Ya se sabe que no es fácil para el cine contar historias desarrolladas por la literatura. Hasta ahora, salvo en contadas excepciones, puede decirse que el cine ha fracasado en tamaña empresa, sobre todo cuando algunos autores olvidan que el cine tiene su propio lenguaje y la puesta en escena debería ser la buena manera de contar, sin necesidad de apoyarse tanto en el texto literario.
Que le suceda esto a un director como Fernando Trueba es desalentador, ya que no es un primerizo. Sin embargo, El baile de la Victoria peca en ese sentido. Quizá la intención de incluir todos los detalles de la historia de Antonio Skármeta lo haya llevado a la necesidad de abrir varias líneas narrativas, sin que cierren adecuadamente... Lo cierto es que este film flaquea desde la elección de un reparto multicultural. Conviven en El baile de la Victoria una argentina (Miranda Bodenhofer), un argentino achilenado (Abel Ayala), un cubano (Mario Guerra), una española (Ariadna Gil), una brasileña (Marcia Haydée) y un argentino (Ricardo Darín). Casi nada, para un país atrapado entre la cordillera y el mar, que no se caracteriza justamente por ser un crisol de razas.
El Nicolás Vergara Rey de Ricardo Darín es correcto, pero queda encasillado en un personaje que estamos cansados de ver: el ladrón que se las sabe todas, un hombre que abandona la cárcel con la idea fija de reconquistar el amor de su mujer y recuperar la admiración de su hijo (¿les suena?). Mujer e hijo que han encontrado en un nuevo marido-padre (típico rico que simpatiza con las ideas de la derecha política) una vida sin apremios económicos, en uno de los barrios más acomodados de Santiago. Un ladronzuelo pícaro, Abel, que también deja la prisión y se encuentra con Victoria, una chica de la calle a la que le gusta bailar y que por un trauma de la niñez, ha quedado muda al presenciar la desaparición de sus padres (entendemos que durante la dictadura). Un chofer cubano, sin mayor profundización, que asiste cual deus ex machina (él y su taxi, como si fueran la misma -bien digo- cosa) al personaje de Darín. Y un asesino suelto, enviado por el malo de la película, que no sabemos por qué, se la tiene jurada al malandrín. Y por si fuera poco, Trueba nos reserva para el último tramo del film, un golpe perfecto, cuyo diseño bien podría haberse llevado toda la película, pero aquí se lo apura casi al final.
Muchos temas abiertos y ninguno cerrado, en una conjugación de géneros que permite adelantarse a los conflictos y su desenlace, como si se tratara de una película ya vista. Lo preocupante, más que ese "combo" de personajes tan heterogéneos (no sólo en sus roles, sino en su actuación), es el uso del pasado político (en la liberación de los presos, en la historia de Victoria, en el despacho donde está la caja fuerte que robarán, en el noticiero de la tele, que muestra a Pinochet burlando a la justicia española en su regreso a Chile, en la ideología del padrastro...) sin más fuerza que la de ser una especie de telón de fondo para justificar a una sociedad clasista. Pero nada más, no profundiza, no comenta, no critica. Realmente, más que una sincera preocupación histórica, parece una verdadera subestimación de las cicatrices que ha dejado una época negra en la sociedad chilena.
El personaje de Abel busca ser una caracterización del pícaro, ese que con su bondad intrínseca y su viveza criolla puede sobrevivir hasta una violación en la cárcel. Para caracterizarlo como autóctono, no se le ocurre a Trueba nada mejor que hacerlo robar un caballo con el que se desplazará por la ciudad, como si Santiago de Chile fuera un pueblo rural y no la metrópoli pujante que han dejado las arcas repletas del pinochetismo. Lamentable recurso, porque el director no busca lo folclórico ni lo autóctono, sino que intenta describir un personaje (que por cierto, sobreactúa de manera casi empalagosa) poco natural bajo la estética de un hiperrealismo frustrado.
En el caso de Victoria, el hilo conductor del film, el personaje se debate entre la superación de un trauma, una adicción que la sepulta más en la miseria y la injusticia social que le impide triunfar como artista. Podría haberse construido un personaje riquísimo, pero Bodenhofer, quizá por su falta de experiencia y formación actoral, nos ofrece una interpretación desangelada, neutra, carente de registros dramáticos que estén a la altura de la heroína de Skármeta.
El director de la prisión, un hombre que decide vengarse del pícaro (vaya usted a saber por qué, sobre todo con la frase de despedida que le brinda, que sólo puede implicar una cosa: "Sólo recuerda que lo hice por amor") es un ser repelente, sin consistencia de ningún tipo como personaje, que no llega a equilibrar siquiera el "lado oscuro de la fuerza". De su secuaz, ni hablemos, aunque a él se le deba el desenlace final.
Quizá lo que podamos rescatar sea la manera de contarnos la idea del Enano para que estos dos ladrones se asocien en un golpe maestro. Mientras uno le narra al otro el plan, vamos viendo, a la manera de un cómic, los planteamientos del ideólogo, el entusiasmo del mensajero y la resistencia del genio que puede llevarlo a cabo. Pero hasta ahí, porque el golpe (la preparación, el ingreso de los ladrones a la oficina, la apertura de la caja fuerte y el escape) no puede ser más básico, por no decir ingenuo.
Lamento haberles contado casi toda la película, pero es que estamos ante un film sin solidez. Aunque haya un desenlace concreto, no entendemos qué lo ha motivado. La cordillera y el mar ofrecen un paisaje imponente que nos deja maravillados, porque la geografía chilena si algo tiene, es desmesura. Pero la historia no deja de ser un compendio de muchas cosas por decir y nada interesante para llevarse a casa.
Lejos está Trueba de aquella Belle Epoque que impuso a Ariadna Gil como un ícono del cine español. Hoy la actriz desluce en un papel anodino que sólo pareciera tener la función de cumplir con alguno de los requerimientos del contrato. Una verdadera pérdida de tiempo. Lástima...
Premios Goya 2009. 9 nominaciones.
Ficha técnica:
El baile de la victoria , España, 2009
Dirección: Fernando Trueba
Producción: Jessica Berman
Guión: Antonio Skármeta, Fernando Trueba, Jonás Trueba (Novela: Antonio Skármeta)
Fotografía: Julián Ledesma
Montaje: Carmen Frías
Interpretación: Ricardo Darín, Abel Ayala, Ariadna Gil, Miranda Bodenhofer, Julio Jung, Mario Guerra, Mariana Loyola, Antonio Skármeta