Luis Ospina inicia su documental Andrés Caicedo, unos pocos buenos amigos con una entrevista a distintos transeúntes de Cali (Colombia) para preguntarles si conocen al personaje, sujeto de su film. Corrían los últimos años de los ochenta y Caicedo era un perfecto desconocido más allá del núcleo de sus amigos.
El documental hacía un repaso sobre la breve biografía de Andrés, uno de los impulsores, junto a una serie de entrevistados (unos pocos buenos amigos), de la movida cultural caleña. Literatura, teatro y cine, conjugados, permitían la existencia de espacios propios para la camaradería y la creación. Esos espacios se concentraban en el teatro San Fernando, donde funcionaba el Cineclub de Cali, y Ciudad Solar, especie de comuna donde todos estos jóvenes daban rienda suelta a su imaginación. Esa movida cultural permitió que la ciudad se convirtiera en Caliwood, el espacio donde se producía, exhibía y criticaba cine en Colombia. De allí surgirán los nombres señeros de Luis Ospina y Carlos Mayolo.
En fin, que el documental de Ospina se convertía en un acto de amor hacia el amigo ido, ya que también se daba a conocer, luego de un arduo trabajo, el tesoro escondido en un baúl, donde reposaba una impresionante cantidad de manuscritos de Andrés. Si hoy ya todo el mundo sabe quién fue Andrés Caicedo es por esta labor de hormiguita de todos estos años para mostrar el talento del joven suicida, sobre todo logrado por los libros publicados por Luis Ospina y Sandro Romero Rey, que proyectaron luz sobre la extensa y talentosa obra de Caicedo.
Noche sin fortuna, título homónimo de una novela inconclusa de Andrés Caicedo, se exhibió en el BAFICI y es el trabajo de dos jóvenes cineastas. Vale decir que aunque fue proyectada fuera de competencia, alcanza cotas más altas que algunas que sí compitieron. Francisco Forbes (argentino) y Álvaro Cifuentes (colombiano) captaron en alguna edición anterior del BAFICI la carnada lanzada por Ospina (mal utilizada, a mi modo de ver, por Alberto Fuguet en un libro que se presentó el año pasado en el mismo marco del Festival, donde compone con textos propios y de Caicedo un montaje que permite fisgonear, casi morbosamente, en las flaquezas humanas del caleño). Si bien el film recoge también algunos mitos del personaje, se apoya más que nada en la serie de entrevistas a aquellos amigos que había retratado Ospina hace veinticinco años.
Para aquellos que contaban las andanzas de Andrés -aquellas personas que lo acompañaron en su adolescencia y explosión creativa, esos mismos que agigantaron su figura con las anécdotas acerca de su talento y del sentimiento de orfandad en que quedaron luego de su muerte-, la figura mítica (creación de sus amigos, por cierto) de Caicedo, hoy desdibujada, se resume en la presencia de papeles y fotografías apiladas en algún rincón de sus casas, a la manera de un altar pagano, especie de tranquilizador de conciencias y patente de fidelidad.
Mientras su figura se diluye para propios, se agigante para ajenos, a través de la edición de la obra de Andrés fuera de Colombia, especialmente en temporadas de eventos como el BAFICI, para no perder la ola que impulsa la fruición por conocer más de este joven cinéfilo. Noche sin fortuna no es más que una muestra palpable de esto.
Forbes y Cifuentes eligen como hilo conductor de la narración a uno de los protagonistas más misteriosos (junto a sus hermanos y la suerte que ellos han corrido) de la historia de Caicedo: Guillermo Lemos, un personaje que pareciera caminar al borde de la cornisa, y que es el que ofrece el testimonio más cálido, más humano y más entrañable del amigo ido. El trayecto entre la caótica ciudad y el bucólico valle va alternado con otras entrevistas, que los autores prefieren registrar en blanco y negro.
