El cine de autor pasa por definir un estilo narrativo y estético que, desde esa primera función de escaparate, termine por constituir el santo y seña de su creador, haciéndole reconocible dentro de la industria. Sin embargo, el poder que dota una filmografía reconocida a su artífice, ha permitido en ya no pocos casos que pueda dejarse abierto el grifo de las quimeras y los fantasmas personales. Por citar ejemplos, cada cual con sus circunstancias: en Oriente, Takeshi Kitano se inmoló dentro de un inmenso chiste absurdo y grandilocuente en Glory to the Filmmaker! (2007) y Sion Sono armó un desvergonzado y complejo collage de sabroso regusto iconoclasta en Love Exposure (2008); en lo que respecta a Occidente, Christopher Nolan fue tachado de hacer valer la renta de su díptico sobre Batman para no escatimar en la concepción de un capricho traducido en Origen (Inception, 2010). Si la cinta protagonizada por Leonardo DiCaprio fue el antojo de un cineasta obsesionado con los rompecabezas mentales, Sucker Punch responde a la transcripción tangible del húmedo subconsciente de un fanático de las culturas del cómic y del videojuego.
El ampuloso positivismo visual que habita en la caótica -por atestada- cabeza de Zack Snyder le ha movido a diseñar un delicioso y atemporal embalaje erótico-machista que se esfuerza por contener una absurda fábula de heroínas. Bajo una morbosa estética pin-up, ya sea en su modalidad guerrera, en su versión colegial o en los interludios cabareteros, esta suerte de filles fatale hace acopio sin tapujos ni dobleces de la receta de la crudeza sublimada del maestro Tarantino y evoluciona el concepto plástico que ya desarrollara el propio Snyder en 300 (2007). De esta manera, el realizador norteamericano termina por adherirse a esa flamante escuela videoclipera post-MTV que hoy encumbra a directores de raíz independiente, como el oportunista Danny Boyle. En realidad, casi se podría hablar de un nuevo género exploit (en el que tendrían cabida desde la tragedia de Oldboy, Park Chan-wook, 2003, hasta la meta-violencia de Kick-Ass, Matthew Vaughn, 2010, o el paroxismo multirreferencial de Scott Pilgrim contra el mundo/Scott Pilgrim vs. the World, Edgar Wright, 2010), dentro del cual Sucker Punch vendría a compartir los genes de Planet Terror (2007), con la salvedad de una producción más estimulante -aunque la cinta de Rodríguez aplicara toda su potente técnica a amoldarse a los sobrecargos que exige una bien entendida revisión de la serie B-, pero menos provechosa.
No es de extrañar, que la condensación de tan esperpéntica y onírica intensidad derroche animaciones y efectos digitales por los cuatro costados, bajo un halo de tenebrosidad verdosa -y no me refiero al target masculino de la película, que también podría, sino a una admirable paleta de colores en su fotografía- relamiéndose una y otra vez con sus slow motions, potenciadoras de una descarada sensualidad calenturienta copada por los recurrentes movimientos de unas muchachas de armas tomar en estado de gracia (la nívea y virginal -en apariencia- Baby Doll -Emily Browning-, se tira medio metraje en una sugerente posición de cuclillas).
Sin embargo, el sinsentido alucinatorio e insolente que sirve de guión en consonancia con un metafórico discurso filosófico de andar por casa es, quizá involuntariamente, otro elemento que en lugar de vaciar el todo contribuye a ensalzar la mitología de preciosa imperfección que destila esta maravilla visual y sonora -atiendan al remix de Queen a partir de We Will Rock You y I Want It All o a la turbadora versión de Sweet Dreams a cargo de la propia Browning-. Ya hemos aludido a que el origen conceptual de esta "Alicia en el País de las Pesadillas" se halla en la historieta -en una compensada emulsión de superhéroes americanos y manga japonés-, así como su planteamiento estructural se ha fusilado de los videojuegos (niveles que deben ser superados aniquilando toda criatura que se interponga en el camino hacia la consecución de un objeto material), pero el mecanismo que mejor funciona en Sucker Punch es su voluntad desacralizada e impúdica de pastiche trasgresor de géneros: partiendo del drama más novelesco pasa de puntillas por la comedia absurda para enmarcar su mayor segmento en las aventuras de acción con salpicaduras de thriller noir. Incluso, la clasificación puede profundizarse en el apartado de la acción hasta un estrato "subgenérico" con películas de samurais, belicismo de la I Guerra Mundial, fantasía neogótica y ciencia-ficción cyberpunk.
A ratos frenética, otras veces detrítica y fastidiosa, esta heterogénea amalgama narrativa es capaz de lo mejor y de lo peor (se deja sentir la firma de Snyder). Igual bifurca las vías de representación de la violencia en ágiles dosis, que las apelotona en unos combates tan redundantes que terminan por desesperar -sobre todo aquellos que tienen lugar entre orcos y robots- pese a su extensa gama marcial, haciendo desear que el videojuego hubiera sido algo más corto. Sin embargo, y paradójicamente, el hipnótico imaginario de la cinta deja sus 110 minutos en insuficientes para sacar todo el jugo de una idea original con mucho potencial, el mismo que a bien seguro se procurará aplicar a un suculento merchandising. De entrada, ya se han inmortalizado las atractivas heroínas en una edición limitada de estatuillas, cuyo lujo de detalles se corresponde con el poder adquisitivo de quien esté dispuesto a pagar los 250 dólares que cuestan cada una. Más o menos rentable, tampoco albergo dudas de que Sucker Punch será una de las cintas más extáticas y cool del año.
Ficha técnica
Sucker Punch, EUA-Canadá, 2011
Dirección: Zack Snyder
Producción (productores): Deborah Snyder y Zack Snyder
Guión: Zack Snyder y Steve Shibuya, según argumento de Zack Snyder
Fotografía: Larry Fong
Música: Tyler Bates y Marius de Bries
Interpretación: Emily Browning, Abbie Cornish, Jena Malone, Vanessa Hudgens, Jamie Chung, Carla Gugino, Scott Glenn, Oscar Isaac, Jon Hamm
Trailer: