Hace ya unos cuantos meses que La vida en tiempos de guerra se estrenó en España. Nosotros hemos esperado al lanzamiento del DVD para redactar su crítica. ¿El motivo? La dificultad para encontrar una sala y un pase oportunos, puesto que el cine políticamente incorrecto del director independiente Todd Solondz continúa destinado -y no sólo lo entiende así la industria- a un público minoritario. Puede que demasiado.
Quería empezar anotando esta constatación para que se advierta lógica la siguiente sentencia, que otros críticos se apresuraron a enunciar con otras palabras en su momento: si Lars von Trier confesó hace poco que sus películas las hacía pensando en él mismo, en lo que a Solondz respecta, se lleva la palma (y no la de Cannes, precisamente). Centrada en un entorno familiar grotesco y atestado de individuos psicológicamente inestables, La vida en tiempos de guerra sólo puede juzgarse si se ha visto primero su precuela, la magnífica Happiness (1998). No es que sea necesario, es que es imprescindible si se quiere encontrar un mínimo de sentido y coherencia en lo que se ofrece -y alguna que otra escena calcada-; y creo que aún respetando este consejo, raro será que quede satisfecho alguien más que el propio director.
Como ya lo hiciera en sus trabajos previos, se advierte una especial adicción a hacer sufrir desde el mal gusto a unos "títeres" (lo dice un fan del cineasta) arrastrados a un entorno social hostil y penoso. Sin embargo, desde el primer minuto percibimos notables diferencias con respecto a su capítulo previo. La más palpable se encuentra en el misterioso cambio de todos los actores. Por lo visto, el director quería evitar la (inevitable) comparación con Happiness, y que su nueva película mantuviera con ella una relación tenue, pero a la vez fuera concebida como una unidad autónoma. Para justificarlo achaca el cambalache al paso del tiempo, que no trata por igual a nadie, poniendo el énfasis en el cambio exterior de la persona frente a un interior perdurable. Una mala estrategia -pienso yo- cuando esta nueva entrega se queda muy por debajo del nivel que se puede esperar de un creador de su categoría.
Otro elemento que consigue que uno se replantee su extraña simpatía hacia estos filmes que se recrean en las miserias del ser humano, es la brusca transgresión del estilo. La comedia, antes sugerida desde el disgusto ajeno salpicado por una muy mala idea, se ha evaporado, dando lugar a un tono de total circunspección, de aliento entre solemne y parsimonioso. Poniendo a un lado la mayor o menor intencionalidad, esta maniobra no connota un presagio demasiado bueno: puede que, de una vez por todas, las marionetas se le hayan escapado al judío de las manos, en un acto de rebeldía que no puede proceder de otro lugar más que de un subconsciente con ganas de traicionarle.
Por supuesto, no emplazan a la compasión esas tónicas ya caducas de polémica de saldo. El conflicto palestino-israelí (desde la óptica de quien estuvo a punto de convertirse en rabino en lugar de en director de cine), el terrorismo fundamentalista o la pedofilia, son temas que si bien no predisponen a un sarcasmo accesible, cooperan sobremanera en la redacción de una epístola expiatoria, que toma como verdaderos protagonistas un par de estados de la conciencia, el olvido y el perdón, presentes de alguna manera en todas y cada una de las escenas.
Con todo, el solitario aliciente del título pasa, además de por el morbo anexo del qué fue de cada cual al cabo de diez años, por saber de qué serán capaces antes (y de cuál es el orden natural), si de olvidar o de perdonar a aquellas personas queridas que un día les pusieron entre la espada y la pared, obligándoles a empezar de cero, bajo el sol reparador de la Florida. Por lo demás, nada, salvo dos o tres momentos memorables con el pequeño Timmy de por medio, como la atrevida, por escatológica, conversación con su madre, que evoca aquellos angustiosos coloquios que tuviera su hermano mayor con su padre depravado. Sin duda, traen como misión la curiosa cavilación de si será más provechosa, o no, la ignorancia que el conocimiento para eludir el sufrimiento.
No termino de entender por qué la película se ha titulado La vida en tiempos de guerra, en lugar de "La vida en la posguerra". Será porque hay guerras que nunca acaban.
Trailer:
Ficha técnica:
La vida en tiempos de guerra (Life During Wartime), EUA, 2009
Dirección: Todd Solondz
Producción: Christine Kunewa Walker, Derrick Tseng y Mike S. Ryan
Guión: Todd Solondz
Fotografía: Edward Lachman
Montaje: Kevin Messman
Interpretación: Paul Reubens, Ally Sheedy, Allison Janney, Ciarán Hinds, Chris Marquette, Shirley Henderson, Gaby Hoffmann, Charlotte Rampling