Aunque para muchos el mayor aporte de Noche sin fortuna sea el vídeo que inicia el film, donde muestra a un Andrés desnudo y asexuado, para nosotros es el universo del caleño mostrado a través de un montaje rápido de escenas de sus películas favoritas o la banda sonora con su música predilecta (con excepción del segmento dedicado a la construcción del tambor, que pareciera desconectado no sólo del discurso, sino también del desarrollo nervioso del film), así como también la lectura del guión que Caicedo le lleva en vano a Roger Corman, en su viaje a los Estados Unidos, ilustrado con dibujos de Marina Fages, animados por Gabriela Goldberg, Juan Manuel Bramuglia y Andrew Sala. Este último, no tiene desperdicio.
Después de escuchar todos los testimonios, de ver los rostros, hoy surcados por arrugas, de esos seres que habíamos congelado en nuestra memoria desde que vimos la película de Ospina, y sobre todo después de escucharlos narrar con tanta falta de pasión (tan bien transmitida en la película de los ochenta) los escasos recuerdos que guardan del mítico amigo, esa figura gigante que ellos ayudaron a construir, nos quedamos con la sensación de que Andrés fue un visionario, porque sospechó la desazón y esa sensación de fracaso en que se ha sumido su generación. Por algo creía una insensatez vivir más allá de los veinticinco años... o, como también afirmaba Mayolo, en el film de Ospina, que prefería "morir con las ideas vigentes".
Andrés Caicedo se mató en el tercer intento de suicidio, cuando aún la tinta de su primera novela publicada, ¡Que viva la música!, estaba fresca. Antes de matarse dejó tres cartas, una de ellas a su pareja, Patricia, donde como un niño le pedía que volviera. No sabemos si murió de desamor, si de verdad no se encontraba a gusto en un mundo donde su torpeza le impedía estar cómodo, si la publicación de su novela era para él el punto más alto del éxito y no quería bajarse de allí, o si fue un visionario e intuyó el fracaso de una generación que se ahogó en su idealismo... Una vez construido el mito -ese que hoy es incómodo para sus amigos-, cualquiera de estas causas acrecienta su figura. Los autores prefieren dejarnos con la lectura de la carta que lee Patricia, una misiva desesperada, desgarradora, escrita desde las entrañas, desde una eterna adolescencia -"tengo el corazón en pedazos, y no sé cómo recogerlos"- que para ella tiene algunos fragmentos... aburridos.
La pequeña y maravillosa película de Forbes y Cifuentes no pretende ir más lejos que saber qué ha pasado con aquellos amigos de Andrés que retratara Ospina. Es eso y no más. No pretende subrayar el talento intelectual del caleño ni acrecentar su mito. Sólo responde a un movimiento que suma para que la figura de Caicedo no se apague con sus testigos, sino que se proyecte desde su obra (porque si algo hace el film, es despertar la curiosidad) fuera de las fronteras de su ciudad natal. Mientras para aquellos se desdibuja la figura incómoda que alguna vez construyeron, hoy sus libros (vuelvo a decirlo, porque es gracias a Luis Ospina y Sandro Romero Rey que es posible) ya se consiguen fuera de Colombia. La dinámica ahora sí es imparable, porque el autor que es Andrés Caicedo se regenera a sí mismo.
Ficha técnica:
Noche sin fortuna, Argentina, Colombia, 2010.
Dirección: Francisco Forbes, Álvaro Cifuentes
Guión: Francisco Forbes, Álvaro Cifuentes
Producción: Francisco Forbes, Álvaro Cifuentes
Fotografía: Francisco Forbes, Álvaro Cifuentes
Sonido: Damián Turkieh
Montaje: Francisco Forbes
Música: Ensamble Mayoral, Johan Schwartz, Andrés Barlesi
Testimonios: Leonardo Murúa, Luis Ospina, Carlos Mayolo, Guillermo Lemos, Eduardo Carvajal, Ramiro Arbeláez, Oscar Campo, Miguel González, Hernando Guerrero, Mariela Mena, Patricia Restrepo.