La savia nueva que lleva consigo un director debutante puede propiciar el encuentro de auténticos goces fílmicos dado que en ese punto de partida hay mucho en juego. Quien empieza, desea que su obra se convierta en una zona de despegue para consolidar una posterior carrera. Y por ello, suele haber un extremo cuidado para que todos los elementos puestos en escena den su fruto. Es el caso de Animal Kingdom, fascinante e hipnótico largometraje de un realizador al que le auguramos todo un futuro esperanzador. Contiene algo intangible pero que se percibe desde sus primeros acordes. Aquello que no se ve en el guión: atmósfera. El santo grial del cine negro y que puede anegar en la más profundas de las miserias a aquellos que tratan de conseguirla y fracasan en el intento. Hasta un experimentado Brian de Palma puede perecer intentando aprehender algo que resultaba postizo y artificioso. Vean sino La dalia negra (The Black Dahlia, 2006).
Vamos a adentrarnos en las fauces de lobo. J (James Frecheville), tras la muerte de su madre heroinómana, acaba trasladándose a la casa de su abuela materna, donde convive con sus tíos entregados a hechos delictivos. El cerco, cada vez más asfixiante que la brigada policial instaura a dicho entorno, hace que se encuentre atrapado en una tierra fronteriza, donde el cervatillo debe convertirse en gacela si quiere asegurar su supervivencia en un reino de depredadores.
Michôd, para dar cuerpo a este melodrama de connotaciones criminales, opta por un sinuoso desarrollo, del que se desprende un estado de ánimo de desasosiego y desvanecimiento de las fronteras morales. No esperen un mundo de buenos y malos, de policías y ladrones. En el reino animal, las leyes se rigen por otros principios. Cierto olor a azufre recorre esta poesía mórbida, mediante una caliginosa y difusa ambivalencia moral, de la que quizás se salve únicamente el personaje del detective Leckie (Guy Pearce), sin que por ello también acabe manchado de la viciada corrupción moral que se respira en todo el film. Al fin y al cabo él trata de imponer sus reglas, pero el avezado corderillo acabará imponiendo sus propias normas. No se trata más que de sobrevivir entre una jauría de bestias.
En ese sentido, Animal Kingdom muestra un sentido perfecto de la cadencia, impresionando una cierta sensación de ralentí y de efluvios narcotizados, mediantes sigilosos movimientos de cámara que parecen reptar por las sombras, en unas texturas aceradas marcadas por el azul metalizado y sombrío de una cartografía que remite a espacios urbanos neutros y habitáculos impersonales, en su cortante realismo. Tiene algo de fantasmagórico, de tétrico decorado existencial. Gracias también al excelente uso de la música no diegética que se constituye como una sonoridad de anticipación, más pendiente de ilustrar estados anímicos antes que servir de refuerzo a la acción. Sirve, por ello, como batuta de conducción para que el espectador vaya inconscientemente preparándose para lo que verá a continuación. Ello provoca que vayamos aguardando en cada momento la explosión de violencia, la cual, cuando se produce siempre se establece de forma incisiva, concisa y breve (véase la muerte de Baz o la de la vendetta). De esta manera, los movimientos deslizantes y casi imperceptibles y el uso expresivo de bosquejos orquestales de perímetros tenebrosos y nebulosos, llenos de tonalidades susurrantes, se constituyen en un auténtico corpus sensorial, porque te embarga en una premonición lóbrega totalmente apesumbrada, que fija como una especie de canal furtivo que nos hace atestiguar de la difícil relación conflictiva del hombre con el mundo, dado que el horizonte visual siempre va a remolque de las inclinaciones del musical. Por tanto, nos tememos que estamos ante una aporía irresoluble de la que J no va a salir indemne. Porque aunque nuestro joven protagonista pone en clara muestra su vulnerabilidad, la voice over en primera persona del inicio nos advierte de que todos estaban asustados. De hecho, el trinomio de hermanos se comporta como animales acorralados, llegando a extremos de desequilibrio mental agudo en el caso de Papa (Ben Mendelsohn), el más feroz de los lobos y el más escalofriante. Por ello, Michôd utiliza el encuadre como clausura implacable, constituyéndose así como vector esencial de los recursos gráficos. Porque son unos seres que no dominan el espacio que ocupan. En el hampa a ras de suelo, todo es una constante amenaza. Se certifica así la estrechez de los personajes, de la que sobresale por derecho propio una inmensa Jacki Weaver encarnando a Janine Cody, la madre leona, tremenda cuando saca sus colmillos. ¿Recuerdan a Laura Linney como esposa de Sean Penn en Mystic River (2003)? Para que se hagan una idea, aunque aquí Jacki Weaver ostenta un rol más contundente y con mayor peso narrativo. Es esa aparente amenaza en la sombra que emerge de las tinieblas colocándose en primera línea de frente cuando sus cachorros se encuentran en serio peligro. Al fin y al cabo, como en la naturaleza, es la leona la que va a cazar mientras el rey león aguarda plácidamente en su trono.
Llegados a este punto es imposible que Animal Kingdom, drama telúrico ambientado en barrios suburbiales de Melbourne, decrete en su epílogo ningún mundo armónico. Ya que como hemos podido comprobar debajo del orden aparente existe otro alienante, profundo y desgarrador, donde hemos podido certificar la abisal descripción de aislamiento que sufre J, un joven dislocado y fragmentado en un microcosmos de monstruos salvajes. Magnética, poderosa, imprescindible. No se la pierdan.
Festival de Sundance 2010. Premio del Jurado. World Cinema.
Festival de Gijón 2010. Sección Oficial.
Trailer:
Ficha técnica:
Animal Kingdom, Australia, 2010
Dirección: David Michôd
Producción: Liz Watts
Guión: David Michôd
Fotografía:Adam Arkapaw
Montaje: Luke Doolan
Interpretación: Ben Mendelsohn, Joel Edgerton, Guy Pearce, Luke Ford, Jacki Weaver, Sullivan Stapleton, James Frecheville, Dan Wyllie, Anthony Hayes
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