Para poder introducirnos en la trama y en los elementos visuales desde donde parte Amor en Tránsito es menester hacer algunas aclaraciones. En los años 2001-2002 la Argentina sufrió una gran crisis política y social. Como consecuencia, muchos argentinos emigraron a países europeos, principalmente a España, a buscar mejor suerte en otras tierras o a esperar que la crisis pase de largo. Muchos, por suerte, han regresado, porque la Argentina de hoy, y desde el 2003, fue cambiando notablemente hacia un panorama positivo y prometedor. Por otro lado, existe un juego de mesa llamado TEG. Un juego de estrategias de guerra para conquistar países con un mapa como tablero. El objetivo es conquistar el mundo. De moda a fines de los setenta, resultó ser un clásico de muchos hogares argentinos. Vistas las aclaraciones, pasemos a la película que nos convoca.
Amor en Tránsito tiene como contexto aquella crisis argentina del 2002 y, relacionada con el famoso juego TEG, de forma conjunta, motivaron a los autores para escribir un guión donde, además, incorporan historias de amor entrecruzadas. Raro, ¿no?
El comienzo del film plantea, en voz en off, lo que veremos: "Es un juego, y los sentimientos hacen que el juego tenga sentido". En dicho juego las estrategias estarán en manos de cuatro personajes que comenzarán cruzándose en el aeropuerto internacional de Ezeiza. Locación ideal para enfatizar el movimiento, el desapego, la circulación, el devenir. Algunos de ellos vuelven de España, otros se van del país.
Juan (Damián Canducci) regresa de Barcelona en busca de la mujer de su vida, cuando se cruza con Micaela (Verónica Pelaccini), que no sabe qué hacer de sus días y va en busca del amor. Ariel (Lucas Crespi) transforma su casa en una plataforma de despedidas, TEG mediante en la pared, con fotos de amigos que abandonan Argentina para "conquistar otros países"; hasta querer irse él también cuando se enamora de Mercedes (Sabrina Garciarena), que va y viene, sin saber cuál es su lugar en el mundo, y rompiendo corazones en cada puerto.
El film se centra en el registro de los encuentros y desencuentros de cada uno de ellos con el uso de separadores interactivos para situarnos dónde, de quién se trata y en qué situación se encuentra. Por supuesto, los separadores simulan un tablero del juego. Una cámara en mano vacilante responde a la misma inestabilidad de las relaciones, y de las dificultades del amor en tiempos de crisis.
Según su director, Lucas Blanco, "a principios de 2002 y a partir de la crisis, amigos, amores y familias se iban a vivir fuera del país. Buscando saber qué es lo que yo iba a hacer, empecé a escribir el guión junto a mi amigo Roberto Montini, con quien nos dimos cuenta que la película que quería hacer no tenía que ver tanto con la crisis de nuestro país, sino más bien con los problemas que trae enamorarse. Y así, mientras íbamos saliendo de la crisis, se hizo la película. Y así, felizmente también, nunca me fui".
Sin embargo, en esa búsqueda el film no logra alcanzar los objetivos. Y uno de los inconvenientes, es que el transfondo de la crisis explicitada en aquellos que se van, no sólo resulta anacrónica, en estos tiempos, sino inconsistente. Si, en realidad, la propuesta no tenía tanto que ver con eso, ¿para qué dejarla, por qué no cambiar la coyuntura? Una de las respuestas es que fue escrito en 2002. Pero...
El subtítulo del film es "lo que está pasando está por venir", un dinamismo metafórico que conduce a relacionar los cruces de los personajes y sus destinos como casualidades y causalidades al mismo tiempo. Siguiendo esta misma línea, Blanco decide construir un relato cíclico, donde las reiteraciones de ciertas acciones cobren otro significado.
En relación a las interpretaciones, salvo Verónica Pelaccini, las demás resultan irregulares y no escapan a los primeros planos. Idas y venidas, un mar de dudas, diálogos con mucho histeriqueo adolescente, escenas de sexo duplicadas en los mismos tipos de planos. Resultan vacuas, sin erotismo.
El film se presentó en el 25º Festival de Mar del Plata, donde resultó premiado como una de las dos mejores películas latinoamericanas junto a Octubre, de los hermanos Daniel y Diego Vega. Si bien, es un buen comienzo para la carrera del novel cineasta Lucas Blanco, la película no logra alcanzar los tópicos de una comedia romántica entretenida ni diferente.
Si Amor en Tránsito se propuso como un juego planteado desde el inicio. ¿A qué jugaron?
Trailer:
Ficha técnica:
Amor en tránsito, Argentina, 2009
Dirección: Lucas Blanco
Guión: Lucas Blanco y Roberto Montini
Montaje: Anabela Lattanzio
Fotografía: Sebastián Gallo
Sonido: Pacó Girón-Julián Carando
Arte: Margarita Tamborino
Intérpretes: Sabrina Garciarena, Verónica Pelaccini, Lucas Crespi, Damián Canducci.