunca deja de ser jaleado por su fanática audiencia, entre la que destaca Sara Cooper, interpretada magistralmente por Melissa Leo. Muestra de lo alucinado del film es cuando Abin Cooper pregunta quién es Satán, y una angelical niña responde "los homosexuales", ante la mirada de orgullo de sus padres; o cuando un hombre plastificado a una cruz es asesinado, y provoca el mismísimo éxtasis de Santa Teresa en todos los presentes.
Imprevisible hasta el desenlace final, la tercera parte del filme bascula entre aterradoras persecuciones y violentos tiroteos, en los que Kevin Smith demuestra su solvencia a la hora de enfrentar el género de acción. El peso interpretativo del final de la película corre a cuenta de John Goodman, que interpreta el papel del policía encargado del asalto. En este sentido Kevin Smith ha sido tremendamente eficaz y ha vuelto a demostrar que es un gran escritor. Ha logrado mantener la tensión narrativa de la película hasta el final, pero sin renunciar al mensaje, cuestión de la que suelen adolecer las películas de acción.
La indefinición del género, junto con la inexistencia de unos protagonistas definidos como tales, juegan a favor de la intensidad del mensaje. Kevin Smith no permite al espectador empatizar con los protagonistas, los va eliminando de un plumazo, signo evidente de que para el director lo principal de la película es el contenido que encierra y su denuncia.
Kevin Smith no ha dejado títere con cabeza. Desde los primeros minutos de
Red State, y mediante la figura de la profesora, lanza su primera estocada al Gobierno estadounidense, que hace extensiva a la mismísima Constitución. En concreto, pone en tela de juicio a su primera enmienda, que da cobijo bajo el supuesto "derecho a la libertad de expresión" a manifestaciones de dudoso contenido. Y va más allá, retratando mordazmente la indiferencia de la familia media estadounidense ante los actos de intolerancia y violencia, representados en la figura de la madre de uno de los adolescentes, además de censurar el fanatismo religioso, sea del signo que sea. Como señala Manu Argüelles en su
reseña, es un largometraje valiente y "hay tanta convicción en lo que defiende, que es fácil caer en sus encantos".