Raúl Ruiz es uno de los directores más importantes de los últimos tiempos, con una trayectoria muy amplia, no sólo en cine, sino también en televisión. Chileno y exiliado, ha vivido por años en Francia, en donde ha hecho la mayor parte de su carrera como cineasta. Tiene en su haber películas emblemáticas como Klimt o La Isla del Tesoro, y un pasado en las telenovelas mexicanas. En esta ocasión ha presentado un ambicioso -y muy personal- proyecto llamado Misterios de Lisboa. Esta película tiene dos versiones: una serie de televisión de seis horas de duración, dividida en seis episodios, y una película de cuatro horas y quince minutos. De esta manera, Ruiz declara un cierre de ciclo a título personal y es una muestra de afecto por las telenovelas que le aportaron grandes aprendizajes a su vida como cineasta.
Misterios de Lisboa es una historia basada en la novela homónima de Camilo Castelo Branco, que parece haber acuñado el estilo emblemático de autores como Alejandro Dumas o Victor Hugo, quienes cuentan historias épicas, de aventuras, misterios, intrigas, viajes, muchos rincones del mundo y personajes al por mayor, que lanzan hilos narrativos a "diestra y siniestra". Es justo este detalle, aquel que Ruiz considera el proveniente de sus raíces telenoveleras: muchas historias abiertas en todas direcciones.
En esta película el principal narrador es Pedro da Silva, un huérfano de 14 años que relatará su historia de vida paso a paso, presentando diversas situaciones y personajes. Al cabo de la primera mitad de la película conoceremos a casi todos los personajes pero sin conclusión alguna, sólo llamaradas de historias que eventualmente esperan tener un fin. Así, en la narración se cruzarán un cura, una mujer enigmática y un hombre rico, quienes irán matizando toda la enredadera dramática.
Sin embargo, Pedro no es el único narrador, a lo largo de la película el espectador debe esforzarse por recordar todos los datos y cabos sueltos y además ir interceptando quién es el narrador que ahora tiene la palabra. Esto complica ligeramente la lectura. Aunado a esto, toda la historia se basa en brincos en el tiempo en todo momento, esto es de uso recurrente y sin aviso de flashbacks. Ambos fenómenos complican un seguimiento lineal de la película.
Por otro lado, cuenta con una fotografía y un uso de la cámara muy poderosos. Cada plano ha sido estudiado y cuidado con sigilo. Eso es notorio, ya que el mismo movimiento, la estructura del encuadre y toda la mise en scene parece destinada a transmitir ideas y emociones acordes con lo que está sucediendo en la escena. Tal parece que no hay un solo momento arbitrario.
Además de este espléndido trabajo de cámara, la película también cuenta con una iluminación y colores en interiores y exteriores que no se olvidan fácilmente. Haciendo un uso de los marrones, verdes, ocres, grises y amarillos pálidos, Ruiz transmite su visión de una época de riqueza natural y al mismo tiempo una historia llena de turbulencias, insipidez, apariencias y pérdida. Reflejo de calidez en el ambiente, pero al mismo tiempo de separación y conveniencia.
Es una realidad que Ruiz ha utilizado un presupuesto bastante considerable para esta producción, en donde hay escenarios naturales, un guardarropa bastante amplio, carruajes, castillos, utilería y, en algunas escenas, extras. Aunque al mismo tiempo, se ha visto modesta en otros niveles: no hay barcos, ni batallas, ni efectos especiales. En cuestión de dinero, Ruiz puede hacer parecer mucho con relativamente poco.
Para esto, ha echado mano de diversas herramientas, por ejemplo: un teatrino que utiliza el pequeño Pedro da Silva (antes Joao) para retratar ciertos momentos de la historia (como batallas o lugares lejanos). Con esa representación, Ruiz se exime de utilizar escenarios reales, traslados o bien momentos que quedan perfectamente simbolizados por una imagen de cartón y colores.
Cabe destacar también una espléndida actuación de muchos de los personajes principales. Si bien, es una película demasiado larga y eso le conlleva ciertos niveles de incredulidad, excepticismo y desapego por parte del espectador, algunos personajes aún logran mantenerse convincentes durante toda -o casi toda- la película, tal es el caso de Adriano Luz o de Ricardo Pereira, quienes llevan sus personajes al límite, incluso cuando han atravesado metamorfosis totales.
Esta es una historia que parece que nunca tendrá fin. Quizá al principio eso no parece disgustar a nadie, e incluso durante las primeras dos horas se puede sobrellevar la expectativa de conocer un poco más sobre la vida de cada uno de los personajes. Lamentablemente, las cuatro horas de duración sí son excesivas en esta cinta. Sería un texto único y maravilloso si alcanzara una duración total de 120 o 150 minutos.
Si bien, el mismo Ruiz sabe que su película no tendrá mareas de audiencias, reconoce que es más un gusto propio. No dudo que esta cinta sea un capricho personal que lo une a sus inicios de telenovela que mencionaba al principio. Como tal, como serie de televisión, debe ser una obra excepcional. Como película goza de una maestría que sólo Ruiz posee, pero que lamentablemente sobrepasa la resistencia de cualquier ávido espectador.
Espero que Misterios de Lisboa llegue a varios rincones del planeta para que cada uno elija la historia que más le apetezca y podamos hacer un juicio de una película que tiene la apariencia de ser algo más.
Ficha técnica:
Misterios de Lisboa, Portugal-Francia-Brasil, 2010
Dirección: Raúl Ruiz
Producción: Paulo Branco
Guión: Carlos Saboga, basado en la novela de Camilo Castelo Branco
Fotografía: André Szankowski
Montaje: Ruy Díaz, Carlos Madaleno, Valeria Sarmiento
Música: Jorge Arriagada
Interpretación: Adriano Luz, José Alfonso Pimentel, Ricardo Pereira