El cine ha muerto. Una elegía cuyos cantos de sirena resuenan desde los ecos lejanos de la modernidad de los años 60. Y si todavía no ha perecido, a pesar de la disgregación audiovisual provocada por la heterogeneidad de formatos actuales, parece que Edgar Wright está decidido a cargárselo, con su acelerada ironía referencial y paródica, donde sus anteriores obras parecen ser la pista de despegue para que Scott Pilgrim contra el mundo surque los aires con su flamante diseño. Porque este largometraje se alinea con la genealogía, bastarda e insurrecta, de aquellas adaptaciones de cómic o novelas gráficas que son un híbrido radical entre el lenguaje gráfico y conceptual del cómic y la escritura cinematográfica: Dick Tracy (1990), como la madre del cordero, Sin city (2005), 300 (2007) o Kick-ass (2010). Pero Scott Pilgrim contra el mundo tiene algo a mi parecer mucho mejor que todas ellas y que supera con creces la adopción de una morfología extremada fundada en el pastiche. Y es que por encima de la traslación del lenguaje del cómic o del videojuego al propio soporte cinematográfico, éste funciona de forma excelente y uno no siente esa oquedad que provocaban los anteriores ejemplos, perdidos en un marasmo de artificio del cual la esencia cinematográfica quedaba asfixiada. Porque este palimpsesto de la cultura popular y juvenil (a la cabeza esa recreación retro nostálgica de nuestros videojuegos de la infancia con Pac man como afortunado gag de filogenia), no se ahoga en una carcasa brillante. Por fin podemos decir, que la permutación de materiales, libre, irreverente y atrevida que Edgar Wright se toma con estructuralismo y meticulosa composición, tiene un resultado brillante. Nos comentan las notas de producción que más de 4000 planos, repletos de información, imposible de asumir en un solo visionado, componen este puzle de música rock (Beck compone las canciones del grupo de Scott Pilgrim), cómic y juegos de consola. Una barbaridad. Ay, si Bazin levantara la cabeza, al ver Scott Pilgrim contra el mundo se volvería directo a la tumba.
Sí, más que nunca, éste es un largometraje creado en posproducción, que debe su virtud a un montaje soberbio, donde cobra una importancia capital gracias a las relaciones dialécticas que se crean entre las imágenes con un marcado cariz humorístico (esos inesperados cambios de escenario y de vestuario mientras los personajes hablan, haciendo volar por los aires el raccord clásico, con una clara voluntad terrorista de lo que se supone que es ortodoxo). Ya no es un mundo que se habita, sino que todo el universo diegético, rabiosamente plástico y súper elaborado, remite a un inconsciente colectivo, ese poso, que nos han dejado las propuestas de ocio más destinadas a un consumo rápido, en nuestra memoria. Como muestras, un guión estructurado como un videojuego, o abundantes indicios gráficos robados de la novela gráfica de Brian Lee O'Malley, como si quisiese jugar a ser un Godard irreverente (pero sin petulancia) y adolescente. De hecho, aunque no lo parezca, Edgar Wright atribuye al celuloide un estatuto similar al practicado por Peter Greenaway en su extensa trayectoria (cambien lo barroco por el pop colorista). Mientras que este último hace uso de referencias cultas, crípticas y herméticas para configurar una efectiva construcción de mundos endogámicos, autosuficientes y ensimismados, Wright, con nulas ínfulas trascendentes, opta por la cultura trivial del hiperestímulo. Que la imagen es mutable, permeable y embalsama un exceso de perfección técnica, sí, de acuerdo. Pero si uno decide realizar un ejercicio de abstracción y lo desnuda de su impetuosa, frenética y acelerada plasticidad mutante, Scott Pilgrim contra el mundo se mantiene firme y recio gracias a su tremenda vis cómica (es fabuloso el sentido de humor de Wright, vean sino Hot fuzz) y a unos actores completamente entregados al arte del burlesco (si tengo que elegir alguno me quedo con Kieran Culkin, que está que se sale).
Geeks, nerds, frikis, gamers o jugones, fauna y flora juvenil, tradicionalmente situados en los márgenes, pero cada vez más tenidos en cuenta por Hollywood (por qué sino las majors desembarcan en la Comic-con, como si la feria fuese un banco de pruebas masivo para sus futuros blockbusters), están llamados a que tributen culto a Scott Pilgrim contra el mundo. Se le ven las intenciones, pero en todo caso, no se le puede reprochar a Wright, más que ofrecer un sano disfrute que no cae en la trampa fácil de la provocación (algo que sí le pasaba a Kick-ass). La hermenéutica de la cita ya hace a los consumidores de este tipo de productos, auténticos protagonistas del film. Y para personificarlos, qué mejor que el héroe friki por excelencia del cine contemporáneo: Michael Cera, que sigue estando igual de estupendo que siempre.
En su voluntad de generar adicción y conociendo muy bien el carácter compulsivo y/o obsesivo de su público destinatario, ya comentábamos que es imposible cazar al vuelo en un único visionado todos los gags o información que se integran en un plano. No solo abundancia sino que la aceleración a la velocidad de la luz (como si un epiléptico hiciese zapping) -Hot fuzz ya era igual de frenética-, es fundamental y puede dejar exhausto a más de uno. No hay tiempo para la carcajada, porque mientras te ríes de algo, te has perdido tres o cuatro situaciones cómicas igualmente divertidas. Así que no desesperemos porque vayamos perdiéndonos hallazgos cómicos por el camino, delante vienen más. Tomen nota: si algo tiene que ser absurdo, delirante, alucinado, exagerado y repleto de imaginación hiperactiva, que lo sea. Si además todo puede ser compacto, coherente, consecuente consigo mismo y presentarse como un caos organizado, pues qué más se puede pedir. Y si te has criado entre música rock independiente, cómics, videojuegos e iconografía de los manga, ¿qué esperas para ver Scott Pilgrim contra el mundo?
Trailer:
Ficha técnica:
Scott Pilgrim contra el mundo (Scott Pilgrim vs. the world), EUA, 2010
Dirección: Edgar Wright
Producción: Marc Platt, Eric Gitter, Nira Park y Edgar Wright
Guión: Edgar Wright, Michael Bacall (Novela gráfica: Bryan Lee O'Malley)
Fotografía:Bill Pope
Montaje: Jonathan Amos y Paul Machliss
Música:Nigel Godrich
Interpretación: Michael Cera, Mary Elizabeth Winstead, Abigail Chu, Chris Evans, Anna Kendrick, Thomas Jane, Brandon Routh, Mae Whitman, Jason Schwartzman, Brie Larson, Kieran Culkin, Johnny Simmons, Aubrey Plaza, Mark Webber, Ellen Wong, Satya Bhabha, Alison Pill