La última realización de la dupla creativa integrada por Mariano Cohn y Gastón Duprat representa un paso en falso en relación a lo que estos cineastas venían construyendo previamente en su todavía breve pero consistente -y promisoria- carrera cinematográfica.
Esta es la primera incursión por parte de los realizadores en el terreno de la comedia y podríamos decir que si bien se atuvieron demasiado rígidamente a los códigos del género, la película termina ofreciendo la incómoda sensación de que detrás de todo esto podría haber habido algo más, de que se podría haber arriesgado un poco, yendo mucho más allá de la sucesión de chistes reiterativos y predecibles que inundan el relato. Hasta antes de esta película, Cohn & Duprat habían sabido extraer el potencial cómico de narraciones que a primera vista no parecían exigir ese procedimiento. En ese hallazgo se vislumbraba la inteligencia y capacidad de observación de los realizadores, que alcanzaban en El hombre de al lado su expresión más acabada. Pero esta vez parecieran haberse entregado a un ejercicio de humor en el terreno del absurdo, desplegando toda una serie de situaciones que van haciendo decaer el interés a medida que el relato avanza, de modo cada vez más predecible y ridículo.
Luego de un delirante prólogo situado en Marruecos, donde un escritor (Alberto Laiseca) nos muestra cómo un hombre (Eusebio Poncela) adquiere el don de conceder deseos tras recibir una doble descarga de rayos en el desierto, la acción se traslada a Olavarría, Buenos Aires, donde este personaje le propondrá a un sujeto infeliz y mediocre (Emilio Disi) la posibilidad de revivir su pasado con la misma mentalidad de su edad actual. No es la primera vez que una comedia se acerca al terreno de lo fantástico y decide jugar con una premisa absurda y sobrenatural (para ver los buenos resultados de esta prueba, acercarse a Hechizo del tiempo/ Grounhog Day, con Bill Murray, para ver los malos resultados, dirigirse hacia Todopoderoso/ Bruce Almighty, con Jim Carrey). Está claro entonces que nada eximía a Querida... de poder haber alcanzado resultados mucho más estimulantes en ese terreno.
En la película todo se reduce a un ejercicio bastante misántropo, condición que la emparienta peligrosamente con el cine de los hermanos Coen, los despreciadores contemporáneos por excelencia de la especie humana. La producción es ambiciosa (exteriores en Marruecos y en París), pero el tratamiento se limita a los primeros chistes que a cualquier argentino se le hubieran ocurrido ante la idea de verse en una situación semejante (poder anticiparse a los hechos que uno sabe que van a suceder en la realidad). Así vemos una sucesión de ideas muy perezosas, relacionadas con menciones "admonitorias" que el protagonista puede realizar apenas retrocede diez años atrás en el tiempo: la crisis económica del 2001, la invención del formato de Gran Hermano, el atentado contra Las Torres Gemelas, etcétera. Esto podría haber representado una decisión graciosa para explotar moderadamente a modo introductorio, pero Cohn y Duprat deciden llevar el asunto todavía más lejos y despliegan la mismas situaciones de manera reiterativa, trasladando la acción hacia los años setenta, donde el protagonista vuelve a su adolescencia y la película decide insistir en la misma técnica de aprovechamiento de su conocimiento del futuro, haciéndolo pasar por un músico que se reapropia de una famosa canción que no le corresponde (la cual no mencionaré a riesgo de arruinar la supuesta intencionalidad cómica de la situación, pero que si mal no recuerdo ya se revelaba en el trailer). Si a eso le sumamos la presencia de Darío Lopilato, un joven actor televisivo que atenta contra cualquier intención de extraer algo serio de todo este asunto, podemos decir que los resultados se diluyen en una comedia poco ambiciosa con algunos apuntes bastante cínicos sobre la estupidez humana, tal como lo trasparentan las constantes intervenciones a cámara del escritor Alberto Laiseca, quien pone en evidencia ante el espectador que todo es la representación de un cuento suyo, recurso que quizás aporta algo de complejidad a la estructura narrativa del film, implementando dos instancias narrativas -la del escritor y su creación representada en pantalla. Lo demás son algunas moralejas desencantadas sobre la mediocridad del hombre común y algunas infelices analogías de gran torpeza cinematográfica (los planos de la tortuga escondida bajo el caparazón).
Otro problema que se viene dando en todo el cine anterior de Cohn & Duprat es la fuerte impronta televisiva de la que aún la dupla creativa no pareciera poder desprenderse en su modo de filmar. Algo de esto podía percibirse en El hombre de al lado, donde algunas decisiones estéticas de los realizadores parecían ser deudoras de su exitosa trayectoria como creadores televisivos, pero que se veían compensadas -o al menos opacadas favorablemente- por la capacidad de sus directores de manejar un relato interesante, con grandes actuaciones y muchos aciertos en la construcción de los personajes. Esta vez la factura de la película se muestra mucho más sólida en el plano técnico, pero las flaquezas asoman en una ligereza que no termina de ser tal, que revela que detrás de todo podría haber habido algo más.
Lo que se desprende de esta película es que Cohn & Duprat se consolidan dentro del panorama cinematográfico nacional como dos realizadores de fuerte proyección industrial y alcance al gran público, algo que ojalá logren concretar por medio una vía más cercana a sus obras previas que en lugar de esta desilusionante comedia rutinaria.
Ficha técnica
Querida, voy a comprar cigarrillos y vuelvo Argentina, 2010
Dirección: Mariano Cohn & Gaston Duprat
Producción (productores): Victoria Aizenstat, Mariano Cohn, Gastón Duprat, Alejandro Kaed, Fernando Sokolowicz
Guión: Andres Duprat (basado en una historia inédita de Alberto Laiseca)
Montaje: Gabriel Gonzalez, Ian Kornfeld, Santiago Pereira
Interpretación: Emilio Disi, Eusebio Poncela, Darío Lopilato, Alberto Laiseca, Daniel Araoz.
Trailer:
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